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Un presidente cambiado y desafiante
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Cumpliendo con su deber constitucional, el Presidente de la República rindió puntualmente hace sólo algunas horas su tercera Cuenta Pública a la nación. La presentación de Boric no dejó dudas del cambio esencial de su Gobierno, que dejó atrás definitivamente el espíritu crítico y refundacional original y lo reemplazó por uno de gestión y realizaciones.

El incierto y peligroso escenario que prometían un gobierno y un gobernante que llegaban a “meterle inestabilidad al país porque vamos a hacer transformaciones importantes”, como dijera uno de sus voceros de campaña, ha sido substituido totalmente por la administración de lo existente y la culminación o perfeccionamiento de iniciativas de gobiernos anteriores. La naturaleza de ese cambio quedó explicitada en el saludo y la exaltación de la imagen de los ex presidentes del Chile de la democracia recuperada, nada más comenzar su Cuenta.

El Presidente se ufanó de sus realizaciones y en un discurso de casi tres horas incluyó prácticamente todo lo ocurrido en el país durante los últimos 2 años y llegó al detalle, por ejemplo, de indicar el número de armas trituradas luego de ser confiscadas: “más de 25.000”. Fue tan exhaustivo ese recuento que, en algún momento y luego de un suspiro que delataba el agotamiento por la larga lectura, llegó a exclamar “es que hemos hecho tantas cosas”.

Sin embargo, como realmente propias, pudo exhibir pocas y ya conocidas: el alza del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral a 40 horas, el royalty minero y las 55 leyes en materia de seguridad aprobadas por el Congreso. Aunque también, y ese es inobjetablemente un logro de su Gobierno de la mano del ministro Marcel y el Banco Central, la estabilidad económica (la inflación efectivamente puede darse por contenida) y las perspectivas de crecimiento para el presente año que, aún siendo relativamente bajas, terminaron por derrotar las proyecciones que aseguraban un crecimiento aún menor o nulo.

Esos logros lo llevaron a afirmar: “al finalizar nuestro mandato la economía chilena habrá crecido anualmente por encima del promedio de los 8 años anteriores, habrá generado más de 700.000 empleos, se habrá reducido la pobreza, las tasas de informalidad serán menores que cuando comenzamos y habremos frenado el crecimiento de la deuda pública”. Y agregó, siempre ufano: “me pueden cobrar la palabra”. Con toda seguridad esa palabra le será cobrada y, yo por lo menos, le deseo que no quede en deuda, así sea que con esos logros no llevará al país mucho más lejos de lo que estaba hace una década.

¿Por qué la magra cosecha de realizaciones propias? Lo cierto es que no es algo que deba extrañar, pues, como ya he repetido desde este mismo espacio de opinión, un gobierno de 4 años está prácticamente obligado a buscar los acuerdos políticos que le permitan alcanzar sus propósitos programáticos durante su primer año de gestión. Los siguientes años son de materialización de éstos… cuando hay algo que materializar.

Sin embargo, como se sabe, el Presidente dedicó todos los esfuerzos de su Gobierno durante la mayor parte de su primer año a lograr una nueva Constitución que le habría permitido cumplir sus propósitos refundacionales casi sin problemas, pero que la ciudadanía rechazó. Con ello le quedaron muy pocas posibilidades de lograr acuerdos durante el segundo año y prácticamente ninguna posibilidad durante el tercero.

Por eso era de esperar que el discurso se concentrase, como en todas las anteriores intervenciones públicas del Presidente, en llamar a la oposición a allanarse a negociar y llegar a acuerdos con relación a las dos únicas transformaciones importantes que podrían dar lugar a calificar su Gobierno como de auténticas realizaciones propias: la reforma del sistema de pensiones y el pacto fiscal.

Lo hizo, pero en un tono menor y casi al concluir la Cuenta, cuando señaló; “los invito, con humildad, a que terminemos con las recriminaciones y a que abracemos la colaboración. Busquemos concordar los ajustes que nos permitan mejorar ahora, no en 10 o 20 años, las pensiones de nuestros jubilados, así como las modificaciones de orden tributario que aseguren a la vez inversión y responsabilidad fiscal”.

En lugar de esos llamados al diálogo, en esta oportunidad el Presidente dejó la sensación de que no se hacía mucho problema con lo que no se ha hecho porque ya ha hecho mucho y que más bien podía mostrarse orgulloso de ser quien sacó al país de una situación de auténtico caos existente todavía al comenzar su Gobierno.

Aún más, dejó la sensación de que él y su Gobierno son, quizás, la única alternativa a ese caos, algo que quedó claro con su evocación del “estallido social” al comenzar su Cuenta. “Muchos lo advirtieron años atrás: en Chile podría sobrevenir una explosión social si no se destrababan las reformas que habían esperado demasiado tiempo, si no se acordaba una nueva generación de políticas públicas para reducir la desigualdad, si no se castigaba con fuerza la corrupción de los sectores privilegiados, si no se tomaban medidas drásticas contra los abusos, si no se enfrentaban las diferencias de trato que reciben las personas según su origen social. Esta visión enfrentó la resistencia de sectores políticos y económicos que tomaron la advertencia a la ligera. Nadie imaginó, sin embargo, que esa explosión se iba a producir en octubre de 2019. Las demandas allí expresadas -malestar con la política, pensiones dignas, mejor salud, mayor justicia social, igualdad de género, reconocimiento de los pueblos originarios, cuidado del medio ambiente- siguen tan vivas como antes”, dijo.

“No seamos ciegos: si la población no aprecia cambios que mejoren su calidad de vida ahora, estaremos erosionando la credibilidad de nuestras instituciones democráticas y pavimentando el camino a un nuevo estallido social”, reiteró al final.

Esta seguridad en su nueva identidad, que lo lleva a ser al mismo tiempo el bastión contra el descontento mutado en caos social junto a la capacidad de gestión y realización recién adquirida, son probablemente las que lo llevaron a sugerir sutilmente una opción de futuro para su sector político.

“Estoy convencido que, para consolidar y profundizar estos cambios, la unidad de las fuerzas progresistas es fundamental. Ante el ascenso de liderazgos autoritarios que esparcen odio por quienes no piensan como ellos, que no trepidan en desinformar e inocular miedo para llegar al poder, opongamos la fuerza de un proyecto colectivo que confíe en nuestro pueblo basado en las ideas de justicia, igualdad y libertad para todas y todos, que busque conducir la historia, no hacerla retroceder. Una vez más, que la esperanza le gane al miedo”, dijo.

Y quizás fue sobre esa misma base, que entre el tráfago de anuncios que también formaron parte de la Cuenta, se encontraron algunos que revelan que el corazón del Presidente y de su Gobierno aún alientan la llama que impulsa transformaciones audaces: la puesta en marcha del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados (una medida que era parte de su programa), el anuncio de que Chile se hará parte y respaldará el caso que presentó Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya en el marco de la Convención sobre Genocidio de la ONU, la urgencia e impulsó que dará al proyecto de Ley de eutanasia y cuidados paliativos que está en el Senado, el ingreso a la Contraloría de un nuevo reglamento para la ley que permite la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales -a objeto de que la población conozca sus opciones, que la objeción de conciencia personal no la obstaculice y que la capacidad de pago no sean una barrera-, y el ingreso de un proyecto de ley de aborto legal, animado por el compromiso del Gobierno de “avanzar y no retroceder”. Este último anuncio llevó a que varios diputados y diputadas abandonaran el salón.

Si una conclusión puedo sacar de la Cuenta Pública presentada por el Presidente es que, en ella, Gabriel Boric dejó planteado un desafío. ¿Tendrá éxito? Eso se sabrá en los próximos meses y en las próximas elecciones. Pero él parece estar seguro. Después de todo afirmó en la misma Cuenta: “no soy del coro de los pesimistas, sino del de los esperanzados”

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