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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

La Paradoja del Chapista Ofendido o cómo un barco a medio hacer puede generar más turbulencias que el Buquebús con viento de proa

Hay días en que uno siente que Uruguay está al borde de convertirse en un sitcom parlamentario. Uno de esos episodios donde el público ríe enlatado, las luces parpadean y aparece un cartel que dice “¡aplausos!”. Sólo que acá no hay libretistas: la realidad es más creativa que todos ellos juntos.

Lo último que nos regaló esta república teatral es la pelea conceptual entre Daniel Caggiani y Gabriel Gianoli. Dos hombres adultos, con sueldos respetables y cargos importantes, discutiendo por la palabra chapista como si fuera un insulto de la Grecia clásica. Plutarco estaría orgulloso; Aristóteles, confundido; Don Pepe Batlle… simplemente se levantaría a apagar la luz.

Todo empezó con un viaje del diputado Gianoli a Vigo, donde se están construyendo (en teoría, práctica o PowerPoint) las famosas OPV. Esos barcos gigantes que, según el propio Gianoli, miden lo mismo que el ancho de 18 de Julio. Una referencia técnica fascinante: Uruguay es el único país donde la eslora de una embarcación se calcula en equivalentes de avenidas céntricas. A este paso, el próximo legislador dirá que una fragata mide “dos estadios Franzini y un Pedeciba”. Gianoli volvió del astillero emocionado. Dijo que las patrulleras están en: 55% de construcción, 70% de corte y plegado, 100% de polémica, y 200% de capacidad para generar peleas entre partidos.

Caggiani, siempre dispuesto a agregar picante, cuestionó que mostraran imágenes de algo confidencial y remató con la frase: “Mandaron a un chapista a ver cómo anda el barco nuevo.” Un comentario menor. Una pavada. Un chistecito entre colegas. Pero justo cayó en el lugar más inflamable del Parlamento: el ego de un diputado un jueves de mañana.

Apenas Gianoli escuchó “chapista”, se transformó. No literalmente —aunque habría sido un gran episodio de Transformers: OPV Edition—, pero sí discursivamente. Fue a increpar a Caggiani, lo tomó del hombro y le exigió, con insistencia casi romántica: “Decímelo en la cara: chapista.” 

Según testigos, la situación tenía la misma seriedad que una pelea de dos vendedores de autos usados por el último termo Stanley en oferta. La tensión subió. Gianoli apretó el hombro. Caggiani enarcó la ceja. La democracia tembló. Pero apareció Carlos Camy, el bombero emocional del Partido Nacional. Ese hombre que ya merece un busto en el Palacio Legislativo sosteniendo un matafuegos. Otra vez, evitó que dos adultos se dieran de puñetazos por un oficio digno. A este ritmo, Camy termina jubilándose por desgaste de paciencia.

Después del incidente, el Directorio del PN recibió a Gianoli para, básicamente, recordarle que no es necesario recrear escenas de telenovela venezolana en pleno Parlamento. Álvaro Delgado habló con un tono paternal que sólo él domina: “Gianoli fue a contar la realidad.” Ese tipo de frase que uno imagina dicha mientras se sirve un mate y piensa: “¿Cómo me metí en este lío?”. Los blancos respaldaron al diputado y sus porcentajes marítimos, lo cual está muy bien, salvo por un detalle: nadie terminó de entender si el barco existe, medio existe o existe conceptualmente. Mientras tanto, del lado frenteamplista dudan. Del lado nacionalista confirman. Y del lado español… nadie entiende nada porque Uruguay está mostrando más interés por este barco que por toda su flota histórica.

Pero volvamos al dato clave: el ancho de 18 de Julio. Yo llevo décadas analizando política, y jamás escuché a un legislador describir una embarcación de esta manera. Esto abre un universo nuevo de posibilidades:

– Longitud de una corbeta: “un Tres Cruces y medio”.
– Altura de un buque escuela: “equivalente a cuatro Artigas de bronce”.
– Peso de una patrullera: “dos Montevideos Shopping llenos en Navidad”.

Si esto no es creatividad nacional, yo no sé qué es.

Orsi, por su parte, dijo que está dispuesto a “sentarse a conversar” sobre el contrato. Eso sí: que revise primero la silla. Después de la caída de Moreira —un hecho histórico que ya debería tener placa recordatoria— nadie puede confiar en el mobiliario estatal. Si a esto le sumamos que el Parlamento es zona de alto estrés estructural, cualquier diálogo es un riesgo. Uno nunca sabe qué cae primero: la paciencia, la silla, o el contrato.

Mientras esto sucede:

– Hay políticos midiéndose el nivel de indignación por oficios ajenos.
– Hay barcos que avanzan en porcentajes más rápido que la inflación.
– Hay partidos en competencia para ver quién saca el comunicado más solemne por un incidente que parece salido de Videomatch.

Y yo, como colorado batllista, observando todo, digo: qué lindo país cuando se pone absurdo; qué triste cuando se toma en serio. En tiempos como estos, recuerdo aquella frase que Don Pepe podría haber dicho perfectamente: “El Uruguay progresa… a pesar de sus progresos.” Si no la dijo, debería figurar en su estatua. Capaz que la agrego en una chapita. Perdón: una chapista.

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