Los desaparecidos le pertenecen a la sociedad, así lo ha asumido la conciencia nacional. Y si bien el dolor mayor es el de sus parientes y amigos a través de las generaciones, nosotros, el colectivo, lo sufrimos en el más básico respeto al pacto social que sustenta a la nación.
Por eso es que se nos debe el conocimiento de la suerte que corrieron, por encima de banderías que —en una de las desgracias colectivas mayores— a veces interfieren con el verdadero sentimiento de tristeza popular que nace de lo que sabemos y, peor aún, de lo que ignoramos.
El Estado, a partir de acciones concretas que no fueron exclusivas de una u otra colectividad política nacional, ha reconocido la deuda pendiente con todos, tomando como tales a una inmensa mayoría en la cual no caben los canallas que guardan el secreto.
Por eso recordamos esta fecha con la sobriedad que se merece, y aún sabiendo que el reclamo transcurre por un camino minado de obstáculos, cada día más difíciles de sortear, insistimos en él, como el último bálsamo a una herida que tiene que cerrar.

