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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Ese país que somos

Las últimas semanas, con el inicio de la campaña electoral, las noticias que cubren sus acontecimientos, sus anécdotas, y un hecho luctuoso nacional en el deporte más popular del mundo, nos han mostrado el país que somos. . . y el que no debemos ser.

De entrada —y este ha sido un tema previamente reiterado— si hablamos del país que somos, el batllismo no podía faltar. Así, Pedro Bordaberry, el candidato que vino a sacudir la interna colorada, se ha referido a ese concepto  y —según él— sus distintas versiones: una por generación de cada Batlle presidente. No coincidimos: para nosotros el batllismo es aquel que se construyó desde estas páginas.

Insistiendo, una anécdota que ha hecho pública el expresidente Julio María Sanguinetti acerca del “estatismo” descubierto por Luis Lacalle Pou en el ejercicio de la magistratura, vendría a confirmar la idea de la batllidad dispersa por todas los rincones del país. Ese país que somos fue moldeado desde ideas que perduran y permean fronteras partidarias. Honestamente, tal vez se pueda ser blanco y sentirse inclinado a gobernar con soluciones propuestas por el batllismo. ¿Por qué no?

También, desde otras veredas excolorados reclaman el batllismo para todo el Uruguay. Coincidimos en tanto el concepto se corresponde con ideas que la ciudadanía –de una forma u otra– sostiene. No así respecto a los símbolos históricos a ser usados por las distintas colectividades. Si el propio Batlle hacía cuestión de la pertenencia al  partido de la Defensa y a sus tradiciones, por algo será. Además, si hay quienes desde sus propias convicciones batllistas sienten que pueden apelar a votantes atraídos por la esa corriente, estén ellos donde estén, no vemos muchas razones para que no lo hagan desde el Partido Colorado, disputando dentro de éste —como Batlle— su liderazgo; más bien que con tantos acuerdos entre candidatos, pases, sublemas, lemas, habilidad para buscar posiciones y sentarse en una banca, algunos movimientos nos huelen a acomodamientos corpóreos ante fracasos electorales.

En fin, la belleza del asunto está en que ya hay mucha gente que con sentido y propósito de gobierno no reniega de la idea y, sin temor a caer en el absurdo, le da la vuelta a la cuestión para afirmarse en algunos postulados sagrados de Batlle: la República, la Democracia y el Estado como fragua desde donde se moldea la justicia social.

El país reclama, eso sí, Estado inteligente. Por ejemplo, si hay un tema que transversalmente preocupa a todos los partidos, es el control del  lavado de activos como forma de combatir el crimen organizado. Y nadie parece dudar de la necesidad de regulaciones para su efectividad: el costo administrativo que esto tiene para los sujetos obligados a ciertas fiscalizaciones solo será asumido si el Estado lo reclama. Que no se use regulación vs. desregulación para proponer eficiencia y eficacia: a veces si y a veces no; que no se gobierna con negativas ideológicas.

Y si nombramos otros credos del batllismo, vayamos a ese país que somos. En el que se le protesta al presidente y el del presidente que lo tolera, aún ante excesos. En el país que queremos seguir siendo, no hay lugar para el insulto cloacal como forma de disenso. Ni en las redes sociales, ni en persona. Ahora, gracias a ese país que no queremos ser, es que surge fuerte el que somos: ni desde la presidencia, ni desde el poder, se acallan voces. Lo contrario es Venezuela, Cuba, Rusia, China o los Talibanes que enmudecen a las mujeres que hablan en espacios públicos.

Y como queremos ser lo que somos, en el Frente Amplio una cantidad de académicos y economistas salen al cruce del plebiscito contra la reforma de la seguridad social, en el Partido Nacional hay quienes no comparten la elección de la candidata a la vicepresidencia y en el Partido Colorado se enfrentan posiciones respecto a cómo encarar el delicado asunto de la seguridad ciudadana. Un país sin peligrosas unanimidades.

En ese país que es el Uruguay, es posible, además de todas estas cosas que venimos de decir, que la pasión futbolera quede de lado, se baje de la tribuna y se acongoje por la muerte de un joven atleta, olvidando, ante el dolor, a cuantas y que colores tenían las camisetas que defendió. La pasión que engendra la política debería procurar hacer lo mismo y no aprovechar hechos luctuosos para conferirles a los mismos un tinte partidario absurdo y ruin.

En ese país que somos sólo falta que desde Cabildo Abierto alguien diga que no se necesita un General para gobernar, que desde el Frente Amplio se termine de una vez por todas con el apoyo a dictaduras, y que como lección a futuro se admita que levantarse en armas contra una democracia es un atentado grave.

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