Ex legislator, ex ministro (Frente Amplio)
Hay momentos en la vida que resultan difíciles de olvidar. El 27 de junio de 1973 estaba a tres días de cumplir 18 años. Era estudiante de preparatorio de medicina en el Dámaso A. Larrañaga y militaba en secundaria. Época que venía muy agitada. El deterioro de la institucionalidad venía desde largo tiempo atrás y con antecedentes graves en la polarización social que atravesaba el país.
El “run run” sobre la inminencia de un golpe de estado rondaba en la cabeza de quienes vivíamos el acontecer diario. El año 72 había sido un año dramático en hechos políticos, los hechos del 14 de abril, el asesinato de los ocho obreros comunistas de la Seccional 20 el 17 de abril. La crisis de febrero del 73, todos prolegómenos de la deriva dictatorial en la que había entrado el país.
Ya el 26 de junio se daba como un hecho el golpe de estado con la disolución del Parlamento. Y a la noche ya se había instalado el golpe como inminente y en la Asamblea General ya se daban los últimos discursos condenando el mismo.
Sin las comunicaciones que existen hoy en día, sin celulares, solo con teléfonos de línea en algunos hogares, se empezó a dar directivas en el sentido de proceder a la ocupación de los lugares de trabajo. Definición histórica que el movimiento sindical tenía acordada desde mediados de la década del 60 como respuesta frente a un golpe de estado. Aquellos que militábamos a nivel estudiantil empezamos a juntarnos esa noche del 26 y a definir a qué centros dirigirnos a ocupar. Quienes militábamos en el Dámaso debíamos ir a la Facultad de Arquitectura dado que los universitarios iban a ocupar sus respectivas facultades y a los estudiantes secundarios nos indicaron a que facultades ir, según el área de nuestro centro de estudio.
Así que a la mañana del 27 de junio le comuniqué a mis padres a donde me dirigía. Ellos sabían de mi militancia estudiantil y más allá de la preocupación que les ocasionaba, sabían que el oponerse a eso no conduciría a nada. Cosa que agradecí.
Cargué algo de ropa en un bolso de marinero y algunas “vituallas” tomadas del almacén que tenían mis padres en esa época en la calle 26 de marzo y Osorio en Pocitos. Debí haber cargado más.
Arranqué caminando por 26 de marzo hacia facultad de Arquitectura. Luego de caminar una cuadra y media y haber cruzado Buxareo, en la esquina de 26 de marzo y La Gaceta, en un balcón encuentro a un Oficial con uniforme de la Armada que tenía un cartel que decía: “SOY EL CAPITAN DE NAVIO OSCAR LEBEL. ABAJO LA DICTADURA.” Y a un lado del cartel, la bandera uruguaya y al otro la bandera de Artigas.
Eso detuvo mi marcha hacia facultad de Arquitectura y llevó a detenerme en un muro de la acera de enfrente al balcón mencionado.
No recuerdo si los primeros que aparecieron fueron funcionarios policiales de civil, lo que conocíamos como “tiras”. Estacionaron delante del balcón, se bajaron de los autos y el oficial militar sacó su arma, hizo notar que tenía el cargador, destrabándolo para que cayera sobre la palma de la otra mano y volvió a montar el cargador en el arma. Luego cayeron al mismo lugar efectivos del ejército y el oficial en el balcón volvió a mostrarles su arma y a mostrar al que quisiera verlo, que estaba con el cargador en la culata del arma.
Finalmente llegó y estacionó sobre La Gaceta un auto negro seguido por una camioneta Chevrolet con efectivos de la Armada, lo que conocíamos como una “chanchita”. Del auto bajó un alto oficial que después supe que era el Cdte. en Jefe de la Armada Víctor González Ibargoyen, entró a la casa, y el oficial del balcón ingresó a su domicilio. En esa esquina se habían empezado a juntar vecinos, debo decir que sobre todo vecinas, que a esa edad me parecían mayores. Al cabo de un rato el oficial del balcón salió de su casa acompañado por el Comandante en Jefe. Este le ofreció subir a su auto. El oficial del balcón se negó a subir al auto y subió a la chanchita de la Armada. Era llevado detenido.
Todo esto, mientras las vecinas que se habían acercado a la casa se acordaban de “mala forma” de toda la familia de quienes habían ido a detener al Capitán de Navío vecino. Y golpeaban la chanchita. Desde ya, que habiendo en anteriores oportunidades en instancias de enfrentamiento con las fuerzas de la represión sufrido algún palo sobre el lomo, guardé una prudente distancia. Nada destacable lo mío. Si, meritorio lo de las vecinas.
Posteriormente la vida me dio la enorme oportunidad de militar junto al Capitán de Navío Oscar Lebel y hasta votar en tanto legislador, como reconocimiento, el otorgamiento de grado de Contraalmirante a él y a otros oficiales desplazados de la carrera por la dictadura.
Continuando con el 27 de junio.
Conmovido por lo vivido, llegué a la Facultad de Arquitectura y conté a los que comenzábamos la ocupación lo sucedido. Quizá, con la falsa expectativa determinada por mi inexperiencia política, respecto a que en las FFAA pudieran existir muchos oficiales como el que yo había visto de camino a la facultad. Pero ya los golpistas se habían encaramado en la estructura de mando de las FFAA, sin duda desde febrero del 73.
Comenzaban así los días de ocupación, resistencia y movilización contra la dictadura. Salidas diarias desde la facultad a realizar movilizaciones, pintadas, volanteadas. Ocho días después, el 5 de julio jugaba Uruguay Colombia por las eliminatorias del Mundial de Alemania 74. Me tocó intercambiar con Álvaro Rodríguez, compañero del Dámaso que pesaba la mitad que yo, un abrigo (Montgomery marrón) para que fuera al Estadio Centenario. Era para que llevara arrollado alrededor de su cuerpo un cartel de “No al Golpe” para que se descolgara de la Torre Olímpica del Estadio. Esa noche Uruguay perdió 1 a 0.
Al otro día el 6 de julio moría Ramón Peré, estudiante de veterinaria asesinado con un tiro en la espalda en el Buceo por un alférez del ejército y el 8 de julio sería asesinado también por la espalda, en Piedras Blancas, Walter Medina estudiante de 16 años por un policía de la Republicana cuando pintaba en un muro las palabras Consulta Popular, las que no llegó a completar.
Quince días después de instalada la dictadura y luego de la enorme movilización contra la misma del día 9 de julio a las 5 de la tarde, se definió levantar la huelga general. Para mis 18 años recién cumplidos, el levantamiento de la Huelga General significó desde mi inexperiencia política una frustración. No alcanzaba a dimensionar que había cambiado definitivamente el Uruguay en el que había crecido. Entrábamos en la larga y nefasta noche de la dictadura, con todo el sufrimiento en cárcel, tortura, desapariciones y muertes. Y comenzaba la resistencia democrática antidictatorial que duraría 11 años.