
(*) Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile
“Quien no quiera retornar ni a Moisés ni a Cristo ni a Mahoma, ni contentarse con una mezcolanza ecléctica, debe reconocer que la moral es producto del desarrollo social; que no encierra nada invariable; que se halla al servicio de los intereses sociales…”. Así reza uno de los párrafos más destacados de “Su moral y la nuestra”, el opúsculo que Trotsky escribiera en 1938 para explicar la diferencia entre la moral de los revolucionarios y la de sus enemigos.
Era, desde luego, una versión del viejo principio de que “el fin justifica a los medios”, pasado por el rasero del lenguaje grandilocuente de los revolucionarios de su tiempo. La idea de que el fin justifica los medios recorre todo el texto de Trotsky, que lo explica y lo justifica de este modo: “El medio sólo puede ser justificado por el fin. Pero éste, a su vez, debe ser justificado. Desde el punto de vista del marxismo… el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder del hombre sobre la naturaleza y a la abolición del poder del hombre sobre el hombre”. Es decir, el fin correcto, el que justificaba cualquier medio, era aquel que se ponía al servicio de lo que Trotsky consideraba la verdad histórica, la fe política a cuya devoción consagró su vida. Un acto, cualquier acto, sería bueno, así, si ayudaba al fin que perseguía Trotsky. Y sería inmoral si combatiera ese fin. La implacable lógica de Trotsky se vería validada poco tiempo después cuando, en función de esos mismos principios, Stalin lo haría asesinar.
Hace algunos meses atrás, Giorgio Jackson, fundador y líder del partido Revolución Democrática y entonces ministro Secretario General de la Presidencia del gobierno de Gabriel Boric, nos ofreció su propia versión de “su moral y la nuestra”. Sentenció Jackson: “Nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió, que podía estar identificada con el mismo rango de espectro político, como la centroizquierda y la izquierda…”. Y aclaró la diferencia: “Tenemos infinitamente menos conflictos de poder entre la política y el dinero que otros que trenzaban entre la política y el dinero. Son tantos años de administración del poder que es muy fácil tener espacio de poder político y, al mismo tiempo, tener un compromiso con algún negocio que pueda estar por fuera”.
La fe política a la que el joven Jackson había rendido su vida, quedaba así perfilada con claridad. Era la emancipación de la política, que se liberaba de “conflictos” con el dinero. Jackson no lo dijo, pero se desprendía fácilmente de sus afirmaciones: entre “su moral y la nuestra”, su moral era la superior. Era la moral que desdeñaba la corrupción del dinero y abría paso a las mujeres y hombres “nuevos” de la política. Los buenos, los incorruptos.
Hoy día todo Chile sabe que esas palabras de Jackson, grandilocuentes en el lenguaje actual tanto como lo fueron las de Trotsky para su tiempo, eran solo eso: palabras. Que una fracción dentro de su partido, Revolución Democrática, basada en una fundación de llamativo nombre creada para ese efecto, “Democracia Viva”, ha usufructuado de dineros del Estado en por lo menos 400 millones de pesos en la región de Antofagasta, los que, de acuerdo con un reportaje periodístico, podrían elevarse a más de tres mil millones sólo en esa región. Que esta fracción política, y su fundación instrumental, operan en todo Chile, y que el modelo de fundaciones y otras organizaciones se ha reproducido por cientos a lo largo del país, al amparo de partidos en el gobierno o independientes, probablemente con los mismos propósitos de la ahora descubierta “Democracia Viva”. El hecho quizás nos sorprendió, aunque no debiera: años atrás el mismo Jackson, entonces diputado, había engañado a todos al decir que donaba a una fundación una parte de su salario como parlamentario, cuando en realidad lo depositaba allí como fondo para futuras campañas electorales.
La grandilocuencia de Giorgio y sus ilusiones de moral superior se quedaron, pues, sólo en palabras. Pero ¿eran razonables los reproches que nos hizo a la “generación que los antecedió”?
Sin duda que lo eran.
La Concertación de Partidos por la Democracia, y luego la política entera en nuestro país, comenzaron a decaer cuando las expresiones “cupos políticos” o “cuotas partidarias” se hicieron generalizadas; cuando las campañas políticas la comenzaron a hacer empleados y no adherentes; cuando ex autoridades, que no habían tenido experiencia empresarial alguna, comenzaron a transitar directamente de la función pública a los directorios de empresas privadas; cuando las empresas se convirtieron en financistas importantes de partidos y de dirigentes políticos de izquierda y derecha, al grado de llevar a muchos de ellos a perder sus cargos -incluso de elección popular- a otros a enfrentar juicios y, finalmente, a alguno a pagar con cárcel su delito. Fue nuestra decadencia. La decadencia de la generación que trajo a Chile los treinta años más prósperos de su historia y que pagamos con una crisis social y con el desconocimiento popular de lo logrado durante esos años. La pagamos cuando la sociedad nos dio la espalda y prefirió elegir una Convención Constitucional circense, que a punto estuvo de destruir nuestro país.
Para nosotros los “viejos” políticos de “generaciones anteriores”, esos fenómenos estuvieron asociados a un deterioro del cual creo, hemos sacado las lecciones adecuadas. Fue, como recordaba el propio Jackson, el resultado de décadas de ejercicio del poder. Pero ¿qué lección pueden sacar quienes han caído en iguales o peores prácticas… a sólo meses de haberse iniciado en ese ejercicio? ¿Será que traían la lección ya aprendida, pero no la lección correcta? ¿O será que, como Trotsky, consideran que los medios, en su caso haberse entregado a su supuesto enemigo, el dinero, están justificados si se ocuparon en función del fin superior de su propia verdad histórica, de su ideología?
Pero Trotsky entregó la vida por su ideología ¿qué sacrificio estarán dispuestos a hacer los militantes de Revolución Democrática por la suya, cualquiera que esta sea?
No lo sabemos. Lo único seguro es que, si existe “su moral y la nuestra”, la de ellos, la del partido de Giorgio Jackson, no es considerada suya por la mayoría de los chilenos y chilenas.