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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Pauperización política, como expresión de la cultural

La pauperización cultural —no exclusiva de nuestro país— va a contrapelo de una evolución tecnológica y científica sin precedentes. Entre las ventajas de esta última es innegable la expansión de las vías de comunicación que ponen a disposición de personas jovenes, adultas y mayores la posibilidad de expresarse por las redes sociales.

Los políticos no son una excepción a los usuarios de plataformas comunicacionales. Más rápido que ligero aprendieron a manejarse a través de las mismas, aprovechar la ventaja de comunicar de forma inmediata sus opiniones, hacer campaña, y estampar en las pantallas de miles de teléfonos inteligentes aquello que consideran digno de ser compartido.

Como producto de lo anterior nos estamos acostumbrado —consciente o inconscientemente— a vivir la vida de otros en nuestros dispositivos electrónicos lo que nos da oportunidad de medir a presidentes, legisladores, ministros, jerarcas administrativos y líderes partidarios según sus dichos, sus intereses, sus talantes, sus inteligencias y hasta su ruindad.

Ahora, y por desgracia, la vara con que se mide a los políticos no siempre se compadece con la crítica que debiera hacerse de unos personajes que casi por obligación se sienten con derecho a opinar de todo desde su óptica, sea ésta justa o no.

Tampoco, de un tiempo a esta parte, parece existir un patrón de medida para condenar la estupidez, lo soez, lo falso, lo grotesco. Tanto es así que muchas mujeres y hombres públicos han construido personajes que traspasan la barrera de lo popular para caer en lo ordinario, sin generar por ello una repulsa merecida.

Están los que son nota por el insulto continuo, la elaboración de asertos basados en la mitad de una verdad, el análisis hemipléjico, promoviendo así la cultura de la radicalización de desprevenidos que no cuentan con las herramientas como para decodificar afirmaciones que se detienen más en los presupuestos que dicen defender que en las razones que pudieran justificar la inversión

Otros, mientras tanto, parecen escudarse en pretendidos errores (que por su profesión o arte son injustificables, evidenciando que son ardides directamente dirigidos a engañar a diestra y siniestra, para diseminar falsedades que impactarán en tontos o legos, a sabiendas que sus disculpas posteriores no serán escuchadas de la misma manera que sus mentiras o exageraciones.

Por fin, están los demagogos o demagogas que no dudan en derramar lágrimas de cocodrilo pretendiendo empatía con aquellos que están en tal situación de vulnerabilidad que son, por cierto, también más vulnerables al engaño hipócrita.

Y no nos engañemos, estos exponentes no están reservados a una colectividad particular, son más bien el producto o el origen de una sociedad donde, a raíz de décadas de una educación deficitaria, se ha generalizado un estrato donde abundan los vulnerables, los tontos y los legos. Si los políticos que describimos son el huevo o la gallina, posiblemente requiera un análisis más profundo. Sin embargo, todo indicaría que su responsabilidad en la pauperización cultural, o por lo menos su expansión o manutención, es innegable.

Lástima. En un país donde filósofos, científicos, educadores, juristas, artistas, eran algo más que un adorno en el Palacio Legislativo, es imprescindible llamar a la responsabilidad de quienes pueden —y deben— evitar un colectivo tosco.

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