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Leonardo Guzmán
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Leonardo Guzmán

Abogado, periodista, ex ministro.

Dónde estábamos y a dónde debemos ir

Cuando el 27 de junio de 1973 las Fuerzas Armadas entraron al Palacio Legislativo no sorprendieron a nadie. El golpe de Estado era previsible desde octubre de 1972, cuando la Justicia Militar mandó a prisión al Dr. Jorge Batlle Ibáñez por haber salido a la televisión a denunciar que los tupamaros estaban urdiendo un contubernio golpista con algunos militares con los que hablaban en las cárceles. Puso sobre el tapete el nombre de Amodio Pérez.


Aquel fue un rapto de valentía natural en el ciudadano libre que siempre fue Jorge, que asumió como propia la responsabilidad de alertar al gobierno y a la ciudadanía sobre el peligro que se cernía sobre la República. En vez de agradecérselo, el Presidente todavía constitucional Juan María Bordaberry dejó que la Justicia Militar, de la que él era Comandante en Jefe, lo mandara prender en el edificio de “Acción”, con frente a la calle Camacuá y al Río de la Plata, le imputase un delito militar y lo encerrara en un cuartel.
Después vinieron el alzamiento del 9 de febrero, el pacto de Boiso Lanza y el avance de comunicados enmarcados en la marcha 25 de Agosto, en los que de a poco la ciudadanía era reducida a “la población”.
El 26 de junio estuve en El Día. Del Senado nos llegaban los ecos de las actitudes señoriales de los legisladores: Wilson Ferreira Aldunate, que declaró la guerra a la dictadura y salió a Buenos Aires en la avioneta de Jorge Henderson; Amílcar Vascocellos, que condenó el golpe y siguió viviendo en la cuadra de la Cancillería, convirtiendo en proclama y mitin la obstinación con que recorría 18 de Julio a pie .
Al amanecer el 27 de junio, el atropello estaba consumado.


En la tarde empezó a llegar gente de todos los partidos al segundo piso del diario de José Batlle y Ordóñez. Venían porque sentían la quiebra de la Constitución como un duelo personal. Con Jorge Batlle al lado, miramos en TV en blanco y negro cómo el mismo Presidente que por decretazo había disuelto el Parlamento y que había prohibido atribuirle intenciones dictatoriales osaba decir que “Este paso que hemos tenido que dar no va a limitar las libertades ni los derechos de la persona humana”. Todos intuíamos que a la traición de su juramento de fidelidad constitucional le estaba agregando mentiras sobre sus propósitos.


Los hechos nos dieron la razón. Bordaberry debió renunciar tres años después –el sábado 12 de junio de 1976- porque –según documentó la cúpula militar el 16 de junio, coincidentemente fecha de la fundación de El Día- los militares discreparon con que el nombrado no aceptaba el futuro funcionamiento de los partidos políticos y no aceptaba el pronunciamiento popular a través del voto y argumentaba que el voto solamente se debía requerir a los ciudadanos sobre puntos o temas específicos que el Poder Ejecutivo considerare conveniente. En contraposición a Bordaberry, escribió la cúpula castrense: “las FF.AA. sostienen que la soberanía está radicada en la Nación y que, entre otras cosas, una forma auténtica de expresión de esa soberanía, es el voto popular”.


Lo cual no borra ni atenúa los crímenes perpetrados bajo el mando formal de los sucesores del Presidente golpista, pero indeleblemente certificó política e históricamente la laya de propósitos anti-republicanos que estuvo en la base de lo que hizo el titular del Poder Ejecutivo entre febrero y junio de 1973. Y muestra que habría bastado que la fórmula que ganó las elecciones de 1971 hubiera intercambiado las posiciones, llevando a Jorge Sapelli como Presidente y a Bordaberry como Vice, para que el destino público hubiera sido muy otro.


El 27 de junio de 1973 es una fecha ominosa.


No es para evocarla con indiferencia de analista ni para interpretarla en términos de lucha de clases, sino para mantenerla marcada a fuego en la historia vivida de nuestra libertad.
Y para una tarea que nos urge, para salir de la trampa de la lógica binaria que nos impide dialogar sin prejuicios y nos impone una división en “derecha” e “izquierda” que nos arruina la vida.
Esa tarea pendiente es elevarnos por encima del calvario vivido para enriquecer los ideales normativos y hacerlos republicanamente comunes a todos los partidos, volviendo a colocarlos en la base de nuestra convivencia, ya despojados de la vanidad muerta de creer que ciertas cosas no iban a ocurrir en nuestro país.


Sí: tenemos pendiente reconstruir la fraternidad espiritualista y liberal que inspiró el krausismo a través de Batlle y Ordóñez y la pléyade no positivista que buscó unirnos en busca, a la vez, de justicia y libertad.


Por cierto, a esa misión están llamadas las nuevas generaciones, pero a ellas no debemos sustraernos los ciudadanos que sufrimos la más trágica lección de nuestra historia y a todos quienes el Uruguay nos importa y nos duele como asunto personal mayor.

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