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La autocrítica chilena y yo
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La autocrítica chilena y yo

Conocí a Alvaro Briones gracias a mi trabajo en la Organización de Estados Americanos (OEA). Discutíamos mucho sobre el tema de las adicciones, cuando él dirigía el Departamento de Prensa y yo era el Secretario Ejecutivo Adjunto de la comisión de estupefacientes. Alvaro —que es un liberal en el sentido cabal de la palabra— estaba a favor de la liberalización total de las drogas. Yo no.

La OEA tuvo la responsabilidad de realizar un informe de drogas en el 2013 y el tema cargaba a la organización con la responsabilidad de elaborar un reporte fiel a la realidad y con propuestas para el futuro. Alvaro, Francisco Cumsille —el director del Observatorio de Drogas— y yo hicimos el esquema del informe en menos de 24 horas. Guardo como testimonio de lo que deben ser mis mejores días en a OEA una foto de la pizarra, en mi escritorio, donde quedó plasmada la idea que luego se convirtió en el informe.

Me une a Francisco “Pancho” y a Alvaro una amistad basada en profundas discusiones sobre los problemas de la salud y la seguridad derivados del narcotráfico y, a partir de allí, otros temas de la política del continente. Ambos son chilenos y socialistas. Yo no.

No voy a escribir sobre todo lo que me enseñaron ambos y como influyeron en mi carrera profesional que luego continuó en la Organización de Naciones Unidas. Temo que la amistad llegue a nublar en alabanzas merecidas, lo que “Pancho” y Alvaro son y como se los reconoce —también merecidamente— en su país. 

Ambos colegas me han apoyado desde sus distintos lugares desde que tomé la dirección de El Día. Alvaro me permitió reproducir las columnas que escribe para medios chilenos, y —más allá de su enfoque dirigido a Chile— han sido reproducidas en El Día porque contienen un análisis certero sobre los proceso políticos que mutatis mutandis, bien podrían corresponder a Uruguay.

La última columna de Alvaro, publicada el mismo día en que se conmemoran los 50 años del golpe de estado en Chile, es una autocrítica de los caminos tomados por el socialismo chileno para lograr la transformación del país. Es, por su simpleza y contundencia, brillante. Apenas la leí pensé en diseccionarla en una nota  para —una vez más— confrontarla con la realidad nacional.

Pero un mensaje de Pancho me hizo cambiar la perspectiva con que lo haría. El 11 de septiembre me escribió un mensaje: “Muy bien el Presidente del Uruguay, en Chile con motivo de la conmemoración de los 50 años del golpe!!!!. También estuvo José Mujica!!!”. 

Hace como 10 años, estábamos Pancho y yo en Uruguay, almorzando una pizza en El Subte, frente a la Intendencia, donde tocó presentar el informe de la OEA. De pronto el expresidente Mujica se sentó a comer a metros de nuestra mesa, sin guardia ostensible. Pancho se sorprendió, se levantó y se sacó una foto con él; mi amigo tiene una opinión positiva sobre nuestro ex mandatario. Yo no.

Alvaro Briones escribió “Perseguidos”, una novela fantásticamente sobria que, encubierta bajo una trama policial, clama por  la reconciliación que quisiera para Chile luego de la dictadura. El no se quedó con las mieles de haber sido parte del gobierno del presidente Ricardo Lagos, el primer socialista de la coalición, en una posición autocomplacientes de la misión cumplida.

Todo lo contrario, como académico que es, el exdiplomático y economista siguió profundizando su crítica aguda a lo que viene pasando en Chile desde el gobierno de Allende, a quien profesó su adhesión. Más importante, a partir de ese análisis propone una forma de convivencia política basada en la negociación para avanzar en políticas de Estado. Y con ese fin, no escatima críticas a la intolerancia y halagos al diálogo; a ambas partes, porque así actúan los sabios.

“La Vía Chilena era inviable justamente porque a ella se oponían todas esas fuerzas que la superaban”, propone Briones. Y agrega “en aquellos días, quienes hablamos de socialismo no pensábamos en países nórdicos o en estado de bienestar. El socialismo era el de la Unión Soviética, de China, de Cuba, de los países del Este de Europa: un sistema de propiedad estatal de toda la economía, de planificación centralizada y de partido único”.

Después de aceptar que los votantes de la Unidad Popular de Salvador Allende “nunca fuimos mayoría” Briones dobla la apuesta y dice: “la democracia debe reconocer a las minorías y sus demandas, pero no puede ser conducida por la minoría en contra de la mayoría”.

En la conclusión de la nota, que merece ser leída más de una vez, mi amigo se confiesa: la Vía chilena era “tan inviable como, con el tiempo, también se mostraron inviables los modelos de sociedad basados en ella, impuestos a sangre y fuego y mantenidos merced a dictaduras que parecían sólidas hasta que se extinguieron  enfermas de ineficacia e ineficiencia o terminaron en tristes autocracias hereditarias”

Volviendo a Mujica, a quien Pancho trajo con su comentario y me hizo cambiar el énfasis de esta nota, nunca le escuché —ni a él ni a su compañera en Tupamaros, partido político y vida— una crítica a su accionar guerrillero. Nótese que no me refiero a un pedido de perdón, al cual sus huestes son tan afectas a exigir cuando se trata de los errores de otros. Una actitud crítica sería suficiente, en lo que a mi respecta.

Pero ni tantito. Contrariamente, el exmandatario ha tenido expresiones infelices acerca de cómo la juventud debe protestar o no, evitando ponerse delante de las tanquetas de un régimen opresor y asesino como el del dictador venezolano Nicolás Maduro. Todo lo contrario al presidente chileno Gabriel Boric (¡ah los productos de las autocríticas!).

Le cuesta tanto a la izquierda radical vernácula condenar dictaduras comunistas o “progresistas” (concepto que les queda grande y no debiera serles aplicado) en su desviada comprensión de la sociedad, como no nos cuesta a los que nos percibimos de centro izquierda —sean socialdemócratas o liberales progresistas— condenar a cuanta dictadura de derecha, o lo que sean existan. Que dictaduras son dictaduras, y se imponen a sangre y fuego, y se defienden a metralla y tanqueta.

Sin embargo, yo no sería fiel al sentido crítico si no buscase una explicación a la admiración que nuestro expresidente despierta en el mundo —ya de derecha, como el taxista que me llevó de Plaza Catalunya a Poblenou, ya de izquierda como la guía intelectual que me explicó las bellezas del Palacio de la Música barcelonés hace pocos días—.

Los extranjeros que conozcan el pasado de Mujica pensarán que su evolución ideológica, al evolucionar de las armas a las urnas, habrá culminado por aceptar la democracia “formal” tan criticada en los 60. Sin embargo, si le prestasen atención a su defensa del régimen venezolano a fuerza de que los político está sobre lo jurídico, dudarían.

Pero convegamos: los admiradores de Mujica tienen sus ojos puestos en las actitudes del líder respecto a la corrupción, su vida adusta en una chacra sin pretensiones palaciegas, y su fusca viejo. No en Uruguay. 

Yo si.

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