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Las patas del cangrejo intelectual
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“…Los hombres, en estas épocas, tienen que adquirir, y acabarán por adquirir en virtud de la selección natural, una facultad nueva: del mismo modo que ciertos cangrejos tienen la facultad (autotomía) de desprenderse de sus patas cuando son cogidos por ellas, y seguir viviendo, así el hombre moderno tiene que ser capaz, cuando llegue el caso, de desprenderse de su reputación y seguir viviendo sin ella…”

Citando a Max Nordau, Carlos Vaz Ferreira nos advertía que la prensa al informar puede aniquilar la reputación de una persona y cual podría ser la consecuencia social de ello.

El filósofo honestamente creía que la profesión del periodismo aparejaba una inmoralidad intrínseca, esto es, en sus palabras, “la parte mala de algo bueno o necesario”. Pero ante las bondades de la prensa libre,  no tuvo el desatino de descalificar a la profesión, sino guiarnos en el buen ejercicio de ella y “en un estado de espíritu sincero reconocer cuando existe ese mal inseparable del bien”

El desgraciado caso del Senador Gustavo Penadés —y por extensión el del docente Sebastian Mauvezin— tiene que ser encuadrado en este marco ético que propone Vaz Ferreira. 

Ambas reputaciones fueron destrozadas a la luz de la información y existe ya una condena social, a pesar de que el humanismo que inspira a nuestra Lex Magna está expresado como obligación de quienes imparten justicia: “Ninguna persona a quien se le atribuya un delito debe ser tratada como culpable, mientras no se establezca su responsabilidad por sentencia ejecutoriada”.

Resulta claro que la complejidad y notoriedad del caso incitó al periodismo a su labor investigadora e informativa y no cabe en esto reproche alguno. Para eso estamos. 

En cambio, sí cabe condenar a los “filtradores” que alimentaron la producción de noticias, pues ellos —y parece obvio de donde vienen—omitieron descaradamente la obligación de reserva de las actuaciones de investigación, que por algo existe. Violaron la ley con un claro propósito.

Se podrá alegar que haber puesto el peso en uno de los platillos de la balanza vendría a ser algo así como una “justicia divina” que pretende equilibrar el encumbramiento social de Penadés, nada más y nada menos que un legislador. 

Pero la clara selectividad de la información provista a la prensa nacional parece buscar, más que informar para que la sociedad cumpla una especie de fiscalización moral  —que los códigos no mandan ni requieren—para poner en la cabeza de la ciudadanía ideas e imágenes que van más allá del delito que la fiscalía tiene que probar.

Saber o no, por ejemplo, si Penadés se masturbaba mirando los pies a alguien, no hace a la comisión de un delito. Este se verifica por la participación de un menor, no por la preferencia de una forma específica del acto sexual. Conocer que el investigado pagaba por sexo ya alcanza para que todos tengamos una idea de lo que puede ocurrir en la intimidad de una relación. 

El detalle, además, provoca y exacerba  un mal que nadie con más de dos dedos de frente ignora: el fanatismo liviano de quienes participan en las redes sociales, azuzados muchas veces por la ideología y otras tantas por el odio irracional o los prejuicios que no osan decir su nombre. 

Agreguemos a esto que esas redes son el medio preferido por los adolescentes y que el nivel educativo de los nuestros ha bajado mucho de un tiempo a esta parte, y estamos frente a un cóctel explosivo que no beneficia a nadie.

Por eso, aunque este tema da para felicitar a unos, como al Senado de la República, que viene a emparejar las claras desigualdades entre denunciantes y denunciados, también requiere la condena a otros.

O porque violaron la ley. O porque se olvidaron de Vaz Ferreira, que dejó los limites de nuestro accionar librados a nosotros mismos.

Al cabo, hasta ahora, sin piernas ni reputación, es difícil andar por la vida.

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