(*) Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile
Una de las frases que más se recuerda de Blaise Pascal, es su afirmación de que “el corazón tiene razones que la razón ignora”. Se la asocia al pathos aristotélico: en última instancia la pasión imponiéndose como argumento. Al pathos se opone el logos aristotélico, el mundo de la lógica y el razonamiento. Se le opone, pero puede convivir con él. Los argumentos racionales, los datos, la apelación a la razón como argumento pueden ganar fuerza si se los asocia al camino para resolver problemas acuciantes, esto es si se los asocia a esas necesidades en las que suelen incubarse las pasiones.
Desde luego la democracia -aquella en que la opinión mayoritaria fija el rumbo, pero sólo a condición de escuchar y respetar la opinión de los otros- es el espacio natural de existencia y desarrollo del logos. Esa misma democracia, en cambio, no podría sobrevivir dominada por el pathos, porque la pasión imponiéndose en el escenario social termina por ahuyentar a la racionalidad, anular el diálogo y extinguir la posibilidad de acuerdos que reflejen respeto por todas las opiniones.
En última instancia, la influencia relativa del pathos y el logos en una sociedad va a depender de la cultura política de esa sociedad, de su madurez como conglomerado humano dispuesto a vivir y desarrollarse colectivamente. ¿Hemos alcanzado en nuestro país la madurez que permita que logos y pathos se complementen en nuestra convivencia social? ¿Que convivan fortaleciendo nuestro desarrollo político? ¿Que asociados se constituyan en pilares de nuestra democracia y no en amenazas para ésta?
Desde el “estallido social” y probablemente desde el momento en que comenzaron a desarrollarse las condiciones que lo alimentaron, el pathos ha estado modelando nuestra política nacional. La elección y la obra de la Convención Constitucional fueron expresión de ello, y también la reacción popular que se les opuso y terminó rechazándolos en un plebiscito. Ha habido destellos de racionalidad, como en las dos decisiones que han unido a todas las fuerzas políticas para dar lugar a procesos constitucionales, pero han sido sólo eso, destellos.
El desempeño individual de algunos integrantes del equipo del Presidente Boric, y muchas veces el propio Presidente, tampoco han ayudado a reducir la presencia del pathos. Errores políticos gruesos, como el apoyo al proyecto de la Convención Constitucional, pero también demostraciones de inmadurez (la conversación grabada en la Cancillería), arrogancia gratuita (el Presidente criticando la ausencia de un representante de Estados Unidos que estaba sentado a su lado), niñerías (las piernas del Presidente agitándose bufonescamente en la boca de un tobogán infantil). Hasta terminar con su ala izquierda de apoyo, el Frente Amplio, mostrándose como una vulgar máquina dedicada a aplicar fórmulas para vivir del erario público. Todo eso, en el corto plazo que Boric lleva gobernando, no sirve precisamente como paliativo al pathos que ha estado rigiendo nuestra política.
Pero el pathos, solo, no sirve como sostén permanente de una democracia. La democracia no sólo exige diálogo, es diálogo. Y en nuestro caso si bien deben criticarse con pasión los errores, desaciertos y bufonadas, también debe abrirse paso al diálogo y a la negociación: a la política.
El gobierno ha ofrecido soluciones a algunos problemas acuciantes, que afligen a toda la población. Ha planteado proyectos de reforma en los ámbitos tributario y de pensiones y se ha propuesto acelerar una importante legislación relativa a seguridad pública. Sus proyectos, desde luego, están elaborados y presentados desde su propia perspectiva, pero el Presidente, en su mensaje a la nación, declaró estar dispuesto a modificarlos en función de la negociación que pudiera establecerse con sus opositores. Es verdad que cualquier acuerdo, en uno o todos sus proyectos, va a significar una condecoración que el Presidente colgará en su pecho. El pathos puede llevar a sus adversarios a negarle esa satisfacción y esperar que su gobierno acabe en la parálisis y probablemente en la desesperación. Pero también es cierto que el logos nos dice que, en todas esas materias, las soluciones no pueden esperar y van a seguir lastimando a todas las chilenas y a todos los chilenos, no sólo a los seguidores del Presidente.
Sólo el pathos puede explicar afirmaciones como las del diputado Guillermo Ramírez, jefe de la bancada de la UDI, que, al justificar su rechazo a siquiera conversar con el gobierno sobre una reforma tributaria, no toma en consideración la necesidad de recursos para enfrentar problemas urgentes, sino sólo la sinvergüenzura que anida en partidos del Frente Amplio. Y lo mismo con la actitud de la CPC, que luego de avenirse a contribuir con su opinión a modificar el proyecto de reforma tributaria mediante un pacto fiscal, finalmente dejó hablando solo al ministro Marcel.
Únicamente la pasión, o incluso el odio, pueden llevar a desconocer que todos los proyectos y esfuerzos por el diálogo que ha desarrollado el gobierno, provienen de aquellos ministerios que el Presidente ha decidido dejar a resguardo de la centroizquierda, es decir de aquella parte de su base de apoyo que no comparte los delirios refundacionales del PC-Frente Amplio, ni se destaca por bufonadas o irresponsabilidades. ¿Qué tiene que ver Mario Marcel con Catalina Pérez? Sus historias personales, sus ideologías, sus lenguajes pertenecen a mundos diferentes. Sin embargo, en virtud del imperio del pathos, es posible que el pacto fiscal que busca Marcel perezca debido a las acciones de Catalina Pérez y sus cómplices. Que, por efecto del pathos, Pérez resulte el pretexto perfecto para hundir a un gobierno que Marcel, y otros y otras como él, tratan de mantener a flote, creo, por el bien de Chile.
Es hora de demostrar nuestra madurez como sociedad. De volver al equilibrio entre pathos y logos en nuestra política. Critiquemos y exijamos con el mayor rigor, con pasión, todo lo criticable, pero busquemos también corregirlo. Es el momento en que la oposición, si es patriótica, como también creo, utilice la puerta que el gobierno ha dejado abierta en su búsqueda ya desesperada de diálogo. Negocien todo lo que haya que negociar. Corrijan y perfeccionen los proyectos del gobierno, no se limiten a desdeñarlos. Incorporen en la negociación todos los temas que crean urgentes. Aprovechen la ocasión para ampliar la transparencia y los controles sobre el aparato estatal.
Dejen que la negociación impere en la política. Dejen volver al logos a nuestra sociedad.