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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Una estrategia peligrosa

Luego del magro resultado electoral en las votaciones municipales y locales de este mes, el Partido Colorado se abocó a una discusión que, aún siendo de estrategia electoral, hace parte de una más comprensiva ya obligatoria para la colectividad de Rivera: qué cambiar para volver al poder luego de 35 años de perder el departamento de Montevideo y 20 de no gobernar el país.

Andrés Ojeda y Julio Ma. Sanguinetti, una vez conocidos los resultados, y haciendo hincapié en las intendencias que no hubiese obtenido el Frente Amplio si colorados y nacionalistas hubiesen integrado un lema común, insistieron con la idea de sumar votos mediante una coalición electoral formalmente constituida.

En filas coloradas la idea no es aceptada pacíficamente, posición que es compartida por la línea editorial de EL DIA. Antes que el Partido Colorado pase a integrar un movimiento tipo Frente Amplio, es necesario tener una discusión detenida, fundamentada, profunda y sincera sobre el funcionamiento y orientación del partido para descifrar por qué las victorias —y los gobiernos— son cosa de otrora.

Por lo pronto, si la preocupación pasara de un eje secundario—la forma de acumular votos con varios partidos para que el Frente Amplio no acceda al poder—, a otro más importante y previo —cómo llegar a la ciudadanía pars detener la sangría de votos que se inició hace décadas— habríamos avanzado bastante.

Los partidos políticos son herramientas institucionales de la democracia. Organismos vivos que permiten a la ciudadanía expresar sus demandas, intereses, y perspectivas, para que sus representantes gobiernen teniendo en cuenta aquellas demandas, intereses y perspectivas. 

Así, el Partido Colorado diseñado por José Batlle y Ordóñez posibilitó la construcción del Uruguay moderno. Batlle, al interpretar e incorporar a las masas a su proyecto partidario, abrió espacios y dio voz. Perfiló al viejo partido de la Defensa para que éste se convirtiera en una usina de ideas y, más importante, pudiera concretarlas. 

Por eso se conquistaron cumbres —las que soñaba o reclamaba el pueblo— y el Partido Colorado, además, impulsaba a mandantes y mandados, ciudadanos y representantes, a atreverse al progreso. “…siempre hay otras más allá, siempre claras, luminosas y más altas cumbres hay”.

Naturalmente, para llegar a la concreción de ideas —ser verbo y acción— el Partido Colorado accedió al gobierno y derrotó al adversario en las urnas o alcanzó un grado de representatividad tal como para negociar y conquistar espacios.

Por eso tenemos un país laico, donde el divorcio, el derecho al voto y la igualdad de derechos para las mujeres se lograron antes que en muchas otras naciones. Por eso se pudo promover el descanso de los trabajadores limitando la jornada laboral y el bienestar de los mayores a través del sistema de jubilación. Por eso se logró impulsar la educación como una herramienta que concretase la igualdad de oportunidades y la movilidad social ascendente. Y como se ha puesto de moda en estos días, cerramos esta lista no exhaustiva de conquistas recordando que el Instituto Nacional de Colonización es producto de una ley batllista.

Contapongamos todo lo anterior a la renuncia del expresidente de Ancap, Alejandro Stipanicic, quien renunció a su puesto durante el gobierno de coalición por tener una visión distinta a la que desde el gobierno se le asignaba a la empresa estatal.

Hay una discusión y, obviamente, una tarea de reconstrucción partidaria que asumir. Que en las elecciones municipales dirigentes colorados se hayan sumado a campañas de dirigentes nacionalistas —no importa a cambio de qué posiciones futuras, ya que la experiencia demuestra que desde éstas poco se ha influido en la gestión municipal—parecería una buena razón para encararlas. Sobre todo porque ello ha provocado fuertes divisiones en la dirigencia y electorado departamental, una arista más del desmadre y desprestigio cuyos resultados son más que obvios.

No obstante, dado que la idea del lema común agrupando a los partidos tradicionales ocupó el debate, EL DIA difundió una serie de argumentos en contra tanto en editoriales como en notas firmadas por colaboradores colorados..

Álvaro Ahunchain, desde su columna en El País, criticó las posiciones contrarias a la coalición. Nos interesa su opinión porque, primero, es un analista lúcido y, segundo, porque creemos que su colectividad  —el Partido Independiente— que en el pasado gobierno tuvo un importante y positivo rol, tampoco se beneficiaría por ser parte de un nuevo lema.

Presentado como argumento final en su nota, Ahunchain afirma que los opositores al “coalicionismo” lo hacen por una cuestión de principios. No creemos que sea el caso. Por principios se defiende la democracia, la libertad, la laicidad. Integrar una coalición no pasa, en este caso, de ser un tema electoral. 

Que la coalición pueda comprometer la identidad colorada (y restarle electores) es algo que, por su puesto, hay que cuidar para no quedar “solos en una balsa a la deriva” algo que ya está sucediendo dados los exiguos porcentajes de votantes obtenidos en los últimos años años. Pero no debe confundirse una arquitectura electoral que sirva más o menos a los intereses partidarios, a los principios que nos separan de algunos de los partidos que integran el Frente Amplio

La preocupación de quienes rechazan la integración del Partido Colorado a un nuevo lema corre por otro carril, mucho más importante. La existencia misma de la colectividad desde la cual defender principios que hacen a derechos inalienables.

A nuestro juicio el Partido Colorado integrado a una coalición corre el riesgo de continuar votando poco y mal por un par de rezones obvias. Primero, porque si analizamos el comportamiento electoral de los movimientos minoritarios que forman parte de la única coalición nacional existente—el Frente Amplio— es posible apreciar como se han diluido ante la radicalización provocada por el peso electoral de otras fuerzas cuya organización ha creado no solo una identidad propia sino la fidelidad de sus electores.  Segundo, porque conformar un lema común  terminará por desdibujar completamente su definición partidaria, algo que ya le ha costado la pérdida de su base electoral y, con ella, la organización territorial que mantenía dicha base. 

En esta línea de razonamiento, el Partido Independiente y su líder natural, Pablo Mieres, nos brindan un argumento a favor de nuestra tesis: ¿Qué otro motivo, más que su participación en la coalición republicana explica la perdida de apoyo en las últimas votaciones nacionales? Tal vez habría que plantearse si para el elector independiente la participación de Mieres en un gobierno integrado por los partidos tradicionales y Cabildo Abierto no fue percibido como la pérdida de un perfil definido, más allá de que su gestión al frente del Ministerio de Trabajo —así lo creemos— haya sido una de las mejores en varias décadas.

La política es más compleja que contar los votos ganados o perdidos por Pedro Bordaberry, Guillermo Stirling, Ernesto Talvi o Andrés Ojeda. Cuando un partido, antes sinónimo de gobierno, lleva 20 años sin acceder al poder nacional y más de dos décadas sin imponerse en dos bastiones claves para ganar las elecciones es necesario revisar su esencia actual y no solo a sus candidatos. La teoría de la “heladera” como postulante frenteamplista en las elecciones municipales nos exime de mayores elucubraciones.

Por eso consideramos imprescindible preservar la esencia y el carácter de los partidos políticos. En ese sentido, como estrategia posible, podría pensarse la doble vuelta municipal, cambiando la proporcionalidad de las Juntas Departamentales, así como adoptar el sistema parlamentario de gobierno.  Entre otras cosas podríamos apreciar as ventajas de las concertaciones flexibles sobre las coaliciones pétreas. 

El editor.

 

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