La Universidad de Salamanca necesita un museo. Sí, ya sé que hace años quiso convertirse el Edificio Histórico de Libreros en algo parecido; que se llama museo a un recorrido por sus diferentes espacios y que nos sorprende con una colección de objetos sin orden ni concierto, por valiosos que algunos puedan serlo: custodias, relicarios, vestiduras litúrgicas, algunas pinturas, un cofre de mil cerrojos con una sola cerradura, facsímiles, desvaídas reproducciones de mapas del siglo XVII, modelos de hace cien años que muestran las tripas de una sepia, un láser del año de la polca y, finalmente, la noble presencia del maniquí articulado hecho por Mateo de Vangorla hace casi cinco siglos que, desde su vitrina, nos mira con pena, maldiciendo la suerte de formar parte de tan extravagante mezcla. Pero eso no es un museo, sino un glorioso trastero.
Celebro que esos elementos fueran indultados del triste destino del guardamuebles, pero eso no transforma al Viejo Estudio en museo. La muestra carece de coherencia y los vídeos poco ayudan al peregrino a comprender la grandeza de la Institución o la solemnidad de un edificio que comenzó a construirse hace más de seiscientos años y no ha dejado nunca de consagrarse al fin para el que fue erigido. Exposición desordenada, quizá; museo, nunca.
Un museo es un lugar que comunica cultura a través de un hilo conductor, de un discurso que sitúa al visitante ante unas coordenadas; que lo transporta a un contexto. Para ser tal, su apertura no debería limitarse a un horario colgado en la puerta. No puede ser un simple y estático contenedor, sino que debe contar con un equipo de expertos que se encargue permanentemente de conservar, investigar y divulgar un acervo que enlaza con nuestro presente para ofrecerlo al público. Hasta donde sé, los únicos trabajadores que hoy se ocupan de ello –y muy bien– son los conserjes, aunque la Universidad cuente con grandes especialistas que deberían ser llamados a desempeñar papeles en esta tarea.
Salamanca, muy culta, docta y sabia –amén de muy noble, muy leal, caritativa y hospitalaria– no habría sido más que un poblachón estepario de no ser porque Alfonso IX, el último Rey de León, creó en ella su Estudio General hace más de ocho siglos. Nada hay tan valioso en nuestra ciudad como su Universidad, en la que hoy estudian o trabajan más de la quinta parte de quienes la habitan; que le da vida y la sitúa en el mapa. Motivos hay para que todos la conozcan y la valoren. Por eso, necesitamos un museo.