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Raúl Lorenzo Batlle
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Raúl Lorenzo Batlle

Raul Lorenzo Batlle,  empresario, Senador (Partido Colorado)

Para mí todo comenzó mucho antes porque el viejo sabía lo que se venía y en octubre del 72 denunció el golpe y el acuerdo entre tupas y milicos porque en el fondo el fin de ambos era el mismo: terminar con la clase política y la democracia. Pero no tengo recuerdos precisos del día del golpe; sí el antes, el después y el durante.

Mi padre fue el primer preso político de los militares; en plena democracia es apresado y le hacen un juicio marcial sin derecho a defensa. Lo vinieron a buscar a casa la noche del 24 de octubre y se les escapó saltando por los techos del departamento en que vivíamos que nos había prestado el negro Sanguinetti. Se escapó de techo en techo hasta llegar a un piso y se escondió en la casa de una señora que esa noche le dio alojamiento.

Se entregó el día siguiente, que era su cumpleaños. Fue preso al cuartel del regimiento número uno de Montevideo y lo teníamos que ver desde afuera porque no nos dejaba entrar. Para un niño era difícil saber y entender que tu padre estuviese preso si era bueno. ¿Cómo podía ser que una persona buena estuviera presa? Durante años, de chico, siempre pensé que me iba a tocar ir preso. Pensaba que como mi padre había ido preso, yo también iría. Increíblemente el viejo conservó una carta que le escribí a los siete años de edad cuando estaba encarcelado.

Ya más adelante le quitaron el pasaporte y cerraron el diario Acción. No solamente le quitaron sus derechos como ciudadano, la persecución fue continua, hicieron todo lo posible para exterminarlo -aún económicamente- y terminaron rematándole todo.

Pero antes habíamos sido objetivo de los tupas. Atentaron con bombas contra la casa de mi abuelo en Punta del Este y hasta habían planes para secuestrarnos. El viejo fue perseguido de un lado y del otro por estar del lado de la Paz y la Democracia. De la misma manera que el ciudadano común fue el jamón del sándwich. Entre los tupas y los milicos la ciudadanía quedó en el medio.

Durante la dictadura teníamos los teléfonos pinchados y varias veces se llevaron al viejo detenido. En el 78, una vez a las seis y media de la mañana tocan timbre en departamento y mi hermana me dice, “Mono andá a ver que están tocando timbre”. Eran milicos sin identificación que habían logrado pasar la puerta principal del edificio y llegaron hasta la puerta del apartamento. Por la mirilla veo que eran varios tipos armados —con metralleta algunos—y tenían vigiladas todas las puertas del apartamento. Sin preguntar nada fui corriendo al cuarto de mis padres, lo despierto y le digo “Papá te vinieron a buscar” y le describo la situación. El viejo agarra una pistola que tenía, se la pone atrás del pantalón del pijama y va a la puerta y yo tomo otra pistola y voy corriendo a la otra puerta a mirar por la mirilla dispuesto a todo con 13 años. Lo invitan a que los acompañe y el viejo les dice “¿invitación?, ¡me están llevando detenido!”. Y les pide para vestirse, y va a su cuarto y yo atrás, y se viste —me acuerdo con risa de ese momento, porque pone un peine en el bolsillo y yo pensaba, “tiene todo pelado y se lleva el peine a la cárcel”—. Y me pide que lo acompañe y vea a dónde lo llevan. Sale del departamento, se entrega y nos metemos con los policías en el ascensor. Le preguntan por qué yo bajaba con ellos y les contesta: “para que vea a donde me llevan”. Yo fui con la pistola escondida; ¡qué dementes que éramos, por dios! Vi como se lo llevaban en las famosas “chanchitas” de color azul —sin identificación—, aquellas camionetas tipo Chevrolet C10 cerradas.

No recuerdo el día del golpe, pero sí las otras vivencias. Porque fue difícil para nosotros, como para muchos, aunque por suerte no sufrimos lo que otras familias inocentes que tienen desaparecidos, torturados y asesinados.

Creo que los uruguayos hoy somos muy conscientes de nuestra democracia y aprendimos a cuidar nuestra libertad, nuestra Republica y nuestra Paz. Hemos dejado todo esto bien atrás en el pasado. Como toda herida grande cuesta cerrar, pero después de cincuenta años creo que vamos lento pero seguro cicatrizando todas esas heridas. Falta un último paso que ojalá se logre: encontrar a todos los desaparecidos.

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