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Esa absurda guerra interminable
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Esa absurda guerra interminable

El fin de semana pasado un clásico del futbol nacional, el encuentro Danubio-Defensor, debió ser suspendido durante casi diez minutos por la violencia virulenta de algunos “barra brava”, —esa denominación que apenas pronunciada causa repulsión—que colgaron unas banderas con menciones a la muerte y otras linduras por el estilo. El árbitro del encuentro, considerando acertadamente que las leyendas exacerbarían los peores instintos, se negó a continuar el juego hasta que esos trapos fueran retirados del escenario.

Pocos días después, en un hecho mucho más trascendente por lo que implica, el expresidente Mujica fue abucheado e insultado por partidarios de Javier Milei cuando se disponía a entrar en la Feria del Libro de Buenos Aires. En una demostración más del retroceso cultural a que nos tienen acostumbrados algunos pueblos, la alienación argentina aterrizó sobre el líder tupamaro.

El dolor y el desagrado que producen ambos episodios aumentan cuando tomamos conciencia de que se inscriben en una realidad que se ha convertido parte del paisaje cotidiano. No obstante, la impotencia de ver la convivencia comprometida debiera ser un acicate poderoso para buscar causas y eliminar consecuencias.

Las carencias en materia de valores y educación es obvia, tanto como el perjuicio de haber sucumbido a la seducción del maniqueísmo acrítico de las redes sociales, o de los debates de guión televisados que, desgraciadamente, trasladaron las liviandades del mundo del espectáculo al de la política, banalizando la confrontación de ideas que otrora formaba, no desformaba.

El asunto, pues, es cómo rescatamos la normalidad que hoy se ha convertido en excepción. Dónde ponemos el esfuerzo. 

Obviamente, en un país en el cual el sesenta por ciento de los jóvenes no culmina la educación secundaria, el estado de cosas no puede asombrar pero tiene que servir de alerta. Y sólo imaginar nuestra sociedad proyectando el impacto de la falta de educación de aquí a veinte años, espeluzna. La tarea insoslayable es en el ámbito de la educación, y su perentoriedad indiscutible. 

Por eso asombra que el Uruguay como sociedad no haya podido si no resolver la cuestión, al menos encauzarla. Y el fuego cruzado entre los principales actores, sea el gobierno, la oposición o los gremios docentes, repartiendo culpas a diestra y siniestra con tal de no hacerse cargo todos de cada minuto perdido, avergüenza.

Aunque parezcan hechos menores, o nos arranquen la mueca de una sonrisa, pensar seriamente que hay quienes no se agraviaron ante los insultos a Mujica o quienes no lo condenaron a él cuando en su momento ofendió de manera soez a un periodista, nos revelan los limites traspasados en la defensa de posiciones o ideas y lo equivocado del rumbo.

Porque lo que está en juego no es el botín del poder, es la identidad nacional.

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