“Si alguien quiere ser mi discípulo
tiene que negarse a sí mismo,
tomar su cruz y seguirme”
Pedro Bordaberry anunció su retorno al ruedo político. ¡Qué lejos parece aquel 18 de abril de 2017 en el que les comunicó a sus legisladores -vía correo electrónico- su retiro de la vida partidaria! La forma en que lo comunicó no fue cosa menor; una de las causas de aquella decisión fue la falta de apoyo en su propio sector, Vamos Uruguay. Nunca quedó clara la razón de dicha discrepancia interna. Es posible que no se tratara de una causa única, sino de un proceso de desgaste interno. El episodio del caso Sanabria y el Cambio Nelson pareció entonces un golpe duro que debió haber minado la determinación de Bordaberry. Otra explicación para aquel paso fueron las deudas contraídas en la campaña electoral a las que les hizo frente en modo personal. Se terminaba – más bien, se interrumpía- una lucha dada por más de una década que iba en contra de los adversarios de turno y de sus propios demonios. Resultaba inocultable que, en paralelo a las batallas partidarias y legislativas, Bordaberry libraba también otra tanto más dura que aquellas: la portación de su apellido. Todo cuanto emprendía, aparecía teñido de un sentido misional por la reivindicación de su apellido y del legado de quienes se lo dieron. Una pelea entendible y corajuda, de amargos retornos y ásperos debates en la que nunca claudicó.
Pero ese legado histórico no se resumía a hechos del pasado, en las conductas de su padre o su abuelo, también había un pensamiento heredado que pautaba su propia acción política. Pedro Bordaberry es un hombre católico, tradicionalista, liberal y conservador. Recibía del pasado un mensaje antibatllista que intentó disimular con poco éxito, aunque nunca lo combatió explícitamente como sí lo hicieron sus mayores. Sin embargo, con la fuerza de sus votos, en el peor momento de la historia del Partido Colorado, consiguió llegar mucho más lejos que ellos. Pedro Bordaberry cambió la matriz ideológica del partido y condenó al batllismo a subsistir nominalmente con el miserable oxígeno exhalado de la calle Zorrilla. Una circunstancia propicia que Julio María Sanguinetti no desperdiciaría y que la ingenuidad de Ernesto Talvi se la sirvió en bandeja. Después de derrotarlo en la elección interna, Talvi le ofreció la secretaría general del partido y le cedió los hilos de la Casa de Martínez Trueba. Machiavello lo habría ilustrado ante tamaño error: una vez derrotado el genovés, debió haber sido extinguido él y sus príncipes para consolidar un liderazgo propio. Talvi no lo hizo por cierto desprecio a la vida partidaria, ese desprecio que por ignorancia padecen los que no crecieron en la mítica sede. En sus comienzos Pedro Bordaberry también dio muestras de un pensamiento similar y rechazó esa misma secretaría general.
En medio de los devaneos de Talvi, Pedro Bordaberry intentó regresar a la política. El carácter manifiesto de quienes tenían la sartén por el mango se lo impidió y él pacientemente volvió a las penumbras del rincón de su existencia.
Una máxima política de Pedro Bordaberry -que ofrece a modo de consejo a quien quiera escucharlo- es “que no sepan por dónde venís”. Sin ninguna duda la respeta religiosamente: todos sus movimientos van acompañados por un componente de sorpresa. Así se fue y así ha vuelto. Y esta vez Julio María Sanguinetti, ante una idéntica situación, respondió en modo desigual. Alborozado exclama a los cuatro vientos su entusiasmo por la llegada de “Pedro”. Para entender esto hay que analizar todo lo que se ha dicho de la ingeniería electoral que estaría montando Pedro Bordaberry. Un sublema con tres listas al senado encabezadas por él; la suya propia, la lista de Gurméndez y la lista de Tabaré Viera, por un lado. Por el otro, la lista del candidato Andrés Ojeda y la lista de Ciudadanos que encabeza Robert Silva (sector heredero del Vamos Uruguay original que le retaceó apoyos a Pedro Bordaberry; los vascos son como los elefantes: nunca olvidan). No la va a tener fácil el propio candidato y menos aún Robert Silva. Pedro Bordaberry vuelve mansamente por todo. Quizá la familia Sanguinetti mantenga cierta calma con el padrinazgo de Julio Luis Sanguinetti a Andrés Ojeda y la presencia de Tabaré Viera en el sublema de Pedro Bordaberry. A la hora de contar los tantos, la familia estará unida. Como debe ser.
A lo largo de este sinuoso trayecto el batllismo se ha extinguido en el Partido Colorado. Durante el siglo XIX el partido de Rivera supo mudar su piel varias veces para asegurar su sobrevivencia. Es posible que esa condicionante genética de los colorados se esté dando una vez más. El cambio en la matriz ideológica impulsado por Pedro Bordaberry en su anterior pasaje y la estrategia coalicionista de Julio María Sanguinetti puso al Partido Colorado a navegar por mares distintos a los que navegaba el batllismo. Hoy -desde lo electoral- el botín está en el descalabrado Cabildo Abierto y sus votos de derecha dura. Las raíces ruralistas de Pedro lo acercan al electorado blanco de la campaña y su liberalismo conservador a los blancos metropolitanos. Resulta obvio decir que en ninguno de esos casos se ha de seducir a esos votantes con batllismo, con justicia social, reivindicando las causas populares. Un partido renacido se ha puesto en marcha y luce una nueva piel.
El batllismo en el Partido Colorado hoy es una cita vacía, un peinado antiguo, una causa ajena.