El pasado domingo el nuevo Presidente de Argentina Javier Milei, protagonizó un acto político insólito, aunque no inédito: en su ceremonia de investidura y hablando literalmente de cara al pueblo, le prometió a éste las penas del infierno para el próximo año y medio: inflación, estancamiento económico, desocupación y pobreza. Hasta ahí ya era suficientemente raro como para no creerlo: después de todo no existe registro de un presidente que en América Latina o en cualquier lugar del mundo se inaugure prometiendo dolor. Pero más raro aún fue que ese anuncio fuera recibido por ese pueblo al que se lo estaba diciendo de frente… con una ovación.
Que yo recuerde, un solo mandatario occidental se atrevió a ofrecer a su pueblo “solamente sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” y fue también ovacionado. Fue Winston Churchill en su celebérrimo discurso en la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940. Pero Churchill estaba llamando a su pueblo a una lucha que en ese momento parecía desesperada en contra de una Alemania nazificada que hasta ese día se mostraba invencible. Era, antes que nada, una arenga guerrera.
¿Será que Javier Milei está convocando a su pueblo a una guerra? No es descartable. Después de todo parece que los argentinos practican la política con arrestos bélicos incluso superiores a los nuestros. Pero, de ser así, sus palabras y la reacción de la multitud que lo escuchaba sólo podría llamar la atención de extranjeros, lo que tampoco sería extraño porque el gran pueblo argentino está destinado a llamar siempre la atención del mundo.
Sin embargo, hay algo que los argentinos quizás no sepan. Algo que podría asombrarlos incluso a ellos. Lo que les ha prometido su nuevo Presidente, no es muy diferente -en realidad es igual- al proyecto que acometió en Chile una dictadura militar hace cincuenta años atrás. El proyecto fue exitoso pues logró su cometido: cambió totalmente no sólo el modo de estructurarse y comportarse la economía del país, sino también la mentalidad de quizás la mayoría de los chilenos, que finalmente se adaptaron a ese cambio y comenzaron a actuar en consecuencia.
Pero la imposición de esa nueva realidad no sólo costó esfuerzo y sudor, sino que, sobre todo, sangre y lágrimas. Sólo alguien muy obtuso podría no creer que esa profunda transformación que se logró en Chile en el marco de una dictadura inflexible podría haberse logrado, por lo menos en nuestro país, en condiciones democráticas. Y no podría haberse logrado entonces ni tampoco ahora. La democracia es resistente a cambios profundos, radicales y dolorosos. En democracia los cambios estables sólo se pueden alcanzar gradualmente y sobre la base de consensos.
Lo que el Presidente Milei le está ofreciendo a su pueblo es ese futuro inmediato de dolor, a cambio de una nueva Argentina transformada sobre la base de reformas liberales y austeridad fiscal no muy diferentes de las que se pusieron en práctica durante la dictadura chilena y que en buena medida aún se mantienen, por lo menos como principios que todos dicen estar dispuestos a respetar (v.g. la responsabilidad fiscal). Pero se propone hacer esos cambios con una mayoría opositora en el Poder Legislativo, con prácticamente todos los sindicatos del país en contra (¡y qué sindicatos!), con la leyenda del peronismo como principal adversario cultural y con una tradición de ferocidad en la lucha callejera que encuentra pocos parangones en el mundo. ¿Podrá Milei lograr en democracia y con todos esos elementos en contra lo que en Chile sólo pudo lograr una dictadura?
Difícil pronosticarlo. Lo único seguro es que, en esas condiciones, no cabe más que aceptar que está convocando a sus seguidores a una guerra.