La ciudadanía en general, así como también la historiografía en particular, nos debemos un merecido reconocimiento a quien fuera el último baluarte en defensa de las Instituciones Democráticas, aquel aciago 9 de febrero de 1973: el Vice Almirante Juan José Zorrilla.
Cuando conocimos al capitán de navío Artigas Zorrilla -hijo del Vice Almirante- hace algunos años, se nos hizo impostergable una interrogante de orden y muy difícil de responder. ¿Por qué la figura del Vice Almirante Juan José Zorrilla, no ha sido suficientemente reivindicada?
La respuesta a esta interrogante nunca la conoceremos.
Se podrían ensayar más preguntas. ¿Queda demasiado incómodo hablar del golpe de febrero de 1973? Una instancia en la que casi todos fuimos culpables. ¿Resulta más fácil hacer referencia al 27 de junio? día de disolución del Parlamento; donde si hubo, reacción de parte de los parlamentarios, una huelga general, y una gran manifestación popular. Tampoco tenemos esa respuesta.
Juan José Zorrilla, fue un militar constitucionalista de origen “batllista”, quien le plantó cara al golpe de febrero del 73′ cuando en aquella oportunidad la Armada Nacional ocupó la Ciudad Vieja, y junto a sus leales, se jugaron la vida en defensa de la Constitución y las leyes. Episodio que a mi juicio, lo transformó en el último baluarte en resguardo de las Instituciones Democráticas.
Siendo el tercero de cuatro hermanos, Juan José Zorrilla Camps, nació en la ciudad de Rivera el primero de noviembre de 1920, en el seno de una familia compuesta por un inmigrante español, Juan José Zorrilla de la Lastra del Hoyo, quién fruto de su tenacidad y esfuerzo llegó a ser un importante comerciante de la zona, y Cándida Camps, hija de otro inmigrante español, de origen catalán, más precisamente.
Formado en un hogar de sólidos valores familiares, fueron amalgamando en el joven una personalidad de acentuados valores morales y espirituales, y a la vez, de firmes convicciones democráticas.
Quiso el destino además, que Juan José Zorrilla, compartiera su infancia y adolescencia con su tío, el Alférez de Navío, Arnoldo Camps, quien en el año 1916 fuera héroe de la gesta del buque “Instituto de Pesca N° 1”, cuando junto a un puñado de valientes, se jugaron la vida en una aventura tan desconocida como épica. La convivencia diaria con si tío, quien fuera asimilado al sitial de héroe, despertará en el joven Zorrilla, una pasión sin igual por la Marina. Pasión que lo impulsó -a pesar del desarraigo-, a atravesar el país de norte a sur, a fin de cumplir su tan anhelado sueño. La llama encendida no cejaría, por el contrario, continuaría con mayor vehemencia a partir del primero de febrero de 1938, día que ingresó en la Escuela Naval.
El día primero de junio de 1944, Zorrilla egresa de la Escuela Naval investido con el grado de Guardia Marina, en ese mismo acto, prestó juramento de fidelidad a la República, la Constitución y las Instituciones Democráticas. Dicho juramento, excedería lo meramente protocolar, el tiempo y las circunstancias se encargarían de ponerlo de manifiesto, en más de una oportunidad.
Su tenacidad y perseverancia coadyuvaron para llevar adelante una carrera brillante, que tuvo como corolario, el máximo logro que puede ostentar un oficial naval, cuando el día 23 de marzo de 1972 es investido Comandante en Jefe de la Armada.
Los azares del destino coincidieron en que su comandancia tuviera lugar en un año particularmente duro, un año que tuvo como eje central el combate a la guerrilla tupamara; así como también, el proceso de autonomización de la Fuerzas Armadas. Fue durante el mes de octubre, luego de derrotada la guerrilla, que comenzaron a manifestarse los primeros desbordes militares. La escalada militar no cejaría, muy por el contrario, continuaría in crescendo, a partir del episodio de los cuatro médicos detenidos y torturados en el VI de Caballería. Continuando con la prisión de Jorge Batlle;
las constantes manifestaciones públicas, como por ejemplo, la declaración efectuada a raíz de los hechos de corrupción en la Junta Departamental de Montevideo; hasta llegar a una declaración de repudio, por las manifestaciones vertidas por el Senador Amílcar Vasconcellos. Hechos, que excedían notoriamente sus competencias constitucionales. De esta manera, llegamos al día 8 de febrero de 1973, cuando los mandos del Ejército y la Fuerza Aérea, en un acto manifiesto de insubordinación a las autoridades legítimamente constituidas, desconocen al Ministro de Defensa, Antonio Francese, desencadenando la crisis.
La Armada, al mando de Zorrilla, toma distancia de las otras dos armas, bloquea la Ciudad Vieja, y emite un comunicado en defensa de las Instituciones. En ese momento despliega el viejo “Plan Efestos”, un plan ideado para defender al presidente de un posible ataque tupamaro; ahora, puesto en práctica para defender al presidente ante el golpe militar que se estaba gestando.
El plan original, ante el golpe de Estado en ciernes, era conducir al presidente Bordaberry y su familia a una zona de seguridad en el Comando General de la Armada, y posteriormente, a un buque de guerra en alta mar. El propio presidente Bordaberry, rechazó la oferta de Zorrilla, argumentando que su lugar “se encontraba en casa de gobierno”.
Al sentirse solo y sin ningún apoyo, ni siquiera el del propio presidente de la República -quien termina pactando con los militares sublevados-, y a fin de evitar un inútil baño de sangre, Zorrilla presentó renuncia a su cargo, mediante breve y emotiva carta dirigida al presidente Bordaberry.
La mencionada misiva, culminaba con un último párrafo en que se advierte un mensaje profético: “Espero que cada uno de los actores de estos sucesos asuma su responsabilidad ante la historia(1)
La incomprensión, las omisiones, las intencionalidades, la falta de apoyo, y hasta la traición, coadyuvaron para arribar a este desenlace, antecedente directo del que tendría lugar pocos meses más tarde, el 27 de junio.
Incomprensión, por parte de algunos actores que interpretaron su posición como la simple defensa de Bordaberry, cuando en realidad, su posición era en defensa de las Instituciones, la legalidad y la “investidura presidencial”.
Las omisiones de gran parte del sistema político, que osciló entre la indiferencia, la indolencia, y la siesta veraniega.
Las intencionalidades, por parte de algunos actores que realizaron una lectura sesgada de la realidad, especulando con la posibilidad de remoción de Bordaberry.
La falta de apoyo del propio presidente Bordaberry, quien rechaza su oferta y termina pactando con los golpistas, poniéndose nominalmente al frente de la rebelión.
La traición, por parte de un grupúsculo de marinos traidores, los cuales optaron por mancillar su juramento de fidelidad a las Instituciones, y ponerse del otro lado de la legalidad.
Los años posteriores a la renuncia, lo encontraron recluido en el ámbito familiar.
Dedicado a la vida en familia, la lectura, a compartir largos ratos con sus nietos, y a realizar las infaltables caminatas por la siempre apacible Rambla montevideana.
Aunque nunca faltaba espacio para sus largos momentos de reflexión. Circunspecto, ensimismado, contenido en la ambigüedad, de haber honrado su juramento y la satisfacción del deber cumplido; pero con la consternación evidente, dimanada de que el curso de los acontecimientos tornó en una dirección no deseada. En este sentido, Juan José Zorrilla fue “uno de los que pudo dormir en paz con su conciencia”, al decir de César Di Candia; a lo cual debería adicionarse, de “los pocos” que lograron alcanzar ese grado de privilegio.
De esta manera fueron transcurriendo aquellos difíciles años, luego de su renuncia indeclinable como comandante en Jefe de la Armada.
Sin embargo, el plebiscito del 80’ había lentamente reavivado la llama de la esperanza, al mismo tiempo que la incipiente actividad política. En efecto, el resultado de aquel 30 de noviembre, operó como efecto dinamizador de dicha actividad. Descartado el proyecto militar del candidato único, invertido además, el orden del cronograma del Plan Político del 77′; llegamos a las elecciones internas del año 1982. Elecciones éstas, en que Zorrilla sintió nuevamente el llamado del deber cuando en aquella oportunidad, el Dr. Julio María Sanguinetti le ofreció comparecer como su compañero de fórmula, en el marco de las elecciones internas, de los partidos tradicionales.
Durante el desarrollo de la campaña, en el contexto de las mencionadas elecciones, Zorrilla pronunció un famoso discurso que versaba: “Siempre he sentido, que realmente terminé mi carrera militar el 8 de febrero de 1973 cuando, al mando de los hombres de la Marina, ante los sucesos que comprometían la institucionalidad del país y en cumplimiento de nuestro juramento militar de fidelidad a la Constitución y las leyes, nos opusimos a dichos sucesos haciendo de la Ciudad Vieja el baluarte de la defensa de la libertad y la democracia”.
Estas emotivas palabras, las cuales ruborizaron a los gobernantes de turno -y de facto-, le significaron ser procesado por la Justicia Militar por “atentado a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas”.
Cercenado en aquella oportunidad, de tener una destacada participación política, debió permanecer 20 días detenido en las instalaciones de la Escuela Naval.
Con la efervescencia natural resultante de aquella instancia electoral, el viento de libertad continuó soplando, y así llegamos a las elecciones nacionales de 1984. Instancia en que sería electo Senador de la República.
Como senador, tuvo una participación relativa, opacada tal vez por su falta de formación política, en una época de grandes y encendidas discusiones parlamentarias.
Tal vez, su actuación más destacada, fue la fundamentación de su postura al momento de votar por la aprobación de la Ley de Caducidad del 22 de diciembre de 1986. Su experiencia le hacía considerar, con muy buen criterio, que la aprobación de la ley, era la única salida posible para evitar un nuevo enfrentamiento y contribuir a la pacificación del país.
Al votar por la afirmativa, Zorrilla solicito hacer uso de la palabra para fundamentar su voto: “Señor Presidente: creo que estamos viviendo uno de esos momentos excepcionales por los que atraviesan algunos países que, a fin de superarlos es necesario apelar a los más altos valores espirituales de sus hijos, porque con ese sacrificio de nuestra rebeldía de hoy, estaremos construyendo el país venturoso del mañana. Creo señor Presidente, que votando afirmativamente este proyecto, estamos contribuyendo a afianzar la paz, a nuestro sistema democrático, así como también a lograr la definitiva pacificación de nuestro país.”
Posteriormente, en el año 1987, fue investido como Embajador en el Vaticano, y Embajador en la Orden de Malta. En aquella oportunidad, Zorrilla pudo entablar una muy buena relación con una persona a quien mucho admiraba, el Papa Juan Pablo II.
A su regreso a nuestro país, se retiró definitivamente de la vida pública.
En en año 1997, en un acto de justicia histórica, fue ascendido a Vice Almirante.
En 2009, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Rivera, por el entonces intendente, Tabaré Viera. Aquel día, en que se vio a Zorrilla notoriamente emocionado por tan merecido reconocimiento, sería -a la postre-, su última aparición pública.
De esta manera, llegamos al día 5 de enero de 2012, cuando a los 91 años, fallece víctima de una enfermedad terminal, el Vice Almirante (r) Juan José Zorrilla.
Su prolífica vida, estuvo repleta de acontecimientos destacables: estuvo embarcado en el crucero Uruguay, siendo actor privilegiado de la famosa “Batalla del Río de la Plata”; fue comandante en Jefe de la Armada; preso político en el año 82′; Senador de la República en el 85′; Embajador en el Vaticano y la Orden de Malta; Ciudadano Ilustre de Rivera, entre muchas otras.
Pero fue sin dudas, aquel 9 de febrero del 73′, cuando plantó cara al golpe de Estado en ciernes, que Juan José Zorrilla comenzó a estampar su firma en la galería de los elegidos.
(1) Destacado del autor.


