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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

No es cuestión de matices

En nuestro ultimo editorial quisimos dar una visión de esperanza al sufrido pueblo venezolano que, pese a su claro apoyo a la oposición de Nicolás Maduro, tuvo que soportar el triste espectáculo de la asunción del monigote caribeño quien, a partir de ese instante se convirtió, sin ambages, en el dictador de Venezuela.

Nos parecía que de alguna manera teníamos que reconocer la valentía de la ciudadanía venezolana que, desafiando al mandón, igual concurrió a la calle para hacer sentir su voz y marcar al nuevo gobierno –y a su máxima figura, el usurpador Maduro– que carece de legitimidad: gobernará sí, por la razón de la fuerza, no la fuerza de la razón.

El hecho en sí mismo, así quisimos destacarlo, supuso que si bien la dictadura cívico-militar venezolana pudo doblegar a la población a fuerza de fusil, no pudo someter el espíritu ciudadano –democrático y rebelde– que le enrostró su perfidia y le arrancó la careta. Maduro no dormirá tranquilo.

Mientras tanto, aquí, en Uruguay, un integrante del futuro gobierno frenteamplista no pudo con el verdadero carácter del comunismo tradicional, para el cual los derechos humanos y la democracia no se basa en estándares universales, sino en la obtusa ideología que sirve a sus intereses. Para el próximo ministro de trabajo Juan Castillo, los venezolanos ungieron a Maduro quien es verdadero presidente electo — Edmundo González Urrutia– “no es nadie”.

No es de extrañar. No es ni más ni menos que el mismo sentimiento que primó durante el genocidio estalinista. Para algunos no existió ni la “perestroika”, ni la “glásnost”; en sus mentes el muro de Berlin sigue enhiesto.

Obviamente, los dichos del dirigente no pasaron desapercibidos ni en la propia coalición frenteamplista llamada a gobernar en los próximos cinco años. O sea, no hay manera de disimular las profundas contradicciones internas del Frente Amplio: si las mismas se dan en la definición misma de lo que es la democracia, la libertad, la tiranía, no estamos frente a diferencias de matiz.

Y, como no podría ser de otra manera, asustan los esquemas mentales, los credos profundos que guían las acciones de ciertos hombres y mujeres llamados a dirigir el destino de nuestro país en los próximos años.

No estamos hablando de elucubraciones teóricas inocuas. Baste recordar la tolerancia a las a las dictaduras “amigas” y rescatar de la memoria el apoyo a los golpistas militares durante el “febrero amargo” para aquilatar hacia donde nos puede llevar el pensamiento comunista ortodoxo.

El problema, además, es que esas cabezas son las que tendrán a su cargo las relaciones entre empleados y empleadores, donde la visión comunista tradicional parte de conceptualizaciones divisionistas a partir de “luchas”, sin mucha cabida a posiciones que amalgamen intereses contrapuestos para el progreso de la sociedad. La dictadura del proletariado –dictadura al fin– está justificada.

Nuestra esperanza, que no es mucha, es que las dicotomías que se ponen en evidencia ante temas nada menores, no terminen profundizando las diferencias evidentes en la interna frenteamplista. Una cosa es ser demócrata y muy otra tolerar la democracia.

Nos vienen a la mente las palabras del Dr Enrique Tarigo en el debate –y aquellos sí que eran debates– previo al plebiscito del 80 cuando le espetó a Néstor Bolentini, “Yo soy anticomunista porque soy demócrata; no soy demócrata por ser anticomunista”

En fin, hay definiciones que no admiten matices.

 

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