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Memoria en piedra
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De niño, en pocos sitios era yo tan feliz como en el paseo de las Carmelitas. El parque de San Francisco parecía estar más allá del muro que separa los Siete Reinos de los Caminantes Blancos. Cerca de esa frontera, el pequeño quiosco de la señora Isa ofrecía todo lo que yo podía desear. Mi madre no quería que la chica que ayudaba en casa me llevara por ahí, pues sabía que aprovechaba para coincidir con su novio. Por suerte, el amor todo lo puede y, como en una nebulosa, recuerdo mis carreras bajo la pérgola de columnas o mis pausas para beber en la fuentecilla del jano, que reforzaba la estética neoclásica del lugar. Ya entonces daba poca agua.

Con el tiempo, el encantador paseo se ha transformado en un espacio más racional, sin tanto jardín y más espacio para terrazas. La fuente que tanto se parecía a la que hubo en la Puerta de Zamora fue suplida por una bañera redonda con chorritos, absolutamente anodina. Hasta el quiosco que sucedió al de la señora Isa fue derribado hace días. Sobre el poste de piedra más alto, permanece la escultura de un chaval con un aeroplano. Siempre me fascinó. Me dejaba las cervicales para verlo y, por fortuna, ahí sigue, testigo de todo lo que pasa. El niño del avión de Agustín Casillas, su primera escultura pública en Salamanca.

La obra de Casillas ha acompañado nuestras vidas, dando cuerpo a nuestros recuerdos. En la infancia, echamos pan a los patos de La Alamedilla junto a Los ciervos. De nuestros muertos nos despedimos hoy en el tanatorio ante la alegoría de El dolor. También ha esculpido la historia de nuestra ciudad, representando nombres que nos definen: Villarroel, Unamuno, Bretón, Farina, Adares, Celestina, etc. Rafael Laínez Alcalá, jiennense que guio a cientos de estudiantes por Salamanca enseñándoles historia del arte, pidió un boceto de Lázaro González a su amigo Agustín que le inspirara para escribir su poema de despedida, antes de trasladarse a Madrid. Tanto gustó al alcalde Beltrán de Heredia, que le encargó el bronce de El Lazarillo y el ciego para ubicarlo junto al Puente Romano.

Este domingo se cumplen cincuenta años de esa colocación. Merece celebrarse, como también sería bueno saber qué fue de Los ciervos o de Diana Cazadora, que desaparecieron hace más de treinta años de La Alamedilla. El rapto de Europa fue vandalizado recientemente en el mismo parque. Y sólo hace una semana que la Náyade de la plaza de la Constitución regresó a su sitio, tras su oprobioso confinamiento en medio de una escombrera de La Aldehuela.

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