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Tercer Gobierno
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En uno de sus discursos recientes, el Presidente de la República hizo referencia a “los sinvergüenzas que, dentro de nuestro gobierno, también han aparecido”. Algo que -dijo- no se iba a tolerar. A partir de ese momento, agudos periodistas o periodistas amigos de agudizar las cosas, no hicieron más que exigir que el Presidente dijera quiénes eran esos sinvergüenzas, a qué hora practicaban sus sinvergüenzuras y con quién. Horas más tarde de ese discurso, sin embargo, Giorgio Jackson dejaba su cargo de ministro en el gabinete del Presidente Boric y días más tarde su partido, Revolución Democrática, era despojado de todas las posiciones importantes que mantenía en el gobierno. ¿Habrá respondido esa decisión del Presidente a la inquietud periodística?

Me adelanto a reconocer que es una pregunta retórica, porque los buenos periodista nunca pueden saciar su inquietud y los periodistas amigos de agudizar las tensiones nunca las quieren saciar. Pero, ya despojados de sus pruritos y enfrentados sólo a ellos mismos, periodistas de uno y otro tipo, así como políticos de uno y otro signo, deberían reconocer que las decisiones del Presidente están, por lo menos, en sintonía con lo que sus adversarios le exigían y con lo que el país estimaba era correcto hacer.

Se trata, sin duda, de un gesto de aquellos que pueden ser considerados trascendentales, esto es, que pueden permitir traspasar límites o barreras de una situación estimada hasta ese momento infranqueable. Por otra parte, el día anterior al cambio de gabinete la oposición agrupada en Chile Vamos, que con justicia puede ser calificada como “centroderecha”, decidió cancelar su política de no diálogo con el gobierno en aceptación implícita del hecho que éste hubiese cedido a su exigencia de remover a Jackson de su gabinete. También ésta puede ser calificada como una decisión trascendente. No haber sido adoptada habría sido una muestra de mezquindad de esa oposición; o de una absoluta falta de preocupación por los problemas actuales del país, que es lo mismo.

Para el gobierno esta es la tercera de esas decisiones. La primera fue la dejugar todo su capital político a la oferta refundacional ofrecida por la pintoresca Convención Constitucional. La estrategia terminó con la derrota de ese proyecto el 4 de septiembre pasado y la puesta en evidencia de la pobreza real de ese capital político, que se demostró no superior al 38,1% del electorado. Esa realidad llevó al Presidente Boric a un nuevo comienzo, que se inició con la substitución de la escuadra juvenil y frenteamplista de los primeros meses de su gobierno, por un plantel más maduro y de centroizquierda. Pero nuevamente el Presidente y su gente cometieron un error político, esta vez fue creer que bastaba el cambio de personas -y no de políticas substantivas- para que hubiese un cambio de humor en el electorado. Y la estrategia no funcionó: en la elección de consejeros constituyentes el gobierno redujo su apoyo electoral, esta vez al 28,5% de los votos.

En ese contexto se produjo la última crisis que llevó a la salida del gobierno de Giorgio Jackson y puso a su partido a punto del mutis del gobierno. Y con su decisión de la semana pasada, que fue acompañada de un discurso en el que el Presidente insistió en su decisión de dialogar con la oposición y negociar con ella, dispuesto a que “nadie obtenga el ciento por ciento de lo que desea”, el Presidente dio inicio a una tercera etapa de su gobierno.

Los franceses, que son amigos de ponerles nombres interesantes a lo que les ocurre, han definido las etapas de su historia de los últimos dos siglos, cada una de ellas amparada en una Constitución propia, como “repúblicas”. La “Tercera República” se prolongó entre 1870 y 1940 y terminó con la derrota de los aliados, Francia e Inglaterra, a manos de Alemania en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial. Abusando de una analogía fácil, quizás podamos decir que Gabriel Boric, con la participación dialogante de la oposición de centroderecha, está iniciando su “Tercer Gobierno”, luego de otros dos que tuvieron, cada uno, su propia Constitución: una que todavía está vigente, otra que se evaporó como ilusión nunca materializada y una tercera en fase de elaboración.

Desde luego, no cabe sino desearle suerte a este Tercer Gobierno. Desde el “estallido social” hasta hoy, los extremos de la política han tendido a refugiarse en trincheras herméticas, pretextando todo lo pretextable para eludir el diálogo y la negociación. Ambos, diálogo y negociación, que son de la esencia de la convivencia democrática, pasaron a ser malas palabras. Denostados como “cocina” y repudiados, no fueron reemplazados por modalidad de convivencia democrática alguna que permitiera resolver problemas urgentes como la inseguridad pública, la reforma del sistema de pensiones o una tributación que garantice el financiamiento de programas sociales sin afectar el crecimiento económico. 

La concurrencia al diálogo del gobierno y la oposición, en el marco de este “Tercer Gobierno”, permite abrigar esperanzas de que se encuentren soluciones para esos problemas acuciantes, en los que nadie obtenga el ciento por ciento de lo que aspira, pero que todos puedan aceptar. Para que ese diálogo sea fructífero la oposición debe aceptar a un Presidente demediado, que suele mostrar un lado positivo, como cuando llama al diálogo, pero tiende a anularlo con su otro lado, como cuando insulta sin motivo la memoria de personas como Sergio Onofre Jarpa. 

Qué se le va a hacer, paciencia, el gobierno va a terminar cuando finalice su mandato y probablemente sus personajes principales, como Jackson o el propio Presidente Boric, no vuelvan a la escena política o vuelvan en muchos años más, cuando, como decía Neruda, “ya no sean los mismos”. Y el gobierno, a su vez, debe hacerse a la idea de que la oposición habla desde la mayoría y hará exigencias incómodas, muchas de las cuales deberán ser aceptadas para avanzar en acuerdos. También: qué se le va a hacer, paciencia, la democracia es así: la minoría, o sea ellos, debe ser escuchada y debe tener un lugar en la mesa, pero la mayoría tiene la iniciativa y una voz más potente cuando se sienten a dialogar en esa mesa.

Es de desear que este “Tercer Gobierno” sea el definitivo y permita llevar la solución de los problemas de las chilenas y chilenos a buen puerto, aunque éste no sea el mejor de todos según el punto de vista de cada cual. Porque, no hay que olvidarlo, la Tercera República francesa terminó mal: se derrumbó como resultado de una guerra en la que fue derrotada.

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