“El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón desembarcó en una pequeña isla del hemisferio occidental. La hazaña del navegante fue un triunfo de la hipótesis sobre los hechos: la evidencia indicaba que la tierra era plana; la hipótesis, que era redonda. Colón apostó a la hipótesis…”. Así comienza “El Espejo Enterrado”, el hermoso libro que el Fondo de Cultura Económica le publicó a Carlos Fuentes en 1992.
¿Por qué un “espejo enterrado”? Porque, recuerda el autor, las más antiguas culturas de México, olmecas y totonacas, enterraban espejos en tumbas como guía para los muertos en su viaje al inframundo. Pero el espejo enterrado no es sólo parte de la imaginación indígena americana -nos señala- pues el poeta mexicano-catalán Ramón Xirau tituló uno de sus libros L’Espil Soterrat, recuperando una antigua tradición mediterránea. Los espejos que revelan verdades, que guían, son una tradición a ambos lados del Atlántico y quizás todavía nos muestran en nuestra realidad compartida. El mismo Fuentes afirma que el sentido de su libro es un espejo “que mira de las Américas al Mediterráneo y del Mediterráneo a las Américas”.
Imaginación o realidad, realidad o hipótesis, lo cierto es que, en distintos planos -música, literatura, ideas, política- la América hispana y la España matriz nos hemos visto reflejados mutuamente a lo largo de la historia. En el caso de nuestro país, ese reflejo se ha manifestado de manera más que notoria en el devenir político.
Hoy día Chile y España tienen gobiernos de izquierda de composición semejante: una alianza entre la izquierda tradicional y una nueva izquierda que acepta el sabor añejo que le da el Partido Comunista, acentuado en el caso chileno y más tenue en el español.
En ambos casos, en fecha reciente la gobernabilidad política ha sido puesta en cuestión. En España, merced a la ventaja que da el sistema parlamentario, Pedro Sánchez, el líder del Partido Socialista Obrero Español y Jefe del gobierno, pudo convocar a nuevas elecciones para intentar reforzar su liderazgo. En esas elecciones, que se efectuaron el pasado domingo, los números dieron por vencedor a su adversario principal, el Partido Popular, que obtuvo la primera mayoría en votos, aumentó su votación nacional y aumentó el número de escaños que ocupará en el Congreso de los Diputados. Sin embargo su incapacidad para establecer las alianzas que le permitirían alcanzar la presidencia del gobierno -problema que aparentemente no tiene el PSOE- está decretando que sea el gran perdedor de la elección. No habría tenido ese problema si el resultado electoral hubiese sido el que anunciaban las encuestas, que le auguraban una votación muy superior a la que tuvo, pero la mayoría de los análisis apuntan a que un electorado moderado de derecha finalmente le restó su apoyo en las urnas.
¿Qué motivó esa merma de votos? Todo indica que ésta encuentra su origen en el esfuerzo del PP por parecer más duro que Vox. Éste, un partido que nació como escisión del PP -tal como en Chile Republicanos surgió de una escisión de la UDI-, nació criticando por su moderación a su partido de origen, al grado de llegar a calificarlo como “la derechita cobarde”. Los populares no fueron capaces de resistir esa provocación y perdieron la compostura y los buenos modales políticos. Abandonando todo diálogo, persiguieron con saña al gobierno y eligieron para ello a dirigentes que no ocultaban su odio hacia el adversario. Por esa vía efectivamente terminaron siendo más duros que Vox, pero perdieron a un electorado que sí es moderado y aborrece la crispación, los excesos y la tontera como cotidianeidad política. Perdió, en suma, posibilidad de formar gobierno.
¿Está el espejo español reflejando lo que ocurre en nuestro país? Al parecer sí. Desde que Republicanos, mostró un inesperado músculo político en la más reciente elección, la UDI parece haber enloquecido y ha adoptado un comportamiento que no guarda relación con su pasado político reciente. Ha dejado de ver al gobierno como un adversario político para atacarlo como se ataca a un enemigo mortal, aun a riesgo de caer en excesos como la carta de sus parlamentarios en que acusan injuriosamente al ministro Jackson de delitos que sólo su odio parece respaldar y además condicionando su participación en el análisis de la reforma al sistema de pensiones -quizás el tema más angustiante para la mayoría de la población- a la remoción de ese ministro. Y han terminado por agregar, una vez más, la amenaza de una acusación constitucional.
Como en tiempos de Colón, quizás la UDI crea que la tierra plana que muestra la evidencia es la de la seguridad de ganar próximas elecciones basada en su nueva dureza política. Una dureza a la que se está mostrando capaz de arrastrar a sus socios de Chile Vamos. Pero, como le ocurrió a Colón, también hay una hipótesis que considerar: electorados inteligentes no son proclives a políticas irracionales y menos al odio. Lo que esa imagen le está diciendo a la UDI es que, como le ocurrió en España al PP, en elecciones futuras corren el riesgo de quedarse sólo con su voto duro y, con esos votos, no les alcanzará para gobernar.
Y si se mira con atención la imagen que nos muestra ese espejo, se podrá advertir en un rincón también un mensaje para Republicanos: las encuestas no son garantías de resultados reales. No canten victoria antes de tiempo, ni actúen como perdonavidas creyendo que las preferencias en las encuestas les garantiza un futuro esplendor. La política, como la vida, es más compleja que eso.