(*) Profesor de Derecho Penal, Universidad de Salamanca
Sentido común. Como si tal cosa existiese. Invocarlo representa un peligroso instrumento de sumisión
El año de nuestra Capitalidad Cultural, tuve la suerte de coincidir con los integrantes de Les Luthiers. Maronna, Mundstock, Rabinovich, Núñez Cortés y López Puccio entraban en el despacho del Rector cuando yo salía. Allí me los presentó Ignacio Berdugo. Tras aquellas tres funciones en el Palacio de Congresos, cuatro veces regresó el grupo argentino a Salamanca. De aquella alineación de 2002, sólo Maronna y López Puccio siguen girando un espectáculo que amenaza con dejar caer definitivamente el telón el próximo mes de septiembre. Les Luthiers representan la quintaesencia del humor inteligente; ése que desfibrila la conciencia del espectador más perezoso, lanzando dardos bajo formas tan aparentemente absurdas como llenas de ironía.
El pronóstico meteorológico anuncia densos nubarrones de avasalladora superioridad moral. Los expertos en neuromarketing se han apoderado de la escena electoral y quienes aspiran a mandar nos apalean con el mantra del sentido común. Aparentes seguidores de Les Luthiers con la digestión mal hecha, se toman en serio la broma y actúan conforme a dos máximas elementales debidas al punzante Mundstock: la primera, «toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el nuestro»; la segunda, complementaria, «si no puedes convencerlos, confúndelos».
Sentido común. Como si tal cosa existiese. Lindo envoltorio de ideas totalitarias. Invocarlo representa un peligroso instrumento de sumisión; aceptarlo, un síntoma suicida de holgazanería intelectual. Nunca el miedo es inocente. Debidamente manipulado, lleva a la ira y ésta al odio; ya lo dijo el Maestro Yoda. Nadie maneja mejor esta cadena causal que los macarras de la moral –gracias, Serrat– y así se imponen, dando un puñetazo en la mesa que acompañan de un enérgico «ya está bien». ¡La barbarie acecha! Un golpe coactivo, que excluye a quien piensa o vive diferente. Un verde lazo de constitucionalismo y democracia, falso como la falsa moneda, rematan el paquete.
No necesito que tutelen mi lectura de Lope de Vega o de Virginia Woolf so pretexto de valores absolutos heredados de los Tercios de Flandes. No quiero que me impongan qué es lo bueno y qué es lo malo; libertario que es uno.
Por eso me atrevo a enmendarle la plana a Jorge Manrique y vuelvo a la ironía de Les Luthiers: «cualquier tiempo pasado fue… anterior». Es muy fácil soltar a las fieras, pero no reintegrarlas a su jaula. Los fantasmas no son nada si se les quita la sábana.