Las fuerzas navales fieles a España habían quedado embotelladas y dividas desde la caída de la isla Martín García a manos del Almirante Brown. Una mitad en el Río Uruguay a cargo de Jacinto de Romarate y la otra en la bahía frente a la Ciudad. El último gobernador del Río de la Plata, que solo lo fue en los papeles, Gaspar de Vigodet reputándose perdido desde el desastre naval acontecido en el Buceo, y a pesar que había jurado sepultarse bajo las ruinas de la Plaza de Montevideo, antes que rendirla, envió el 24 de mayo de 1814 a Buenos Aires al Coronel Feliciano del Río y al Teniente de navío D. Juan de Latre, para tratar un armisticio. El Directorio de Buenos Aires los rechazó de plano sin oírles.
Artigas, luego del enojo del congreso de Capilla de Maciel abandonó el sitio. El Director de las Provincias Unidas, Posadas, le puso precio a su cabeza: 6000 pesos.
El 28 de mayo de 1814, el joven General Carlos de Alvear, integrante de la Logia Lautaro relevó a Rondeau del mando del ejército sitiador. Vigodet, en consecuencia, volvió a despachar al Coronel del Río y a D. Juan de Vargas, al campo sitiador, instruido de entenderse con Alvear, haciéndole una proposición, al mismo tiempo, de que admitiera representantes de Artigas y su primo Otorgués que acampaba en Porongos. Alvear temía que interponiéndose los orientales, no pudiese llegar a un acuerdo ventajoso para Buenos Aires. Otorgués propuso a nombre de Artigas, y en el suyo propio, como medio decisivo de arreglo, que la Plaza de Montevideo renuncie a la sumisión al Rey, formar un congreso independiente de España y Buenos Aires. El Cabildo de Montevideo rechazó el proyecto manifestando que preferían descender sin reproche al precipicio, antes de traicionar sus juramentos.
Alvear le escribió a Otorgués diciendo que estando Montevideo en sus últimos apuros, no admitía otra base de negociación que la entrega de la Plaza, pues quiero verla en poder de mis paisanos y no de los godos, á quien haré eternamente la guerra. Mediante engaños, los artiguistas no tuvieron nada que ver con la rendición de Montevideo.
Los cabildantes acordaron los siguientes términos de capitulación: El gobierno argentino recibía la Plaza de Montevideo en depósito, bajo la expresa condición de reconocer la integridad de la Monarquía Española- de la cual eran integrantes la Provincias Unidas del Río de la Plata- y a su legítimo Rey, Fernando VII. Hasta el Congreso de Tucumán, los argentinos fueron fieles a la corona y a España, más no querían saber nada con la metropolí en manos de Napoleón. Artigas ya había planteado la independencia de España en las Instrucciones de 1813. El Gobierno argentino enviaría a la Península Ibérica a diputados para que hicieran un ajuste definitivo. Los intereses religiosos, sociales y económicos de los habitantes de Montevideo serían eficazmente protegidos. Se debía otorgar libertad para los prisioneros de uno y otro bando, amnistía para los desertores y restitución de propiedades. No podrían sacarse de la Plaza las armas y municiones. La guarnición que la ocuparía sería de 1500 hombres. No se levantaría en la Plaza otra bandera que la española.
El 19 de junio de 1814 partieron con un proyecto de capitulación los parlamentarios de Vigodet, quienes fueron recibidos por Alvear en la Capilla de Pérez.
Esta capitulación fue ratificada por Vigodet el 21 de junio de 1814. Así llegaron a Montevideo los indispensables víveres, doscientos ángeles con forma de reses, se cambiaron prisioneros. El 22 de junio se tomó la Fortaleza del Cerro. El 23 entraron los argentinos a la Plaza a las cuatro de la tarde. Fueron a las doce del mediodía, cuando en columna cerrada, desplegando sus banderas, y al son de trompas y cajas, por el portón de San Juan, para no encontrarse con el ejército sitiador, que entró por el portón de San Pedro, que la guarnición derrotada salió al campo, desalojando la Plaza. Dos mil seiscientos guerreros. Nicolás de Vedía recibió las llaves. “ Habitantes, reposad tranquilos en el seno de vuestras familias inocentes. Volved al centro de vuestras relaciones. Las tropas del ejército de mi mando os recibirán en su brazos con la más estrecha fraternidad”.
Alvear faltó a todas las promesas. Se izó el pabellón blanco y celeste de las Provincias Unidas. Se apresaron a los soldados realistas llevándolas primero al Cuartel de Filipinas, es decir la Casa de los Negros, la Casa de Pérez y la Isla de Ratas. Se los obligó a enrolarse en el ejército de las Provincias Unidas aunque unos trescientos fueron llevados como prisioneros a Buenos Aires al negarse. Se apropiaron de los pabellones reales. Se arrestó al Gobernador Vigodet y se le envió a Río de Janeiro. Se les pidió a los cabildantes que juraran obediencia al supremo director de las Provincias Unidas, poniendo la mano en el pecho y no sobre los santos evangelios.
Alvear declaró a la vez buenas presas todos los buques mercantes que se encontraban en el puerto y autorizó su rescate pagando la mitad de su precio. Posteriormente hubo un secuestro de propiedades y mercaderías de españoles ausentes, que fueron designadas con el nombre de propiedades de extraños y además se impuso al pueblo una contribución mensual. Hasta la imprenta que fue un regalo de la princesa portuguesa Carlota Joaquina terminó del otro lado del estuario, al igual que todo el armamento de la Plaza.
El 30 de junio de 1814, Carlos María de Alvear, mediante proclama pública, explicó a los montevideanos porqué había entrado a discreción. “Es verdad que se acordaron los preliminares de una capitulación honrosa, pero ellos no fueron ratificados. Sin este requisito, cualquiera de las partes contratantes quedó expedita para renovar la agresión. Yo me aproveché de la ocasión que me preparaba lo favorable de un momento. Entré a la Plaza con el ejército de mi mando, pero entré a todo trance. No por ello os intimideis, ya que la Plaza ha sido rendida a discreción de un enemigo generoso”.
Por los servicios prestados, el director Posadas le dió a Alvear el cargo de Brigadier. Vigodet reclamó en vano la violación de la fe jurada. Desde Río de Janeiro publicó un manifiesto al Director Posadas, en el cual dejaba traslucir su indignación: Yo no quiero redargüir a Alvear de su impostura por los conocidos principios del derecho sagrado de gentes, del de la Guerra, y aún de la educación individual, porque, atropellados éstos maliciosa y estudiadamente, invertiría si fruto el tiempo y daría mayor importancia a la calumnia con que piensa denigrar mi reputación. Esta no puede mancillarla el crimen que ha cometido Alvear, tal vez desconocido hasta ahora en todos los pueblos civilizados. Los hombres de honor siempre son fieles en su palabra, y los hombres públicos no pueden quebrantarla sin atraerse la odiosidad de sus semejantes”.
El control bonaerense sobre Montevideo duró hasta marzo de 1815 en que la Plaza pasó a manos de Otorgués luego de la derrota porteña en Guayabos el 10 de enero. Estas líneas se están escribiendo en ese mismo día del primer mes del año.
Eduardo Acevedo dice que ninguna duda puede caber en presencia de los documentos y testimonios que anteceden, acerca de la absoluta incorrección de procederes del ejército sitiador. La capitulación fue violada, y es el mismo general en Jefe quién se encarga de participárselo al Director. Lo más grave no es el delito mismo, sino la teoría que sobre la base de ese delito erige el general vencedor al decirle al gobierno de su país que desde el engaño se puede evitar males.
Lecturas:
Acevedo Eduardo, José Artigas, Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, Tomo II, 1950.
Bauza Francisco, Historia de la Dominación Española en Uruguay, Tomo VI, Biblioteca Artigas, 1967.
Ribeiro Ana- Los Tiempos de Artigas, tomo 2