Más allá de la sorpresa que pueda causar que un delincuente aparezca públicamente en un medio nacional, la entrevista a Sebastián Marset, este domingo, no agregó nada, como era de esperar. Cualquiera que haya seguido el caso –que fue profusamente tratado en medios uruguayos, bolivianos y paraguayos– podría vaticinar lo que el narcotraficante contó a Patricia Martín, del programa Santo y Seña que emite Canal 4.
Y como suele pasar cada vez que un criminal aparece públicamente sus dichos quedan bajo escrutinio y generalmente son tomados por el público tras el cristal de la duda. Este caso no va a hacer la excepción. Sobre todo si, analizada su versión de las cosas, la intencionalidad resulta obvia: tratar bien a su familia, tratar mal a quienes tratan de capturarlo y juzgarlo, dejar fuera de duda a sus abogados, abrir un canal con la justicia nacional.
En fin, lo que las personas hacen cuando están de un lado u otro del conflicto –el suyo es con la justicia, con la sociedad, podría decirse– y el resultado de sus acciones todavía es incierto: buscar una suerte de negociación que lo ubique lo mejor posible en el futuro en el cual no existen certezas pero hay que construir de alguna manera.
Entonces, pasando raya, las obviedades: que su familia no tiene nada que ver con su actividad, porque está tratando de sacarla del atolladero. Que sus abogados no pagaron a nadie para acelerar cualquier trámite que, aunque correspondía fue bastante expedito, porque no va a echar lodos sobre quienes puede ser sus contrapartes. Que la justicia de Bolivia o Paraguay — y sus funcionarios– son corruptos, porque tiene que preparar el descrédito de quienes están al otro lado de sus intereses.
Si algo podría ser revolucionario en todo este asunto que mezcla –casi– la farándula con la política, el periodismo con el marketing, lo bueno con malo, la verdad imposible con las limitaciones para conocerlas, es que Uruguay se suma visiblemente a aquellos países donde los medios de prensa han entrevistado a quienes son prófugos de la justicia. La espectacularidad cinematográfica del viaje de la periodista es, en si misma, más real y más cierta que el paradero o los dichos del narcotraficante
Mientras tanto el colectivo –que siempre tiene la chance de estar en contra o a favor de algo– se manifestó en las redes sobre las verdaderas razones tras el esfuerzo periodístico. El deber de informar o el beneficio económico del rating. O ambos. Y, como no podía ser de otra manera, la mirada ideológica sobre el asunto dependiendo si el mismo favorece al gobierno o a la oposición, porque la grieta llega a todos lados, hasta por dónde y por qué se cree, o no, a los delincuentes.
En definitiva, esperada como el final de una telenovela, la jornada del domingo tuvo, con distintas motivaciones del público, lo obvio: aquí no hubo final feliz, ni amargo, no hubo final. Lo que sí tuvo fue el componente de estos casos, el morbo, la polémica, las intenciones ulteriores y, hasta si se quiere, la vanidad. Todas condiciones humanas, tanto como, desde que el mundo es mundo, estar de un lado u otro de la moral o la ley