Aunque para muchos sea un tema cerrado, la autoría de la música del himno nacional uruguayo sigue discutida. ¿Quijano? ¿Debali? ¿Quién ideó la música patria?
“Un robo”, “un descaro”, “una injusticia de la historia”. Mi abuelo Luis Quijano, siempre que podía, hacía estos comentarios en la mesa de los domingos o en nuestras caminatas. Para él y para mi familia, José Debali no compuso la música del himno. Asumimos que el autor fue Fernando Quijano, primo-hermano de mi tatarabuelo, un militar y músico aficionado que no sabía escribir solfeo. La mezcla entre orgullo y rabia se transmitió a través de las generaciones.
Me sentía furioso cuando en la escuela la maestra de ceremonias de algún acto patrio decía: “Entonaremos estrofas de nuestro himno nacional. Letra: Francisco Acuña de Figueroa. Música: José Debali”. La misma rabia que sentí cuando comenté la historia en frente de una profesora de la universidad y ella me dijo: “¡Es un tema cerrado, lamento decírtelo!”. Ella tenía un parentesco lejano con José Debali, el músico húngaro que el Estado reconoce hoy como autor.
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El primer himno surge casi con el Uruguay. En 1828 la Convención Preeliminar de Paz, un pacto firmado entre Argentina y Brasil con intermediación inglesa, hace nacer a Uruguay. José Rondeau, designado gobernador provisorio, recibió un ofrecimiento de Francisco Acuña de Figueroa para escribir la letra de un himno nacional para el estado recién nacido.
En 1830 se forma el primitivo estado y se presenta el himno. En 1833 se aprueba la letra final. Hasta 1845, el himno se cantaba con diferentes músicas, incluso en los cuarteles que dependían del gobierno. Muchos autores pusieron de moda sus versiones. Es lógico que en un país en donde la fuerza del estado era muy débil no hubiera impulso ni para establecer que un himno fuera aceptado por todos.
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Mayo de 1844, de noche. En una casa de la calle Washington y Pérez Castellano, en un Montevideo aún en guerra civil, se juntaron tres hombres. En el altillo residía el poeta José Mármol. Sus dos invitados eran Francisco Acuña de Figueroa y Fernando Quijano.
En aquella habitación de la Ciudad Vieja, frente a la ventanita alta que da sobre la calle Washington, Quijano habría sacado su guitarra y para presentar, por primera vez, los compases principales del actual himno a Acuña de Figueroa. En el mismo cuarto se escribió la última versión de la letra del himno.
La casa y la ventanita siguen intactas hasta el día de hoy. El edificio data de 1797. En su interior tiene olor a historia. Allí habría vivido José Artigas en su juventud. Un artículo de la revista Fútbol Actualidad, de 1955, recoge estos datos, igual que Gabriel Monteverde, un lutier que recibió la casa por herencia de su bisabuelo. La familia Monteverde es propietaria del lugar desde 1918 y los relatos han pasado a través de las generaciones. Monteverde expone sus instrumentos allí y cuenta esta historia a los turistas que lo visitan.
Cuenta que un día, recibió un llamado telefónico.
¿Hola?
Buenas tardes, señor. Mire, yo soy Beatriz Debali, bisnieta del autor de la música del himno. Me enteré de que usted anda diciendo que Quijano es el autor. No se equivoque. El autor fue mi bisabuelo, así que no repita eso.
“Yo me reí, al principio”, dice Monteverde. “Por una cuestión de respeto le dije que la información que yo manejaba era que la última corrección de la letra se había realizado aquí. No puedo entrar en una discusión sin fin”.
Beatriz Debali es la familiar más cercana de José Debali que aún vive. En cuanto nombré a Fernando Quijano, soltó una carcajada. La señora supera los 70 años y afirma que siente el himno en la sangre: “No sé si lo que siento yo lo siente mi vecina”. A ella le duele cuando cuestionan la autoría de su bisabuelo.
“No lo digo yo, lo dice la gente que sabe de música. Ahí está la mano del autor, es incuestionable”. Asegura que Quijano “no merece nada, porque él era un músico aficionado. Fue un viejo pillo. Una persona que no sabe música no puede ser autor de nada, mucho menos de nuestro himno”. Sólo reconoce que le ayudó a entender la letra en español, porque Debali hablaba húngaro e italiano.
Lo mismo piensa Julio César Huerta, musicólogo amigo de los Debali. Según Huerta, “hay pruebas de que el estilo italiano de la obra sólo puede haber nacido de la mano de alguien que estudió música”.
Estas afirmaciones eran una patada en el pecho para mi familia. Mi bisabuelo cantaba y tocaba la guitarra de oído. Mi abuelo no conocía el solfeo y era compositor, cantante de tangos y guitarrista. Mi madre, hasta hace algunos años, no sabía escribir música, pero cantaba, tocaba la guitarra y componía. En el fondo, la defensa de Quijano era la nuestra.
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Luego de que Quijano le presentó la música del himno a Acuña de Figueroa, se vinculó a través de él con el gobierno de Manuel Herrera y Obes. Quijano era músico en una división militar y sabía que el Ejecutivo buscaba estandarizar la música del himno. El problema era escribir la partitura. José Debali era su esperanza. El húngaro había estudiado música en Europa antes de venir a Uruguay en 1838 y escribió más de cien partituras.
Ambos fueron muy amigos (algo comprobado). Lucharon juntos en la batalla de Cagancha con las fuerzas de Rivera y cultivaron una gran relación. Pero la amistad se rompió.
En mi familia se dice que Fernando Quijano pidió a Debali que le escribiera la partitura para presentarla ante el gobierno. La habrían hecho juntos. Mientras Quijano tarareaba con la letra, Debali escribía e instrumentaba. La obra final fue presentada en 1845 a nombre de Fernando Quijano, aunque la partitura fue firmada por F. José Debali y registrada por él.
El artículo 1 del decreto oficial que el gobierno publicó en 1848 dijo: “Declárese Nacional y esclusiva, la música que para el Himno Nacional de la República ha compuesto el Ciudadano D. Fernando Quijano, y con la cual hace un año se canta aquel en las festividades cívicas”.
Siete años después del decreto, Debali escribió una carta en donde se adjudica la autoría del himno. Y le espeta a Quijano que sea lo “bastante caballero como para no atribuirse lo que no le pertenece”. Debali no había reclamado la autoría porque no manejaba el español. Al menos, eso esgrimía en la carta. Solicitaba el reconocimiento, pero ni el gobierno ni Quijano le respondieron.
Durante el siglo XIX, la autoría de la música fue discutida, aunque los historiadores quebraban una lanza por Quijano. Desde el Estado, él era el autor. Debali murió en Montevideo en 1859. Quijano en Paysandú en 1871. Nunca más habían intercambiado palabras desde el comienzo de la disputa.
Entrado el siglo XX, la cuestión pasó a la rivalidad entre familias. El honor de tener el himno de “la Suiza de América” no era algo menor. Los Debali se vincularon con historiadores y personas con influencia política. Contactaron musicólogos para demostrar la autoría. Lauro Ayestarán, uno de los músicos expertos, concluyó que la partitura la había escrito Debali y que él era el autor.
Lo de la partitura no era cuestionado por los Quijano, que elaboraban informes históricos y presentaban libros para defender a su pariente. Era una batalla de nunca acabar. Se llamaban “debalistas” y “quijanistas”. Mi abuelo y su hermano estaban en esta lucha entre Montescos y Capuletos. Mi madre me contó que, en la década del 60, mi abuelo se tomaba fines de semana completos en las reuniones con los quijanistas.
La historia dio un giro en 1979. La dictadura militar dijo que los informes de Lauro Ayestarán eran definitivos para determinar la autoría de la música del himno. Debali fue elegido y Quijano olvidado. En Paysandú, donde murió Quijano, se mandó construir una estatua de Debali y Acuña de Figueroa como ‘los autores del himno’. Un regodeo del destino.
La familia Debali prestó la partitura original a Ayestarán para que la analizara. Cuando murió el músico, su esposa la vendió a la Biblioteca del Congreso de los EEUU. Hoy el papel está encuadrado en marco de oro y descansa a metros de la primera Biblia de Gutenberg, mientras la familia espera que al lado del nombre de Debali aparezca el de Quijano.
Escrito en mayo de 2014