A la hora del armisticio, el 11 de noviembre de 1918, al almirantazgo británico lo representaba Browning, quien no tenía otra idea en la cabeza que no fuera la eliminación y humillación posterior de un enemigo despreciado y derrotado.
De las condiciones estipuladas someramente, los aliados considerarían el aprovisionamiento de Alemania hasta el punto que se juzgue necesario.
Los acuerdos complementarios de diciembre de 1918, que negociaron representantes económicos franceses y belgas sin el conocimiento de Inglaterra y Estados Unidos, prohibían a Alemania colocar en el exterior su oro, valores o cualquier activo, con el pretexto de que se trataba de una garantía sobre la que los aliados mantenían un derecho de retención en concepto de reparación.
John Maynard Keynes decía que era sorprendente que se añadiera semejante cláusula al armisticio inicial, pero los primeros tres acuerdos debían estar en vigor sólo durante un mes; y los franceses sostenían que en cada renovación tenían derecho a añadir cualquier cláusula, bajo amenaza de suspensión del mismo y de una nueva invasión de Alemania. Consecuentemente el bloqueo se prolongó y el resto de los recursos financieros de la derrotada para comprar alimentos se inmovilizó, acercándose el momento en el que los frutos de sus cosechas disminuirían, y el hambre se prolongaría en un momento en que su gobierno había sido derrocado y sus esperanzas habían desaparecido.
Keynes llegó a París en enero de 1919 con Dudley Ward que era el representante financiero inglés en el Consejo Económico Supremo de Guerra. Luego partió a Treveris, una ciudad alemana que estaba ocupada por los americanos. Estaban allí para establecer los acuerdos preliminares que asegurasen el suministro de comida a Alemania y para dilucidar con los representantes civiles germanos el método de pago más adecuado.
Los aliados estaban dispuestos a apoderarse de la marina mercante alemana. Estos con sus submarinos, habían reducido el transporte marítimo a un nivel en que Europa corría riesgo de hambre.
El judío alsaciano Luis Lucien Klotz era el ministro de finanzas de Francia. No ponía objeción a que Inglaterra o América le proporcionasen comida a Alemania, pero estaba decidido a que no se pagase con los bienes que estaban retenidos en concepto de reparaciones y por tanto pertenecían a Francia.
El Presidente Wilson decía: En tanto el hambre continúe royendo, continuarán socavándose los cimientos del gobierno alemán…Confío en que el departamento de finanzas francés, termine por retirar sus objeciones, puesto que nos enfrentamos a los graves problemas del bolchevismo y a las fuerzas disolutivas que amenazan a la sociedad.
Klotz replicaba, que de buen grado satisfaría los deseos del presidente americano, aunque no se trataba sólo de una cuestión de suministro de alimentos. Era también una cuestión de justicia; ¿por qué Alemania tenía que gastar en la comida antes de saldar las deudas en que había incurrido en concepto de reparación de los daños que había producido?
El 13 de febrero de 1919 Keynes viajó nuevamente a Treveris, consciente de que nada se había avanzado para la entrega de los alimentos y el destino de los barcos.
Von Braun expresaba: Estamos firmemente convencidos de que el colapso de Alemania por la acción del bolchevismo y la extensión de éste por toda Europa serán inevitables…
El 8 de marzo se convocó a una reunión del Consejo Supremo de Guerra en París donde finalmente se acordó el levantamiento del bloqueo del Adriático.
En la Conferencia de Paz, el Primer Ministro británico David Lloyd George insistió en que se dieran los pasos necesarios para aprovisionar a Alemania.
El general británico Plumer dijo que mientras se mantuviera el orden en Alemania, habría un dique entre los países aliados y las aguas de la revolución. Una vez que se hundiera dicho dique, no podía hablar por Francia, pero temblaba por su propio país.
El jefe de gobierno francés, Clemenceau, aseguró que en el Armisticio no se había hecho ninguna promesa de alimentar a Alemania. El ministro de Relaciones Exteriores británico Balfour replicó que se había hecho casi una promesa.
Lloyd George, según Keynes, siempre había odiado al judío ministro de finanzas francés y se percató de que tenía ocasión de acabar con él.
Las mujeres y los niños pasaban hambre, gritó, ahí estaba el señor Klotz parloteando y parloteando acerca de su “oooro”. Se inclinó hacia delante e hizo un gesto con las manos para evocar en todo el mundo la imagen del judío odioso sujetando una bolsa de dinero.
El antisemitismo, cuenta Keynes, que yacía a poca profundidad bajo la superficie de una asamblea como aquélla, afloró en el corazón de todos.
Momentos después, Lloyd George se dio la vuelta y le pidió a Clemenceau que pusiera fin a esas tácticas obstruccionistas, de lo contrario, gritó, al señor Klotz habría que alinearlo junto a Lenin y Trotsky entre los responsables de extender el bolchevismo por Europa. El Primer Ministro se detuvo. Por toda la sala se veía a gente sonriendo y susurrando a su vecino: “ Klotzky”.
Clemenceau hizo todo lo que pudo por salvar la cara de su ministro, bramando durante unos minutos cómo su país había sido arruinado y saqueado; ¿qué garantías tenía Francia a cambio?, tan solo unas monedas de oro, una pocas salvaguardas, que ahora se proponían retirarles.
Unos días después los alimentos llegaron a Alemania.
Lectura: Dos recuerdos, John Maynard Keynes.