La victoria del líder de La Libertad Avanza (LLA), Javier Milei, no sólo sorprendió a los uruguayos, sorprendió a los argentinos también. Podría afirmarse que las encuestadoras se equivocaron feo, si no se tuviesen en cuenta algunos datos: las elecciones eran abiertas, hubo un abstencionismo muy importante y tal vez fue difícil ponderar si los encuestados eran totalmente veraces cuando manifestaban su intención de voto a un candidato “políticamente incorrecto”.
Pero Milei ganó y ahora las últimas encuestas lo muestran al frente de las preferencias de los argentinos para las próximas elecciones de octubre. Y ya hay algunas que arriesgan una proyección a la segunda vuelta electoral, a disputarse con el candidato de Unión por la Patria, Sergio Masa, en la que el libertario saldría victorioso.
Y el fenómeno empieza a ser analizado hasta el cansancio. Que el voto enojado. Que el lenguaje directo —hasta grotescamente directo—. Que la desesperación del electorado. O que todo junto. Algo así como el recordado “que se vayan todos”, al cual se le podría agregar “y que venga éste”.
Lo que resulta preocupante es que el estilo —la forma podría decirse— sea la real apelación al voto, desde el peinado hasta el léxico, pasando por una exteriorización futbolera, a puro salto y grito, que apunta más a la pasión desbordada que a la razón. Porque una cosa es el lenguaje llano pero inteligible, y muy otra es la apelación a la rabia, la falta de criterio, la angustia o el fanatismo.
Ayer se conocieron las sentencias contra dos integrantes del movimiento Proud Boys que atacaron el Capitolio en Estados Unidos, tratando de impedir la proclamación del nuevo presidente electo, Joe Biden, en un hecho en el que los discursos incendiarios, el llamado a los sentimientos y las exaltaciones de barricada estuvieron a la orden del día. Esa jornada las formas se llevaron al contenido, lo borraron del mapa, y pasó lo que pasó.
El comandante del grupo extremista, Ethan Nordean, recibió una condena de 18 años, y Dominic Pezzola, quien rompió la primera ventana franqueando el acceso al edificio, una de 10. La severidad de las penas da una noción del bien jurídico protegido y éste del peligro intrínseco en la mezcla explosiva de las arengas inflamatorias y la pérdida de conciencia crítica.
Podría pensarse que este editorial tiene como finalidad analizar el pensamiento y discurso de Milei, lo que es cierto hasta determinado punto: cuando el mismo es funcional a su estrategia. Cuando reconoce que la desesperación es su mejor aliada, no para guiarla con una actitud reflexiva, sino conducirla a un estado de ánimo rupturista.
Y no es que Milei no tenga ideas, que las tiene, más allá de que las mismas sean buenas o malas, irreflexivas o delirantes. Al fin y al cabo, si la izquierda puede madurar en el poder, bien lo podría hacer la derecha, ¿o no?. El asunto está en cómo se presentan y ante quien, porque las soluciones sencillas a problemas complejos no son reales, y quienes esperan que la libertad llevada al extremismo arreglará el mundo, se van a frustrar mas temprano que tarde cuando vean que la convivencia le pone sus propios límites a la mismísima libertad.
En todo caso, además, esta reflexión está dirigida no sólo al candidato —hasta ahora— estrella de la política argentina. Se ocupa del estado en que las elecciones encuentran a parte del colectivo que tiene la responsabilidad de elegir, depositado su esperanza en ese candidato. Desesperado, pobre, ineducado, presa fácil de la demagogia, la prebenda y, peligrosamente, de la insensatez disruptora. Que hay muchas formas de violencia, una de ellas como se la genera.
Podría pensarse que este editorial tiene como finalidad analizar la suerte de nuestro hermanos argentinos. También, es cierto hasta determinado punto: quisiéramos que el padecimiento que sufren nuestros vecinos allende el Plata no nos roce siquiera. Que el corporativismo no se meta en nuestras entrañas, que el populismo no haga estragos y que la educación —con filosofía incluida— sea el mejor escudo contra la sinrazón.