Una abierta polémica subsiguió al anuncio del presidente Lacalle Pou en relación al destino final del águila con la esvástica que lucía el acorazado de bolsillo Admiral Von Graf Spee ideado para (y destinado a) cortar rutas de suministro a los aliados en la 2ª Guerra Mundial.
Desde todos los ámbitos, desde todos los partidos, desde todos las colectivos -y vaya a saberse en esta hora, desde cuántos rincones más del firmamento- se levantaron voces dirigidas a ensalzar y deplorar la iniciativa. Polémica sin dudas.
Todas esas voces, posturas y pareceres tienen un común denominador: el horror. El horror de un régimen liberticida, asesino, vandálico y repugnantemente eugenésico… una verdadera barbarie no exenta de locura, o si se quiere, una locura vestida de barbarie pergeniada por un demente.
Es de celebrar la polémica precisamente por la coincidencia subyacente que la anima. Quienes no desean la destrucción y reciclaje a manos de Pablo Atchugarry sostienen que los testimonios del horror no deben desaparecer porque ellos son los que recordarían ese horror justamente para que no se repita, y en abono de la tesis refieren museos, memoriales y hasta el mismísimo campo de exterminio vesánico en Auschwitz.
Por otro lado quienes celebran la destrucción de ese emblema nauseabundo para trocarlo en el bondadoso sustitutivo de la concordia amasado en y desde el arte, tienen plena coincidencia en el horror y postulan que el horror debe ser vencido por la esperanza de la elevación del género humano.
Lo que queda de manifiesto es que unos y otros condenan el horror nazi. Unos piden que queden los testimonios para que no se repita y otros quieren que de toda esa inmundicia no quede ni memoria.
Polémico sin dudas.
La estatua de la Libertad emplazada en Plaza Cagancha se habría hecho fundiendo los cañones de los bandos que enfrentaban nacionales en guerras intestinas pretéritas a aquellos momentos. Nuestra tradición es de “reconstrucción” y por eso tenemos una Avda. 8 de Octubre que marca un fin entre vencidos y vencedores; pero lo cierto es que Europa también está tapizada de memoriales que recuerdan lo que no debe repetirse.
Estas reflexiones buscan rescatar lo mejor. Y lo mejor es la repulsa a ese emblema del águila con esvástica. Unos quieren desaparecerlo y otros conservarlo, pero poco y nada separa a unos de otros porque el horror fue uno solo, y fue el mismo.
Ya no se puede, pero hubiese sido deseable preguntarles a las víctimas de la barbarie nazi qué cosa habrían querido… y cuando lo pensamos, nos damos cuenta de que la ética no es la estética. De seguro, los sobrevivientes y los muertos -ululando- estarían polemizando: unos por el recuerdo y otros por el olvido; vivos que habrían tomado cualquier camino y muertos también.
Cuando el ser humano deja de ser “humano”, cuando el “animal más perfecto” pasa a ser “el más perfecto animal”, todo es posible: olvido o recuerdo. Y un común denominador: no repetir, nunca jamás.