Cabildo Abierto nació con la promesa de renovar la política uruguaya desde una ética firme, nacionalista, artiguista. Hoy, esa promesa aparece sepultada bajo capas de contradicción y oportunismo. El reciente episodio protagonizado por el diputado Álvaro Perrone muestra a la perfección la desorientación en que se encuentra la fuerza fundada por Guido Manini Ríos.
Primero, Perrone justificó su voto a favor de los artículos clave de la Rendición de Cuentas como un “acto de responsabilidad” para evitar un desfinanciamiento del Estado. Argumentó que era necesario pensar “en los más frágiles” y garantizar fondos para salud y servicios básicos. Hasta ahí, parecía haber optado por el bien común.
Pero días después, en respuesta a las críticas de blancos y colorados —sus antiguos socios de coalición— lanzó un ultimátum: “O se nos respeta, o no cuenten con nosotros.” La “responsabilidad” quedó subordinada a la necesidad de marcar presencia, de ser tenidos en cuenta, así sea desde la amenaza.
¿Se puede actuar por el país y al mismo tiempo condicionar la gobernabilidad al respeto forzado? ¿Se puede votar con el Frente Amplio, luego acusar traición dentro de la coalición, y todavía reclamar coherencia ajena?
En 2019, Cabildo Abierto sorprendió con un 11,04% de los votos, conquistando 3 senadores y 11 diputados. Fue una entrada exitosa, vista por muchos como una alternativa al desgaste de los partidos tradicionales. Pero cinco años después, la ciudadanía les dio la espalda: en las elecciones de 2024 apenas alcanzaron el 2,45%, sin bancas en el Senado y apenas representado en la cámara baja.
Lejos de asumir ese veredicto con humildad republicana, CA opta por culpar a otros cuando lo ignoran, y por subir el tono cuando no encabezan la agenda. Lo que alguna vez se presentó como un movimiento moralista hoy sobrevive como figura decorativa, que exige respeto, pero no ofrece consistencia.
En uno de sus escritos más recordados, José Artigas dejó una frase que debería pesar sobre quienes se dicen herederos de su pensamiento:
“No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad.”
Con esas palabras, el prócer se refería al deber de no traicionar los principios por conveniencia disfrazada de necesidad política, a la venta de convicciones a cambio de relevancia o supervivencia.
Hoy, esa advertencia resuena más vigente que nunca. Cabildo Abierto parece dispuesto a negociar lo que sea por un poco de aire político. Lo hace votando con quienes ayer llamaba enemigos ideológicos, y luego chantajeando a quienes solía llamar aliados.
Después de esto queda el oportunismo. Queda el discurso. Queda una amenaza vacía que dice: “o se nos respeta, o no cuenten con nosotros”, cuando la verdad es que ya casi nadie cuenta con ellos.
Queda, también, una advertencia para todos los partidos: no basta con hablar de la patria, del pueblo o de la república. Hay que honrarlos con actos coherentes. Porque cuando la política se convierte en espectáculo, y la responsabilidad se transforma en chantaje, no queda espacio para la esperanza democrática.
Y cuando los partidos venden sus principios al precio de la necesidad, como advirtió Artigas, lo que se pierde no es una elección. Es la dignidad.


