Los uruguayos tenemos vocación internacionalista. Debe estar en nuestras raíces de país (relativamente) joven, donde los abuelos o bisabuelos venían de alguna parte que no era la tierra que amamos. A ver, de mis 8 bisabuelos, solo dos eran orientales; cuatro italianos, uno francés y una argentina.
Tal vez por eso nos parece que podemos opinar de todo. Del Uruguay y el mundo. De fútbol y —ahora— de rugby. De España y de Israel. De Marx y de Hitler. ¿De Argentina?, sin cavilaciones.
A la Argentina la llevamos adentro. Compartimos héroes, traiciones, luchas fratricidas. Nos hermanan amores y odios. Escritores y músicos. Discutimos todavía si Gardel tuvo el privilegio de nacer aquí o allá, y defendemos a muerte que Horacio Quiroga era salteño, aunque sus páginas más memorables hayan sido escritas en Misiones. Y con un esfuerzo que nace en los setenta, nos resistimos a que la TV que cruza el charco nos traiga también esa cursilería que arranca con la vida de los actores, actrices e influencers, sigue con futbolistas devenidos en personalidades y finaliza con políticos de jet-set, muchos de ellos aspirantes a chorros-terrajas-con-plata.
Pero en el fondo, a pesar de estar continuamente buscando las diferencias que nos separan, no queremos que les vaya mal. Para nada. Más bien que nos duele, desde la comodidad del living, ver unos debates presidenciales que quedarán instalados en nuestras memorias con estas pinceladas gruesas: una candidata —sin chance— que parece salida del mayo del 68; una candidata —con chance relativa— que a pesar de dedicar una vida entera a la política, tiene dificultades para hilvanar dos frases, y comete errores ortográficos y gramaticales orales; un candidato —sin chance— que parece estar en campaña por una provincia, no un país; un candidato —con chance— —¡con chance!— a pesar de ser el ministro de economía de un país con tres dígitos de inflación, devaluaciones al minuto y pobreza superior al 40 por ciento. Y, por ultimo, un candidato —cada vez con más chance— que anda corriendo por la calle con una motosierra en una mano y un dólar gigante en la otra.
Y uno se pregunta. ¿Cómo puede pasar eso en un país que transpira genios en el arte, en las letras, en la ciencia, en el deporte, y (mal que nos pese) en el espectáculo? Si el mundo es una película, el capítulo Argentina, está mal cortado, y peor editado. Y el guión no está muy lejos del que le escribió a cada uno de los candidatos su respectivo asesor a la hora de hacerse preguntas cruzadas durante el debate —un ejercicio de futilidad en el que la declamación solo fue comparable a la obrita de teatro puesta en escena por los alumnos de un jardín de infantes.
Más, (y peor) nos preocupa cómo va a impactar que el único atisbo de planteo de política económica más o menos serio, provenga de un candidato a ministro de economía cuyos lances erótico-sexuales están dando la vuelta al país, propalados para delicias del periodismo k? Digo, por aquello de la credibilidad de un ministro de economía, ¿no?.
Y asi, mezclados con Stavinski, Insaurralde, Chocolate y Napoleón, la trascendencia del casamiento de la hija de Tinelli (a propósito, ¿vieron que los uruguayos amamos a los argentinos?) y las charlas de ultratumba entre un candidato y sus perros muertos, siguen pautando el mundo de sainete, en el que un pueblo tiene que elegir su próximo presidente.
A ver. No es que en Argentina no pasen cosas serias. Ni por asomo. Sí pasan.
Porque es serio, que el presidente de tu país, como Drácula en la noche, salga del ataúd para denunciar a un candidato por una corrida originada en dichos de campaña, que cada uno sabrá como como tomar, si para la risa o el llanto: el peso no vale un excremento, no ahorres en pesos. Es serio, en serio. . . el fiscal lo imputó.
El punto está en saber, si un pueblo hastiado, enojado, defraudado, superado en su honda preocupación, realmente quiere leer con seriedad lo que pasa, o esperar el próximo capítulo de “bailando”. Y, sea lo uno o lo otro, ¿qué gana?
Y a medida que está nota llega al final (triste) me viene a la cabeza un popular político uruguayo que —creo— llegó a presidente. Cuando se veía que se nos venía Carlos Menem al grupo de los presidentes latinoamericanos , exclamó: “¡que horror! los de Europa se van a preguntar: ¿y éste quien es, el charanguero del grupo? No es samba. . .
Y treinta años después, cuesta abajo en la rodada, parece no haber aplazados.