El 29 de febrero, luego del bochorno mundial que provocó la operación de entrega de alimentos en Gaza City, parecería que Israel agotó el crédito con que contaba para lograr simultáneamente los tres principales objetivos de la guerra que no inició: la liberación de los rehenes, el aplastamiento de Hamás y la consolidación de fronteras seguras en el sur.
De acuerdo a las imágenes satelitales proporcionadas por el ejército sionista, el convoy de ayuda alimentaria saqueado por desesperados gazatíes resultó en cientos de muertos por aplastamiento, el atropellamiento de los hambrientos por parte de los asustados camioneros y la balacera de los soldados israelíes que vieron sus vidas en peligro.
Los partidarios del Estado Judío ya no podemos ocultar la catástrofe humanitaria que los objetivos militares provocaron en la población civil en el norte de Gaza. El hambre rompe los ojos.
Incluso los judíos liberales —que quiso la providencia que culturalmente coincidan con las familias secuestradas— manifestaron por las calles de Tel Aviv con paquetes de harina en la mano, denunciando la hambruna que Israel provocó, pidiendo el fin inmediato de la guerra y la aceptación de las propuestas de los islamistas. Un horror para los judíos nacionalistas que representan las dos terceras partes de la población.
Por si alguno tuviese duda de que Israel atraviesa uno de los meses más difíciles de su historia, este 10 de marzo empieza el Ramadán, el mes de expiación y elevación espiritual musulmana, que tiene en el Monte del Templo de Jerusalém su principal lugar de peregrinación y de paso, reivindicaciones nacionalistas y contra la opresión.
Los judíos ya dijeron que como en otras oportunidades no dejarán acceder a musulmanes menores de cuarenta años a las dos mezquitas que se erigen sobre donde una vez estuvo el templo hebreo. La situación es explosiva.
Un aliado de Israel, el Presidente francés Emmanuel Macron posteó en la red X que sentía una profunda indignación por las imágenes que le llegaban desde Gaza, donde los civiles habían sido atacados por soldados israelíes. Expresó su más firme desaprobación por estos disparos y exigió verdad, justicia y respeto al derecho internacional.
La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, manifestó en la misma red, que sintió una profunda consternación y preocupación cuando se enteró de la dramática noticia. Pidió que Israel determine la dinámica de los hechos y las responsabilidades conexas. Las nuevas y numerosas víctimas civiles exigen que intensifiquemos inmediatamente los esfuerzos en las negociaciones en curso para crear las condiciones para un alto el fuego y la liberación de los rehenes.
El 13 de marzo del año pasado se despidió de este mundo el gran filósofo judeo alemán Ernst Tugendhat, un gran teórico del pacifismo.
En su libro Un Judío en Alemania escribió que la guerra es la caída en lo que se denomina el status naturae (estado de naturaleza). Citando a Hobbes, expresaba que el hombre es un lobo para el hombre, una descripción con la que tal vez se señala algo correcto, pero que es un insulto para el lobo, pues ni los lobos ni otros animales de cualesquier especie, con excepción del ser humano, se matan entre sí.
Toda guerra es por lo tanto un mal, dice el pacifista. Esta es una posición valorativa compartida en la actualidad por todos, pero no siempre ha sido así, dijo.
El punto de referencia para la justificación de cualquier guerra, le parece al pensador judeo alemán que vivió parte de su vida en Venezuela, podría ser entendido de modo análogo a la posible explicación de un acto violento de un individuo sobre otros. Tomemos en consideración estas reglas que tienen un significado central en la teoría de la guerra justa.
La primera regla dice que un estado tiene que haber cometido una injusticia en perjuicio del otro. Se puede añadir que esta injusticia tiene que haber sido considerable.
Desde este punto de vista, el pogróm que los gazatíes efectuaron sobre civiles israelíes en el sur, es suficiente casus beli para emprender una acción violenta contra el enemigo. Entonces Israel reúne una de las tres condiciones para llevar a cabo esta guerra si seguimos la lógica del filósofo.
En segundo lugar, dice Tugendhat, la solución bélica sólo es legítima si antes se ha hecho todo lo posible para lograr un arreglo sin medios bélicos, es decir, se han agotado todos los recursos pacíficos para la desaparición del mal.
En el caso de marras es imposible transar con fanáticos milenaristas, apuntamos nosotros.
La tercera regla establece que una guerra será justa en la medida en que se puede prever que los daños que causará no serán mayores que los que quiere paliar. Este principio forma parte de la ética de la responsabilidad: para reparar un crimen no se deben cometer crímenes aún más terribles; pero en la práctica vemos que el atacante tiene una sola preocupación: que las pérdidas propias se eviten tanto como sea, sin importar las que se le ocasione al enemigo.
Para este columnista, de las tres reglas de la guerra justa, es en la tercera donde falla Israel. Desde el 29 de febrero la evidencia condena a los hebreos. Los daños ocasionados a los gazatíes son mayores que lo que se pretende reparar. Si la guerra continúa, si no se aborda ya el problema del día después en la Franja de Gaza, la legitimidad de Israel como nación civilizada podría enfrentar una herida mortal.