Uruguay lo volvió a hacer. En un mundo donde aún se discute si la vida pertenece al individuo o al Estado, nuestro pequeño país del sur se adelantó y aprobó la eutanasia. Un paso más en esa lista de libertades que comenzó con el matrimonio igualitario, siguió con la marihuana y ahora culmina, lógicamente, con el derecho a elegir cuándo bajarse del escenario.
Pero, si de libertades se trata, ¿por qué no aprovechar también la oportunidad económica? El país podría convertirse en pionero de una nueva industria: el turismo de eutanasia. Imagínese el paquete “Destino Final – All Inclusive”: atardecer en José Ignacio, música en vivo, menú gourmet y, como broche de oro, un último suspiro con vista al mar. El slogan se escribe solo: “Vení a morir donde otros vienen a vivir”.
El plan podría incluir un último deseo a elección. Una fiesta previa con familiares, algo de marihuana recreativa para aliviar tensiones y, por qué no, un casamiento igualitario justo antes del adiós. Total, el amor y la muerte siempre se llevaron bien.
En cuanto a los lugares de aplicación, habría que descentralizar el servicio: farmacias, mutualistas, clubes deportivos con descuentos para socios, e incluso escuelas, para fomentar la educación cívica sobre decisiones de vida y muerte desde edades tempranas.
Eso sí, convendría establecer algunas restricciones: prohibido para quienes tengan deudas con el Estado, infracciones impagas o cheques rebotados. La muerte no puede ser un mecanismo para evadir responsabilidades fiscales.
Y si se logra coordinar bien, el proyecto podría tener sponsors. El Ministerio de Turismo, el de Salud y, sobre todo, el de Economía: cada partida bien planificada reduce costos sanitarios y, de paso, mejora las estadísticas del déficit fiscal. Detrás del humor, sin embargo, hay algo serio. La aprobación de la eutanasia no solo amplía derechos: también nos obliga a pensar en qué entendemos por dignidad, libertad y responsabilidad. Elegir cuándo morir es, quizás, el gesto más extremo de autonomía.
Y si la libertad plena existe, tal vez empiece justamente ahí: donde uno decide cómo cerrar su historia.

