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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Joy*, y no tanto

Hace un par de días ví la película Joy, estrenada el pasado mes de noviembre, una producción británica basada en hechos reales que cuenta el camino recorrido por el Dr Robert Edwards y su equipo hasta llegar al nacimiento del primer bebé producto de la fecundación in vitro.

El drama tiene como centro a la enfermera y embrióloga Jean Purdy y su dilema en tanto científica, hija de —así como ella misma— una ferviente religiosa. En la vida real Purdy, luego de 30 años, fue reconocida por la comunidad científica como pionera en el campo de la reproducción extrauterina.

Pocos días antes de encontrarme y seleccionar a Joy en Netflix, otro hecho británico había llamado mi atención. Así lo reportó, el 29 de noviembre, The New York Times:  Los legisladores británicos votaron el viernes a favor de permitir la muerte asistida para pacientes terminales en Inglaterra y Gales bajo estrictas condiciones, abriendo el camino a uno de los cambios sociales más profundos en el país en décadas”.

Mientras miraba el film, varias cosas pasaron por mi mente. La primera, yo mismo leyendo en EL DIA, siendo un adolescente que ni soñaba con tener hijos, la condena del Papa de la época a la fecundación in vitro. Fue como un chispazo, el jardín de mi casa, el diario en la mano y la reflexión del pibe que no tendría 17 años: “¿cómo se puede condenar la búsqueda de la felicidad sin impacto negativo en la vida de nadie?”.

El nacimiento de Louise Joy Brown —primer bebé de probeta— en 1978 fue considerado como “uno de los avances médicos mas notables del siglo XX” 

Y como una cosa trae a la otra, en eso de atar recuerdos, a ese chispazo siguió otro que me llevó a Viena, 20 años más tarde, en una sesión de la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas. En esa instancia Brasil —con la fuerte oposición de Estados Unidos y la Dirección Ejecutiva del momento— bregaba por la “reducción del daño” como política pública sobre drogas. La reflexion del funcionario internacional de 37 años que trabajaba en un campo relativo al narcotráfico fue: “¿cómo no coincidir con la mitigación de males mayores aún permitiendo otros, controlados, menores?”.

Años más tarde, ya con responsabilidades ejecutivas en mi trabajo fue gratificante apreciar el triunfo de la evidencia científica y participar de los esfuerzos de mi agencia promoviendo las políticas propuestas por Brasil una década atrás. Más, es súper satisfactorio ver que en Varsovia, se haya celebrado hace apenas una semana, en la sesión del Diálogo de Políticas Europeas, la Sexta Conferencia Europea de Reducción del Daño. El tiempo es un gentilhombre.

Hilvanando razonamientos frente al televisor, salté al triste recuerdo del desenlace de la iniciativa legislativa para permitir la eutanasia en Uruguay. A pesar de que el proyecto de ley se había aprobado en diputados, en el Senado primó el dogmatismo —igual que en la condena a la fecundación in vitro y la reducción del daño— y punto final.

Por vivir en un país donde la eutanasia no está permitida, he ido hasta donde pude, y solicitado anticipadamente a quienes me sobrevivirán, si yo no puedo tomar la decisión, que respeten mi voluntad y honren mi deseo de concluir cualquier procedimiento para extender mi vida artificialmente. Bajo circunstancias excepcionales, de tener la opción sobre mi muerte, posiblemente habría ido a Uruguay. Hoy por hoy no tengo chance.

Uno de los diálogos más impactantes de Joy, a mi juicio, es el reproche de Jean Purdy a su colega, Muriel, Jefa de enfermeras, por las prácticas abortivas del Dr Patrick Steptoe, otro de los integrantes del equipo a cargo del embarazo extrauterino. Jean reprocha esa actitud, “pensé que aquí tratábamos de que las mujeres quedasen embarazadas, no lo contrario” dice, más o menos, la línea. La repuesta de Muriel es esclarecedora: “No. Aquí se trata de dar opciones —seguras— a las mujeres”.

El tema es cuando a las opciones es posible tomarlas y cuando no. Tanto las políticas públicas que dan origen a las leyes como éstas, su producto, deben reconocer la libertad de elegir y facilitar las decisiones cuando éstas involucran a terceros. Los límites a la volición, sin embargo, no deben ser establecidos por la moral o la religión del legislador, sino por los hallazgos de la ciencia y, en su caso, la opción del mal menor.  

A quienes todavía no entendieron eso, va dirigida esta nota que no es de crítica cinematográfica. Sólo de crítica.

(*) Joy, en inglés: felicidad, alegría

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