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Javier Milei, el presidente de la furia
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¿Es Javier Milei un mesiánico? Es muy probable. Su llegada a la política desde su condición de outsider respecto a la dirigencia clásica y el descontento generacional son indicios de los que hay antecedentes en la historia universal. Su furia, insultos, agravios, estilos cuasi violentos, desprecios, discriminación oratoria y varios ejemplos más de barbarie jalonaron su vertiginosa llegada a cúspide.

También se abre otro interrogante: ¿es imposible que un mesiánico llegue a ser elegido legalmente si antes no existiere un caldo de cultivo o un terreno social y transversal propicio para que ese hombre de formas alocadas tome un impulso triunfal? Y la respuesta es sí.

Los fundamentos de responsabilidad son varios y diversos. Desde los sectores con sello y marca antiperonista clásicos hasta millennials y centennials de escasa formación y apego por leer la historia no demasiado lejana de proyectos de aplicación híper neoliberales. De ninguna manera son la excepción, pues a ellos se suman cantidad de ciudadanos hartos de las practicas bochornosas de los sectores de la política tradicional, Milei les llama “La Casta”, y sus secuaces burocráticos capaces de subastar y desguazar parte por parte los recursos del Estado. 

A tal punto llega la bronca que incluso peronistas que simpatizaron y apoyaron al peronismo en su versión cristinista, hoy manifiestan su dolor y tristeza por algunos vergonzantes efectos que dejó la gestión. En especial, sobre la propia Cristina Fernández de Kirchner, y lo desacertado de su alejamiento de políticas justicialistas más tradicionales con el fin de favorecer a sectores de un progresismo urbano más interesado en ponerle nombres empáticos a los problemas que en resolverlos, otra demostración del escaso roce de éstos con la pobreza verdadera. El sello que imprimió su marido, Néstor Kirchner, se desdibujo con el tiempo. Y el relato se apodero de casi todo.

Digitada a dedo por la exmandataria, la llegada de Alberto Fernández con su parsimonia de profesor sabelotodo enervaron a enemigos y tropa propia. Pandemia, guerras y una deuda sideral que tomo la gestión de Mauricio Macri de manera vergonzante en complicidad con FMI, hicieron el resto del desastre.

Es cierto que el aparato peronista y la militancia K son demonizados desde hace años por gran parte de una prensa apegada e impunemente servil al poder económico concentrado y que conforma de manera explícita parte de ese emporio. Los ataques se produjeron y producen de una manera que no admite ningún limite en el oficio periodístico. La llamada grieta encarnizó las redacciones donde las bajadas de línea empresariales se hicieron un registro inédito de acciones comunicacionales cargadas de odio y resentimiento.

La respuesta siempre tuvo también una dosis de veneno que alineó los planetas de una manera tan perversa que aquel que parecía un lunático insultador, con un par de pases mágicos que llegaron de la antigua “casta”, logró captar un 55 por ciento de los votos en una elección histórica en que la promesa de ajustes y, quizás de palos, lejos de anular tomó un impulso imparable en la idea de un cambio cualquiera sea el origen y el sentido.

La mano firme de Mauricio Macri condujo las huestes antiperonistas que incluyen a los viejos y jóvenes radicales memoriosos de Perón y que nuca parecen perder de vista la ilusión de un puestito, un escritorio o algún módico cargo que financie lo que queda del partido. Aunque es cierto que esa opción les permitió obtener algunas gobernaciones y ciertas rupturas internas con el macrismo duro. Nada los frenó, ni la palabra lejana del hijo de Alfonsín descubriendo el lado malo de Milei. Tampoco la traición, entre gallos y medianoches, del titiritero de Mauricio que forjó una alianza en la que el círculo rojo es el verdadero poder que impondrá las reglas del juego. 

La falta de lector de realidad de las corrientes progresistas imperantes no estuvo a la altura, como era de esperar, para enfrentar semejante desafío. Se quedaron en sus retóricas de pañuelos verdes, feminismos extremos, intelectualismo de cotillón y escasa visión política de la realidad. No advierten que no fue solo la economía, sino que ellos, los biempensantes de papel también son parte del problema. 

Mas allá de la mala gestión y del escaso carisma de Alberto Fernández, amigo-enemigo-amigo-enemigo de Cristina, el ensañamiento de la derecha liberal llega a un punto donde un Macri no es suficiente. Y entonces se apela a una figura estrambótica, polémica, visceral y de un populismo derechoso que caló con potencia en la mentalidad de ciudadanos cansados, furiosos y cuyos gritos o angustias hogareñas son el reflejo de las exposiciones de Milei en cada una de sus apariciones públicas,

Claro que hoy, a un paso de llegar al sillón de Rivadavia, Milei le baja el precio a su estilo violento y estridente, suaviza parte de sus eslóganes más famosos y reaccionarios y comienza a subirse a la ola de una Casta a la que dijo iba a eliminar.

Para encender el fuego está Macri y también decenas de miles de nuevos derechistas que sentados apaciblemente en un country o desde la hamaca en un barrio emergente, dicen saldrán a la calle para defender al gobierno anarcocapitalista de las marchas y protestas que sindicatos, piqueteros e izquierdas se aprestan a lanzar por las arterias y rutas.

Así descripto, el país argentino navega en una asombrosa ansiedad propia de la incertidumbre. Aquella Nación que algunos, erróneamente, visualizaron como una potencia a nivel mundial, hoy se parece más a un pobre republiqueta en manos de una Providencia que hace un año le entregó una Copa Mundial de fútbol pero que esquivó cualquier trabajo al momento de darle al menos una tranquilidad modesta. Aquellos cinco millones que festejaron el Mundial no fueron por efecto solo del fútbol. Eran algo más. Eran una expresión de carga emotiva contenida y que explotó con un grito de festejo agridulce y desgarrador.

Casi nadie entendió el mensaje de las masas en las calles salvo Milei. Ese destino abrió un camino de cambio del que muchos temen se puedan arrepentir en el corto plazo. Los argentinos parecen no tener que o no querer ser hacedores de su devenir. A velocidad del sonido se quitan culpas o responsabilidad sobre su pasado y su futuro, aunque éste aun no haya llegado. Será que el verdadero sufrimiento todavía no llegó a su punto máximo. O que algunos perciben que las puertas del abismo, esta vez, sí se encuentran a la distancia de un solo paso. Cuando ese tramo sea cubierto ya no habrá vuelta atrás y la Nación Argentina será trágicamente impredecible.

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