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Lo sustancial de las conductas
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En momentos en que los uruguayos se preparan para las elecciones internas partidarias —un ejercicio electoral previo a las votación nacional de octubre— el mundo asiste a la farsa de la democracia rusa que se acaba de consumar con la reelección del presidente Vladimir Putin, y a la que se viene en Venezuela.

El veterano líder ruso, con suerte, si vive hasta los 77 años y finaliza el mandato para el cual acaba de ser reelecto con el 87 por ciento de los votos, alcanzará los treinta años en el poder y superará el récord de Catalina la Grande. Posiblemente lo logre, porque Putín es un hombre de suerte: los opositores militares mueren en aviones que explotan y se desploman y los opositores civiles que se salvan de envenenamientos luego mueren en la cárcel. Con esos antecedentes, seguramente será reelecto aún en el 2030, ya que le han aprobado una Constitución a medida.

Buscando su dosis de suerte, por su parte, el autoritario presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de a poco va construyendo su próximo triunfo, eliminando a cuanto opositor con chance exista. Además de la inhabilitación de María Corina Machado, en los últimos días invalidó a 16 partidos políticos. 

Mientras tanto, las colectividades políticas nacionales están en plena campaña. El electorado puede, y va a escuchar acusaciones cruzadas: lo que el gobierno no hizo, lo que en su momento tampoco logró realizar la oposición, por ejemplo. Mejor, lo que las fuerzas políticas conquistaron mientras tuvieron la responsabilidad de gobernar. Y, obviamente, lo que cada uno de los presidenciables piensa hacer. 

Obviamente, lo deseable es que en este período electoral que se avecina los discursos sean constructivos, reveladores, cercanos a la verdad y poco agresivos. Obviamente. No obstante, si el nivel de la campaña no resultara ser lo elevado que debería, lo que ocurrió en Rusia y lo que seguramente ocurrirá en Venezuela pone las cosas en su lugar en tanto la relatividad de las cosas: la lucha por el poder —aún con actitudes no siempre plausibles— sólo se da enteramente libre cuando existe República.

Ahora bien, aún cuando lo anterior es de perogrullo, es válido plantear si las simpatías que gozan las figuras de Putin y Maduro en el ´ámbito  político nacional no deberían ser cuestionadas hasta al hartazgo en tanto, en suma, vienen a validar prácticas antidemocráticas, antirrepublicanas, que no precisan una elaboración profunda para ser entendidas a cabalidad.

Y el cuestionamiento —que debería reclamarse a los aspirantes a la totalidad de los cargos electivos nacionales— es inexcusable. No vale la actitud de Pilatos cuando la democracia está en juego, sobre todo si se tiene en cuenta que existen instrumentos internacionales que tienen a Uruguay como parte para la toma de decisiones de protección a la democracia regional.

No sea que los dictadores con suerte la tengan tanto que sus actitudes sean justificables por el blindaje de la ideología, sin importar lo sustancial de sus conductas.

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