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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

La voz que jamás se rindió

Hay personas cuya presencia no se mide en años, sino en huellas. Mujeres que no solo estuvieron, sino que abrieron camino. Que no solo hablaron, sino que enseñaron a pensar. Que no solo ocuparon un micrófono, sino que lo transformaron en una herramienta de libertad. Así ha sido y sigue siendo Nelly Fernández, la profesional, la amiga, la compañera a la que llamo Nellita, como siempre me gusta llamarla y como la llamaba su madre, con ese diminutivo que no reduce, sino que acerca, un nombre que abraza y que sostiene un vínculo de décadas.

En estos días de reconocimientos justos y necesarios, como el que le brindó el PEN Uruguay en el Centro Cultural de España, uno advierte que no alcanza con enumerar sus méritos ni con repasar una trayectoria extraordinaria. Lo esencial no está solo en lo que hizo, sino en cómo lo hizo, con un coraje obstinado, sin vacilaciones y con una ética que nunca cedió.

Hablar de ella es hablar de una mujer que, mucho antes de que las palabras género, empoderamiento o equidad entraran en el lenguaje público, ya estaba allí librando esas batallas con la naturalidad de quien defiende lo que considera justo. Su militancia por los derechos de las mujeres no nació como consigna, sino como convicción profunda. Fue discípula de figuras tutelares como Alba Roballo y Adela Reta, pero al mismo tiempo trazó un camino absolutamente propio.

No fue la primera periodista radiofónica mujer del Uruguay, aunque sí una de las primeras en comprender que comunicar desde lo femenino significaba politizar el espacio de la palabra y ensancharlo para que otras voces pudieran entrar.

Su voz siempre sonó firme y sigue sonando. No hay decreto, dictado ni indiferencia capaz de apagar una voz que nació libre. No teme incomodar. No teme insistir. No teme preguntar lo que otros callan.

La conocí hace algo más de treinta años, cuando yo todavía estaba aprendiendo a escuchar. Entre estudios y pasillos de la radio pública, entre risas, afirmaciones y silencios llenos de significado, su presencia se volvió necesaria cada semana. Desde entonces ha acompañado cada etapa de mi vida, la profesional, la filosófica, la política y la humana. La he visto enfrentar discusiones difíciles, sostener principios cuando muchos ya habían renunciado y caminar el tramo más largo porque era el más digno.

Quienes nacimos en la penúltima parte del siglo XX tuvimos el privilegio irrepetible de cruzarnos con personas que moldearon la cultura del país y, en cierto modo, también la nuestra. En ese fértil semillero se encuentra Nelly Fernández.

Hoy tiene 96 años y acumula 74 años de trabajo ininterrumpido. No conozco otro caso igual en el periodismo nacional. Cada hito de su vida dibuja no solo una biografía, sino también un país entero.

Nacida en Montevideo y trasladada a Rocha en 1946 por motivos familiares, fundó allí el primer elenco teatral del departamento. Ese gesto, aparentemente menor, revela una vocación que trascendía lo comunicacional. Tenía apenas unos años más que una adolescente, pero ya intuía que la cultura es la primera forma de libertad.

De regreso en Montevideo ingresó en 1952 a radio El Espectador. Comenzó como locutora comercial y terminó como una referencia indiscutida. Su inquietud la llevó más lejos y en 1955, con apoyo técnico de radio Carve, inauguró Radio Esperanza en el Hospital Pereira Rossell. Además, llevaba espectáculos en vivo a los niños internados. Aquello no era comunicación, era humanidad en estado puro.

En Carve conoció a un joven Néber Araujo, encuentro que marcaría su ingreso pleno al periodismo como oficio y destino. Con la llegada de la televisión en 1956 se integró a Saeta TV como locutora, presentadora y actriz de teleteatros, y luego continuó en Montecarlo TV y radio Centenario, donde también dejó una marca imborrable.

Además, fue una firme colaboradora de las páginas de El Día, cuando todavía era de tirada diaria, donde su pluma crítica, sensible y rigurosa amplificó la presencia femenina en el periodismo.

Quizás su gesto más visionario ocurrió en 1980, cuando junto con Silvia Tron, amiga entrañable y compañera de múltiples emprendimientos, fundó la Asociación de Mujeres Periodistas del Uruguay. Antes de que el mundo comenzara a hablar de igualdad de género, ellas ya estaban allí representando al país en simposios internacionales, discutiendo la imagen de la mujer en los medios y defendiendo una mirada que aún no tenía nombre y que hoy llamamos perspectiva de género.

La CONAPRO, la ley 16045, los encuentros latinoamericanos de periodistas, programas centrados en mujeres, ciclos sobre ciencia y tecnología y su participación en seminarios en Japón, Taiwán y Estados Unidos forman parte de una trayectoria que no reconoce fronteras. No hay injusticia que no haya señalado ni tema que le haya resultado ajeno cuando se trataba de ampliar derechos y profundizar la democracia.

Detrás de cada una de esas acciones hay algo más poderoso que los cargos o los reconocimientos. Hay una ética del trabajo, una convicción moral y una fe absoluta en la libertad y en la palabra. Ella siempre supo que la libertad se defiende con la voz, pero también con el ejemplo.

En un país que a veces olvida demasiado rápido resulta excepcional que una trayectoria tan vasta siga tan viva. Sin embargo, ella sigue aquí. Sigue siendo faro. Sigue siendo impulso. Sigue ofreciéndonos su mejor presente.

Por eso este homenaje, este reconocimiento y esta celebración nunca es una formalidad. Es un acto de justicia. Y también, de forma inevitable, un acto de amor.

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