En mayo de 1996 tuvo lugar en El Escorial, muy cerca de Madrid, el seminario “Las Fuerzas Armadas y la transición a la Democracia”. Lo organizamos juntos el general Juan Emilio Cheyre, entonces jefe de la Misión Militar de Chile en España y yo, que era el embajador. El seminario reunió a distinguidos académicos y ex ministros de Defensa de España, con políticos y militares chilenos. Mi intención -no necesariamente la del general Cheyre- era generar un ambiente y un momento de diálogo entre militares y políticos y, en particular, que los militares conocieran en persona el talante y el pensamiento de Ricardo Lagos, que podía ser el primer Presidente socialista de Chile luego del golpe militar de 1973. Y no es que hubiese un veto o alguna suerte de oposición a esa posibilidad de parte de los militares, pero sí era fácil advertir entonces, entre ellos, dudas e incluso quizás algo de temor a lo que el gobierno de un socialista pudiera significar para la institución militar.
Lagos inició su exposición en el seminario, que era de lejos la más esperada, relatando una experiencia suya reciente. Contó que, con ocasión de un discurso que debió hacer con motivo de la inauguración de alguna obra pública en una población popular (entonces él era ministro de Obras Públicas), no pudo dejar de advertir a una señora ya mayor, que seguía con total atención y ojos brillantes lo que él decía, asintiendo a veces con la cabeza. Pensó -nos dijo- que podía tratarse de alguna antigua seguidora del Presidente Allende y que, en todo caso, se trataba de alguien que simpatizaba profundamente con él. Debido a esa comunicación visual terminó dirigiéndose casi personalmente a esa señora en lo que quedaba de su discurso y, al finalizar, se acercó a ella para saludarla. Cuál no sería su sorpresa, nos siguió relatando, cuando esta señora le dijo que ella no era partidaria de él, pero que al escuchar sus palabras se había convencido de que ya no tenía que temer que volviera a suceder lo que había ocurrido “antes”; que todo lo que ella y la gente de su población habían tenido que sufrir, ya no se repetiría.
Luego de relatar esta historia, Lagos siguió su presentación que se refirió a cuestiones de la transición desde una perspectiva general, sin referirse al tema que podía preocupar a los militares y políticos que lo escuchaban atentos. No era necesario. El mensaje ya estaba dicho, y lo había trasmitido el mismo hombre que sólo unos años antes había apuntado directamente con el dedo al dictador militar por intermedio de las cámaras de televisión, diciéndole que su ambición no conocía límites, que había mentido al anunciar antes que no intentaría perpetuarse en el poder y conminándolo a abandonarlo.
El mensaje que dirigió esa mañana a los militares en El Escorial fue tan discreto y sutil como había sido directo y valiente el mensaje que años antes había dirigido al dictador. Las mismas discreción, sutileza y valentía con que Ricardo Lagos ha conducido toda su vida política y que mostró una vez más cuando se despidió de todos nosotros la semana que pasó.
Probablemente si se hubiese dedicado exclusivamente a la academia, a su profesión o a escribir, habría pasado a la historia de nuestro país como alguien descollante. Por vocación democrática decidió hacer de la política su actividad principal y pasará a la historia como uno de los políticos más importantes, quizás el Presidente mejor dotado intelectualmente que hemos tenido y como uno de los muy pocos que merece ser reconocido como un verdadero estadista.
Dedicó prácticamente toda su vida política, primero, a luchar por recuperar la democracia y por ampliarla una vez que ésta fue recuperada. Y probablemente lo hizo porque, como muy pocos, entendió el significado más profundo de la política, que la asocia al diálogo y a la búsqueda de acuerdos como camino para lograr objetivos nacionales y a hacerlo con el gradualismo que impone la subordinación a esos acuerdos aún al costo de postergar las aspiraciones propias. Algo que sólo puede realizarse en un marco democrático. Ello explica que no obstante haber iniciado su gobierno bajo el velo de la duda y la suspicacia de la derecha y los empresarios, lo terminara con el reconocimiento casi unánime a su labor de gobernante por parte de unos y otros.
Es cierto que también tuvo detractores, que hubo políticos de segundo orden que convirtieron en obsesión “cazar” a Lagos. También ocurrió el acto vergonzoso, el intento de rebajar su presencia a la altura de los dirigentes del Partido Socialista que lo desdeñaron inclinándose por otro precandidato presidencial que nunca podría llenar el espacio que él había dejado. ¿Que quedó de esos “caza Lagos” o de esos dirigentes socialistas que intentaron opacar su figura?: Nada. Solo la imagen de un gran Presidente se proyectará hacia el futuro mientras los nombres de ellos pasen al olvido.
La franqueza y la valentía fueron las armas que utilizó para lograr convencer con razones, cediendo cada vez que fue necesario. También la sutileza y la paciencia. Los mismos atributos que le permitieron negarle al Presidente de los Estados Unidos el apoyo de nuestro país a su decisión de invadir Irak sin respaldo de evidencias que justificaran su decisión o para dejar en claro a militares y políticos de oposición en El Escorial, sin necesidad de dar explicaciones, lo que la democracia, el razonamiento y el diálogo, podían ofrecerles a todos los chilenos.
Ahora ha decidido alejarse definitivamente de la actividad pública y lo ha hecho deseándonos “un relato compartido en el que seamos capaces de encauzar pacíficamente los desacuerdos y aspirar a un futuro justo, libre y democrático”. No nos queda más que decir, gracias a Ud. Presidente, mucho de ese camino ya está recorrido.