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Los championes de los pibes. . . 
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Los championes de los pibes. . . 


(*) Nuestro editor responsable fue delegado de Defensor Sporting Club ante la Asociación Uruguaya de Fútbol de 1989 a 1993.


Cuando me estaba por venir a Estados Unidos hace treinta años, en la casetera de mi auto (y sí, así estoy de viejo) sonaban con la tenacidad de un himno, unos versos de Jaime Roos que en tanto se acercaba la partida más me estrujaban la garganta, y el corazón.

Este 7 de junio nuestra amiga Mariaé —intuyendo tal vez nuestro aniversario 45 de novios— nos “regaló” a mi esposa y a mi una version remasterizada de la canción, que mandó por WhatsApp (así estoy de viejo, y de joven). Fue un regalo para el alma y un vaticinio de los próximos días: “Como el augurio de aquella canción. . .”

Tuve la suerte, con mi novia por 45 años, de quedarnos roncos en el Centenario cuando el Mundialito del 80, de repetir en el Monumental cuando ganamos la Copa América de 1987, y en 1992, de presidir –solito yo, en mi aniversario de bodas– la delegación celeste que derrotó por última vez a Brasil en su casa (Campinha Grande), repitiendo lo del 50:  2 a 1 de atrás (*) . Divino

Cerca del televisor 

Pero ver jugar a Uruguay desde el exterior es una experiencia, distinta, intransferible. Es otra emoción, son otros nervios, es otra angustia. Algo que nunca entendí demasiado ni le encontré mucha explicación. Ahora, con más años de los que me quedan por vivir, caí en la cuenta. 

Cuando estás en el exterior, te emocionás como loco, y los nervios y la angustia te liquidan. Pero es el orgullo la clave de todo: el orgullo multiplica la piel de gallina, la ansiedad, el miedo y el corazón al galope. Es el orgullo. Un «potencializador», diríamos hoy. El orgullo de que otros te miren como a un energúmeno —un ser extraplanetario que grita y salta como si lo hubiese picado una araña— en nuestra propia soledad, y sentirte entre los mejores, por eso mismo. 

Eso, la soledad única de los elegidos, de los que sabemos que a pesar de que cuando juega Uruguay corren tres millones, nos observa el resto del mundo, ocho mil millones de almas que no dan crédito, que no entienden, que no nos quieren mucho pero, que, en fin, reconocen que sin mas gala que su vuelo, la Celeste va con destino de campeón.

Aunque a la FIFA no le guste.

Hacha y tiza y mostrador

Y vinieron unos pibes, noventa y nueve años después de la gesta olímpica de 1924, a revivir viejos orgullos, y a hacernos cerrar los ojos y abrir la cabeza. Sí, somos los mejores del mundo. Otra vez.

Unos gurises que con la simpatía de la juventud, y la clase de los consagrados, nos recordaron que eso de ser uruguayos es cosa seria. Es seria hasta en el futbol. Porque si no fuera serio no se puede explicar como cinco muchachos del plantel salieron de la “cantera” de un solo club. La seriedad paga. 

Por eso se me ocurre que además de aceptar la ilusión del milagro y prepararnos para gritar los goles de la próxima selección, tenemos que proteger el orgullo. La sociedad toda debe cuidar a su fútbol. Que si sigue desangrándose en lo local un día verá sus canteras secas, sin remedio.

Tuya Hector

Desde 99 años para acá dirigentes geniales, políticos conscientes y jugadores virtuosos fueron parte de una historia sin par. Pero corre el mundo y gira el balón y hay quienes organizaron el tinglado para que la riqueza que genera esta pasión, convertida en entretenimiento, se quede por otros lares, mientras nosotros mandamos para allá a los Maturros. O los Valverdes. O los Suarez. O los por venir. . . hasta que “haiga”.

Y me pregunto: ¿No será tiempo de pensar fuera de la caja para que nuestro fútbol vuelva a ser competitivo a nivel continental? Otra vez, no?, que materia prima hay, y de la buena. ¿Sería muy loco atreverse a pensar que el Estado debe también sumarse al esfuerzo para corregir las inequidades del mercado futbolero y mantener viva a la cantera? Capaz que es una buena inversión.

Ta, ya se, se trataba de una nota de festejo. Y lo es, porque le toca sólo a estos tres millones de uruguayos, de tanto en tanto, con cada copa, sentir el orgullo y encarar al arco. Y a los que vivimos donde nos miran raro entre la incomprensión y la envidia, doblar la apuesta.

Como dice el Negro Jefe, los de afuera son de palo. Que comience la función.

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