La crisis hídrica mostró algo más que la carencia de agua
El lunes pasado California, Arizona y Nevada acordaron reducir el uso de agua del río Colorado cuyo bajo caudal amenaza dejar sin suministro a Phoenix y Los Angeles y sin riego a las tierras más productivas del oeste del país. En contrapartida el gobierno federal compensará con más de mil millones de dólares las restricciones residenciales y productivas.
El acuerdo fue presentado con precaución —solo rige hasta 2026— pero con alivio, ya que el río provee de agua potable a cuarenta millones de personas en siete estados, irriga dos millones de hectáreas de tierra de cultivo y genera electricidad a millones de hogares y negocios.
La noticia, primero, nos recuerda que los efectos del cambio climático no son exclusivos del Uruguay y, segundo, nos invita a reflexionar sobre la reacción de nuestros políticos ante la crisis hídrica nacional.
La respuesta de muchos miembros del gobierno y la oposición fue deficiente y contribuyó a la parcialización del problema, minimizando su dimensión colectiva, banalizando el esfuerzo que le corresponde a la sociedad.
Lo que sucede con el agua —como en Estados Unidos— no es producto de acontecimientos únicos e inmediatos en el pasado, ni su solución sustentable resultará de hechos únicos e inmediatos en el futuro. Como es notorio el cambio climático y sus consecuencias requieren respuestas complejas y actitudes que trasciendan la pasión irracional o la fe voluntarista.
No pretendemos que se pase por alto la responsabilidad que les cabe o cupo a los responsables de gestionar el agua ahora y antes, pues la ciudadanía necesita información para calibrar el éxito o fracaso de las administraciones y calibrar sus opciones llegado el momento de elegirlas.
Pero es preciso reprochar la forma en que se trató el punto, más propia de un partido de fútbol que de una grave situación social. Y ojalá que esas actitudes también sean parte en la ecuación electoral.
Un ejemplo de la degradación de los argumentos con que se ha apabullado al colectivo es haber plantado en su cabeza que la suerte del partido gobernante puede tener algo que ver en el tema. Si no fuere terriblemente triste mencionarlo podríamos concluir que desde la mitología griega a los dioses actuales, algunos políticos, en su ambición o su intolerancia, no han aprendido nada.
Lo paradójico, sin embargo, es que la mayoría de nuestros representantes saben y se conducen mejor en sus roles de gobierno u oposición en el menos público y conocido trabajo cotidiano. Fuera del bullicio buscan y logran consensos y acuerdos que construyen la historia nacional, mostrando una sofisticación política envidiable en la tarea.
Pero para ganar votos parecería que es más fácil —ni qué hablar en sociedades que vienen perdiendo su nivel cultural—mostrar el mundo en blanco y negro, sin lugar para los matices ni la cavilación. Mucho más aún (y más económico) actualmente, donde uno de los vehículos de comunicación preferido acota el pensamiento a una decena de palabras.
Pero es tremendamente irresponsable. Porque la pauperización cultural, como el cambio climático, es responsabilidad de todos y en mayor medida de quienes han asumido la tarea política, cuya calificación de noble, fatua o hipócrita, dependerá tanto de los medios como de los fines.