Una ideología desaloja a la otra, no mueren. Para Raymond Aron (1905-1983), en el libro “La Miseria del Historicismo” de Sir Karl Popper, se había difundido en el mundo angloamericano la idea de que el marxismo ofrecía el perfecto ejemplo del historicismo, la pretensión de prever, o más bien de profetizar el futuro de la historia humana en su totalidad.
La mistificación comienza con el propio Marx, cuando bautiza con el nombre de ciencia su profetismo. El pensador alemán, utilizó al economista inglés David Ricardo para forjar una teoría científica de la explotación. Obsesionado con el conflicto patrono-empleados, desembocó finalmente en una utopía mediocre con el pretexto de reemplazar al gobierno de los hombres por la administración de las cosas. El igualitarismo debía administrar a los hombres, incluso en sus mentes.
Para Arón, el marxismo sigue siendo el último sistema ideológico de Occidente de interpretación global. Enseña el origen del mal (la apropiación privada de los medios de producción), los hombres y los grupos malditos (los capitalistas o el capitalismo, sujeto histórico), los hombres o los grupos destinados por la Historia la función de redención y salvación. La responsabilidad de Marx proviene de que unió un análisis de condena al capitalismo por un lado y un profetismo-utopía del socialismo por otro.
El pensador de derecha, haciendo una mirada crítica, dice que los instrumentos de análisis – plusvalía, explotación— se aplican indiferentemente a cualquier régimen conocido en su tiempo, ya sea la propiedad privada o colectiva, ya pase la plusvalía por las empresas y por los ingresos individuales, o por la clase burocrática.
La aspiración a la igualdad tropieza con realidades indestructibles: la estratificación social, identificada o no con una sociedad de clases; la aspiración de ser una personalidad única, irremplazable, difícilmente se adapta a la socialización de los individuos en instancias sociales, familia, escuela, grupos semejantes; olvida que el aumento de la productividad del trabajo, puede mejorar la condición de todos; que los recursos naturales, acrecentados año a año, permiten darle a Pedro sin quitarle a Juan.
¿Es justificable el Historicismo? se pregunta. ¿Es aceptable la creencia en el progreso? No, por que esta se basa en un error de hecho; el conjunto de la sociedad no se transforma al mismo tiempo. No pueden reunirse a los miles de grupos humanos, desde las hordas paleolíticas y las tribus neolíticas hasta los imperios y las naciones de nuestro tiempo, bajo el concepto de Historia.
Para el francés, no hay humanidad posible sin tolerancia y a nadie le es dado poseer la verdad total. Sin lugar a dudas, las sociedades que hasta ahora se han conocido, han sido injustas (evaluadas según los conceptos actuales de justicia), pero falta saber lo que sería una sociedad justa, si es definible y realizable. A quienes vivían en ellas, las sociedades modernas les parecen más injustas de lo que les parecían las del Antiguo Régimen, por una simple razón: las modernas sociedades democráticas invocan ideales en gran medida irrealizables.
Raymond Aron le había dado a la palabra ideología un sentido preciso y restringido que la acercaba a la religión secular. Natural y humana, la historia sigue siendo un drama sin unidad. ¿Qué ocurre con el historicismo? se pregunta el pensador judeo francés. ¿Acaso no somos prisioneros de un sistema de creencias que interiorizamos desde nuestra primera infancia y que condiciona nuestra distinción del bien y del mal? El dogmatismo, que aspira a una verdad última en una materia que compete a la investigación científica, ofrece blanco a la crítica. Del abandono de las verdades absolutas se sigue al derecho de todos a participar en el diálogo político sobre el destino común.
Bibliografía: Memorias. Alianza Editorial, 1983.