o cómo Bordaberry logró que el pasado volviera a pedir pista en el presente
En Uruguay hay temas que no envejecen. El mate, el fútbol, la humedad… y la dictadura. Uno cree que el tiempo pasa, que los calendarios avanzan, que los gobiernos rotan, pero no: basta que Pedro Bordaberry presente un proyecto de ley para que el país entero vuelva a 1973 sin escalas y sin equipaje de mano. Esta vez la propuesta se llama algo así como Reconciliación, Verdad y Nunca Más, que es un título tan largo y solemne que uno ya sospecha que va a terminar en polémica antes del segundo párrafo.
El núcleo del asunto es conocido: los presos de Domingo Arena, condenados por delitos cometidos durante la dictadura, muchos de ellos muy mayores, con bastón, tensiómetro y agenda de cardiólogo. Pero Domingo Arena no es una cárcel, es una idea, una suerte de metáfora nacional, un lugar físico donde Uruguay guarda su pasado para no tener que mirarlo de frente.
Bordaberry propone, con tono grave y gesto institucional, prisión domiciliaria humanitaria para mayores de 75 años, una comisión, un día del Nunca Más y, si se pudiera, una foto donde todos parezcan razonables. La palabra clave es “humanitaria”. En Uruguay, cuando alguien dice “humanitario”, la mitad del país escucha “impunidad” y la otra mitad escucha “sentido común”.
Nunca falla.
Lo fascinante es cómo este tema resucita siempre. La dictadura en Uruguay es como un zombi educado: no corre, no grita, pero aparece cuando menos lo esperás y te arruina la sobremesa. Bordaberry dice que hay que cerrar heridas. Otros responden que las heridas no se cierran por decreto. En nuestro país, cuando algo se llama “Nunca Más”, automáticamente genera tres interpretaciones opuestas y un comunicado.
Unos escucharon:
—“Se viene la impunidad.”
Otros entendieron:
—“Se viene la sensatez.”
Y el resto preguntó:
—“¿Esto no lo discutimos ya en 1985, 1995, 2005 y 2015?”
Y así estamos.
Como buen proyecto serio, este trae una comisión. Porque si algo no se resuelve, se comisiona. Habrá expertos, representantes, informes, subcomisiones, actas, anexos y probablemente un mate lavado. La comisión estudiará lo ya estudiado, ordenará lo ya ordenado y concluirá que el tema es complejo.
Ovación de pie.
Del otro lado, las organizaciones de derechos humanos dicen que esto es una señal pésima.
Y tienen razón. Del lado de Bordaberry, dicen que es un gesto humanitario. Y también tienen razón. En el medio estamos los mortales, mirando la escena como quien ve discutir a dos tíos en Navidad mientras el asado se quema.
Hay que reconocerle algo a Pedro Bordaberry:
tiene un talento especial para meter la mano en el enchufe y después explicar con calma que era necesario probar si había corriente. Mientras algunos miran para otro lado, él presenta un proyecto, pone palabras incómodas sobre la mesa y obliga a todos a pronunciarse. Aunque eso signifique que lo aplaudan tres, lo critiquen veinte y lo miren raro cuarenta.
No es poca cosa.
Mientras otros hablan de Cardama, inflación o seguridad, él va y dice:
—“Che, ¿y si reabrimos el debate más sensible de la historia reciente?”
Audaz.
O temerario.
O ambas.
El problema no es jurídico. No es histórico. No es sanitario. Es moral. Y los dilemas morales en nuestro país no se resuelven nunca, se administran. ¿Puede haber trato humanitario sin relativizar los crímenes? ¿Puede haber memoria sin venganza? ¿Puede haber reconciliación sin olvido?
Nadie lo sabe.
Pero todos tienen una opinión firme y contradictoria.
Y cierro, como corresponde, con una frase que Batlle y Ordóñez jamás dijo, pero que hoy nos vendría bárbara: “En Uruguay, el pasado no pasa… se presenta a comisión.”
Seguiremos discutiendo.
Seguiremos indignándonos.
Y seguiremos creyendo que esta vez sí, ahora sí, cerramos el tema
Hasta la próxima resurrección histórica.

