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Un partido que no engaña a nadie
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Durante la semana han causado algún revuelo y no poco estupor las afirmaciones del senador de la República Daniel Núñez, en el sentido que el gobierno debe recurrir a la “movilización social” para contrarrestar el “quiebre brutal” del Senado. Lo que él llamó “quiebre brutal” es la pérdida tanto de la presidencia de esa cámara como del empate en votos que el oficialismo tenía en ella con la oposición.

El revuelo es explicable porque no es poca cosa que un senador, y más aún un senador que apoya al gobierno, pida al mismo gobierno resolver por otros medios lo que no puede resolver por los mecanismos de la democracia. El estupor, en cambio, resulta menos fácil de entender pues, después de todo, el senador Núñez es un conspicuo militante del Partido Comunista.

El Partido Comunista de Chile, como es sabido y es fuente de admiración y halagos, a lo largo de su historia ha dado muestras de maestría en el arte de oponerse a la democracia tal como la practicamos en nuestro país -la que se conoce en todo el mundo como “democracia liberal”- pero a la vez desarrollarse y fortalecerse en ella. Esa capacidad lo lleva, en la actualidad, a detentar la nada despreciable condición de único partido en el mundo que es parte del gobierno de un país no comunista. Esa condición, una verdadera extravagancia en el concierto de las naciones, lo obliga a mantener un difícil equilibrio que, no podía ser de otra manera, ha terminado por condenar al gobierno al que apoya a la ambigüedad y al Presidente de la República a tener que practicar casi cotidianamente el difícil arte de girar sobre su propio eje quedando en una posición inversa a aquella en que estaba originalmente, es decir lo que entre nosotros es más conocido como “vuelta de carnero”. Ese equilibrio entre lo insensato y lo sensato, entre lo democrático y lo que no lo es, fue elevado al rango de doctrina por el PC en labios de su fallecido expresidente Guillermo Teillier, con la rotunda frase que todos recuerdan: “tenemos un pie en la calle y otro en La Moneda”.

En el ejercicio cotidiano de ese equilibrio, el PC recurre a diversos expedientes y actores. Entre los expedientes destacan el acusar a sus detractores de anticomunistas, lo que en su discurso es suficiente para descalificar cualquier crítica, pero a la vez aplaudir y asociarse a regímenes políticos como el cubano o el venezolano en los que ninguna crítica es posible. Entre los actores usa un amplio registro de estilos que van desde la sonriente y mesurada ministra del Trabajo a la enigmática y elegante ministra secretaria general de Gobierno. Y también desde el deslenguado alcalde Daniel Jadue -que cuando era estudiante seguro que desordenaba cualquier sala de clases- y el serio, terriblemente serio, senador Daniel Núñez. Y esto es lo importante, porque el PC utiliza a Jadue para decir las cosas inconvenientes que no quiere decir oficialmente y utiliza a Núñez para decir las cosas serias, terriblemente serias, que sí quiere asumir oficialmente.

Y eso fue lo que ocurrió con la exhortación al gobierno a la movilización social. Una vez que el senador lo dijo, el presidente de su partido, Lautaro Carmona, se apresuró en declarar que “se hace una caricatura y un demonio de lo que es la movilización social”, que tiene “un contenido profundamente democrático y de justicia social”. O sea que el presidente del PC afirmó, aunque, con otras palabras, que una vez que su gobierno quedó en minoría en Senado de la República, lo que corresponde es ignorar la concepción democrática de mayorías y minorías y pasarse por buena parte las instituciones de la democracia, para recurrir a otra democracia, una inventada por ellos y que les parece profunda y de justicia social.

Sería muy difícil criticar a quien pensara mal de alguien que se atreve a proponer tamaña forma de actuar, pero debo decir que ese comportamiento tiene atenuantes. No es que los comunistas no tengan vergüenza. Es sólo que ellos tienen su propia comprensión de las cosas, una que nadie más comparte en el mundo contemporáneo, pero que los hace actuar de una manera que al resto nos puede dejar estupefactos.

Verán: desde que en la primera mitad del siglo 19 los comunistas del mundo abrazaron la teoría de Marx, aceptaron que la historia es como un ser vivo que camina en una dirección predeterminada, posible de prever. Aceptaron  que cada paso que se da en ese camino corresponde al dominio de una clase social sobre otras a las cuales explota; que el cambio social es producto de la lucha entre esas clases hasta que una derrota a la hasta ese momento dominante e impone su propio dominio; que el capitalismo es la expresión del dominio de la burguesía (la clase de propietarios del capital)  y que todo terminará cuando una clase social explotada, el “proletariado” (la clase social de los obreros industriales), derrote a esa burguesía, destruya el capitalismo y construya su propio dominio bajo la forma de una dictadura: la “dictadura del proletariado”  y lleve posteriormente a la abolición de las clases sociales, esto es al fin de la explotación. ¿Qué tal? Casi nada, ¿verdad?

Para los comunistas, en consecuencia, todo lo que lleve a ese resultado no sólo es coherente con la historia, sino que es “justo”. Puede aceptarse, entonces, que el presidente del PC no es un caradura, no: el cree que saltarse la democracia que nosotros practicamos y que, en el lenguaje de Marx, no es más que una “democracia burguesa”, es algo “profundamente democrático” y sobre todo de “justicia social”, pues conduce a la sociedad sin clases, o sea sin explotación.

Es una teoría fantasiosa pero tan atractiva como cualquier religión que ofrezca el paraíso al final del camino, un paraíso no sólo de bienestar, sino también de igualdad. ¿Cabe, pues, culpar al senador Núñez o al presidente de su partido por predicar con fe evangelizadora lo que creen? En cualquier caso, no están engañando a nadie: en su declaración de principios ante Servicio Electoral dejaron en claro sus principios marxistas-leninistas.

En realidad, si hubiese que culpar a alguien de la proposición de Núñez y de las desmesuradas palabras de Carmona, es a quienes han integrado al Partido Comunista al gobierno y deben aceptar las orientaciones que ese partido les da, no sólo al gobierno, sino también a sus socios políticos en la tarea de sostenerlo. Pero eso es problema de ellos y probablemente la misma democracia que el PC está llamando a substituir, se lo reclamará en las próximas elecciones.

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