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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

No al fusionismo. El Partido Colorado debe ser protagonista

En estos tiempos donde los eslóganes se confunden con los principios, conviene hacer algunas precisiones. Hay quienes andan diciendo, con tono de revelación mesiánica, que “la Coalición Republicana vino para quedarse”. Olvidan que vino y tuvo que irse.

Se entusiasman con la idea de un gran frente antifrentista, pero en esa cruzada olvidan un pequeño detalle: si eso implica disolver los partidos en un único lema, lo que viene para quedarse no es una coalición, sino una liquidación.

Y que no me vengan con el cuento de que “ser coalicionista” es sinónimo de tener espíritu democrático y voluntad de acuerdos. Nosotros no somos cavernarios, somos acuerdistas, como corresponde a cualquier republicano moderno. Sabemos que los sistemas parlamentarios contemporáneos exigen diálogo y pactos. Pero una cosa es acordar, y otra muy distinta es entregarse con moño a la maquinaria blanca, como si el Partido Colorado fuera una subespecie política del Partido Nacional.

La diferencia es muy clara. El acuerdismo es una herramienta. El coalicionismo, tal como lo proponen, es una ideología de sumisión. Cuando dicen “Coalición Republicana” no están hablando de una alianza, están hablando de un partido nuevo, sin historia, sin alma y sin rumbo propio.

¿Qué pasaría si aceptáramos el juego del “lema común”? Que desaparece el lema Partido Colorado. Y con él, la posibilidad de diferenciación, de identidad, de renovación real. Seríamos apenas una agrupación más dentro de una suerte de “Honorable Comité de Coristas”, donde departirían Bianchi, Da Silva, algún colorado fusionado, tal vez el diputado Perrone, y por cociente decreciente —sí, otra ironía— alguien del Partido Independiente. Una mezcla con más ruido que ideas. Vaya compota.

Lo peor es que este híbrido, como tantas cruzas forzadas, no es fértil políticamente. Porque no nace de una visión compartida, sino del miedo a perder poder. Y el miedo no genera renovación, solo estancamiento.

El que quiera que lo cocinen, que se meta en el horno. Nosotros preferimos estar crudos, pero enteros.

Nuestro problema no es con el entendimiento entre partidos. De hecho, siempre fuimos capaces de construir puentes. Nuestro problema es con la pérdida de identidad como precio de ese entendimiento. Porque si todos vamos en el mismo paquete, si en campaña no hay matices ni perfiles, entonces ¿quién representa a los que no se sienten ni blancos ni frenteamplistas? ¿Quién ofrece algo nuevo?

Tal vez por eso, cuando llegó la hora de la verdad, muchos colorados que habían puesto el cuerpo como ministros o subsecretarios —con razón o sin ella— terminaron sin respaldo ni defensa. Cardoso, Talvi, Ache, Peña… cada cual con su historia, pero todos pagaron el precio de no marcar, de agachar como Partido el lomo, de ser “más luisistas que los luises”. ¿Eso es lo que queremos repetir?

Algunos compañeros, es cierto, ven esta coalición como una movida táctica para evitar la fragmentación. Respeto su intención, pero la estrategia es ingenua: confunde supervivencia con fortaleza. La identidad no se negocia, se reconstruye. ¿De qué sirve un puesto ganado por ósmosis si perdemos nuestra esencia? Peor aún: al diluirnos, dejamos un vacío que llena el Frente Amplio por defecto.

Sin un Partido Colorado fuerte, el FA se convierte en el recipiente inevitable de los desencantados, como ya ocurrió en varias intendencias del interior, donde la improvisación y la falta de opciones claras empujó a muchos electores hacia el Frente.

Así, nuestro silencio no solo nos debilita, sino que fortalece al adversario que decimos combatir.

El Partido Colorado debe competir desde su reconstitución programática, no esconderse en fusiones. Eso implica exhibir con orgullo nuestros logros históricos —la defensa de la laicidad, las conquistas sociales batllistas, la modernización del Estado— mientras denunciamos los fracasos frentamplistas: su parálisis corporativa que ahoga el emprendimiento, su sumisión a intereses gremiales que frenan la competitividad, y su transformación en un ensamblaje de corporaciones y cúpulas sindicales. Solo así ofreceremos una alternativa real a quienes rechazan tanto el inmovilismo FA como el centralismo nacionalista. Un PC fuerte, con voz propia, evita la peligrosa bipolarización y enriquece el debate democrático: es antídoto contra el monólogo frentista y el desgaste blanco.

Para evitar este destino, los sectores colorados, más allá de su actual rol opositor o de su participación en el gobierno, deben empezar a construir y difundir las bases de una identidad programática clara, incluso lejos de los tiempos electorales. Esto implica articular un proyecto que combine los principios liberales y solidarios del batllismo moderno: políticas económicas que promuevan la libertad individual y el emprendedurismo, junto con un compromiso social que garantice equidad y oportunidades para todos. Comunicar esta sustancia identitaria —a través de foros, documentos programáticos y diálogo con la ciudadanía— permitirá al Partido Colorado presentarse como una fuerza con ideas propias, no como un apéndice de otras estructuras. Solo así se podrá reconquistar la confianza de quienes buscan una alternativa con raíces históricas pero mirada hacia el futuro.

Y sí, seguiremos dialogando, como siempre lo hicimos. Pero no vamos a disolvernos para agradar a nadie.

Nosotros no somos anti-frentistas como ideología. Somos pro-Uruguay. Y por eso no aceptamos disolvernos en un proyecto que no piensa el país desde la diversidad, desde la historia ni desde la libertad. Si aceptamos esa fusión de partidos tradicionales, lo único que vamos a lograr es empobrecer el sistema democrático. El club grande se va a comer al chico. Y al final, la única oposición visible será el FA, que ya entendió cómo multiplicarse mientras nosotros nos dividimos o nos neutralizamos.

El Partido Colorado puede y debe renovarse, pero desde adentro, con cabeza propia, sin tutelajes. Ser antifusionista no es una postura caprichosa ni nostálgica. Es una defensa racional del pluralismo, de la identidad histórica y del derecho a construir un proyecto colorado moderno, batllista, liberal y empático.

Y si algunos compañeros confunden acuerdismo con coalicionismo, será nuestra tarea explicarles la diferencia. Porque hay mucha gente de buena fe, que dice “soy coalicionista” cuando en realidad quiere decir “quiero que dialoguemos, que no se repita el FA de los frustrantes bloqueos corporativos”. A esa gente hay que hablarle claro: no hace falta entregarse para acordar. No hace falta callarse para convivir.

Así que no. No somos fusionistas. Somos colorados. Y no nos da vergüenza decirlo en voz alta.

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