Vivimos más acelerados que nunca. Jornadas laborales interminables, estrés permanente, pocas horas de sueño y una alimentación cada vez más procesada conforman el cóctel perfecto para una de las epidemias más extendidas del siglo XXI: la hipertensión arterial (HTA).
A pesar de ser un factor de riesgo bien conocido, su control continúa siendo escandalosamente bajo. Los últimos lineamientos internacionales —las Guías 2025 de Hipertensión Arterial en Adultos, recientemente publicadas por la American Heart Association y la American College of Cardiology— insisten en que prevenir y tratar la presión alta sigue siendo la medida más eficaz para evitar infartos y accidentes cerebrovasculares (ACV).
Un enemigo invisible
La hipertensión no duele, no se siente, y por eso es traicionera. Puede pasar años sin dar síntomas mientras daña el corazón, el cerebro, los riñones y las arterias.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 1,4 mil millones de adultos entre 30 y 79 años en el mundo padecen hipertensión arterial. Lo más preocupante es la llamada “cascada de pérdidas”:
- Solo la mitad de los hipertensos sabe que lo es.
- De esa mitad, solo la mitad está medicado
- Y de los medicados, apenas la mitad logra tener su presión controlada. En otras palabras: solo 1 de cada 5 personas hipertensas en el planeta tiene su presión adecuadamente controlada. Por eso la HTA continúa siendo el principal factor de riesgo para infarto y ACV, responsables de millones de muertes evitables cada año.
La situación en Uruguay
Nuestro país no escapa a esta tendencia. Según la Segunda Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, la prevalencia de hipertensión arterial en adultos de 25 a 64 años es de 36,6 %.
Estudios más recientes del Fondo Nacional de Recursos estiman que casi el 40 % de los adultos uruguayos son hipertensos, y lo más grave: el 58 % de ellos no sabe que lo es.
Eso significa que más de la mitad de quienes tienen presión alta no están diagnosticados.
Y entre los que sí lo saben, muchos no reciben tratamiento, lo abandonan, o no logran mantener sus cifras dentro de los valores recomendados (< 130/80 mmHg).
Estas cifras reflejan no solo un problema médico, sino también social y cultural. Persisten la desinformación, la falsa sensación de bienestar (“yo me siento bien, no necesito medicación”) y la falta de controles periódicos.
Lo que cambió en las Guías 2025
Las nuevas recomendaciones de la AHA/ACC 2025, introducen cambios relevantes para el diagnóstico y manejo:
- Se mantiene el objetivo de presión arterial menor a 130/80 mmHg para la mayoría de los adultos.
- En quienes tienen presión ≥ 140/90, se recomienda iniciar tratamiento combinado con dos fármacos de diferente clase, idealmente en una sola pastilla, para mejorar la adherencia.
- En pacientes con riesgo cardiovascular elevado o con enfermedades asociadas (diabetes, enfermedad renal, cardiopatía previa), el tratamiento puede iniciarse incluso con cifras menores si los cambios de estilo de vida no bastan.
- Se enfatiza la importancia del monitoreo domiciliario de la presión arterial y la participación activa del paciente en su control.
- Se sugiere evaluar causas secundarias (como el aldosteronismo primario) en casos de hipertensión resistente.
En resumen: las guías insisten en diagnosticar antes, tratar antes y controlar mejor.
Factores modernos que disparan la presión
El ritmo de vida actual ha convertido a la hipertensión en un fenómeno epidémico.
Entre los factores más importantes se encuentran:
- Estrés crónico: el sistema nervioso simpático permanece activado, liberando adrenalina y cortisol, que elevan la presión arterial.
- Vida sedentaria: la falta de ejercicio reduce la capacidad de los vasos sanguíneos para dilatarse y aumenta la rigidez arterial.
- Dieta inadecuada: el consumo excesivo de sal, grasas saturadas y ultraprocesados es un detonante clave.
- Obesidad y sobrepeso: el tejido adiposo produce sustancias que elevan la presión y la inflamación sistémica.
- Tabaquismo y alcohol: ambos deterioran el endotelio vascular y favorecen la hipertensión.
- Sueño insuficiente: dormir menos de 6 horas por noche se asocia con mayor riesgo de HTA y enfermedades cardíacas.
La presión alta no es solo un tema de edad. Cada vez aparece antes, incluso en adultos jóvenes y personas que no tienen síntomas.
La brecha entre diagnóstico, tratamiento y control
A pesar de los avances médicos y la disponibilidad de fármacos eficaces, el control global de la hipertensión sigue siendo bajo.
Las razones son múltiples:
- Falta de diagnóstico
- Baja adherencia a los tratamientos (por olvido, efectos secundarios o subestimación del riesgo).
- Escaso seguimiento médico.
- Factores económicos o de acceso
En Uruguay, un estudio comparativo entre el sistema público y privado mostró que en hasta el 40 % de los registros clínicos faltaba constancia del diagnóstico o control de hipertensión, lo que refleja debilidades estructurales en el seguimiento.
Qué se puede hacer
Aunque la hipertensión es una enfermedad crónica, su prevención y control dependen en gran parte del estilo de vida.
Las guías internacionales recomiendan:
- Reducir el consumo de sal (ideal: menos de 5 g por día).
- Seguir una dieta tipo DASH (rica en frutas, verduras, legumbres y baja en grasas saturadas).
- Hacer ejercicio al menos 30 minutos diarios, 5 veces por semana.
- Evitar el tabaco y moderar el alcohol.
- Mantener un peso adecuado y controlar la circunferencia abdominal.
- Dormir bien: al menos 7 horas por noche, respetando la higiene del sueño.
- Controlar el estrés: técnicas de respiración, meditación o actividades recreativas.
- Medirse la presión periódicamente, incluso en casa, con aparatos automáticos validados.
Estas medidas pueden reducir significativamente la necesidad de medicación o mejorar su eficacia cuando es necesaria.
La nueva mirada: prevención, tecnología y educación
Los avances tecnológicos han abierto nuevas puertas. Hoy se puede monitorear la presión arterial desde el hogar y compartir los datos con el equipo de salud por telemedicina.
Existen dispositivos portátiles y relojes inteligentes capaces de alertar sobre valores elevados.
Pero ninguna innovación sustituye la educación sanitaria: aprender a medir la presión correctamente, reconocer factores de riesgo y comprender que el control debe ser de por vida.
La hipertensión no se cura, pero se controla perfectamente si se trata con constancia.
Conclusión: una deuda pendiente con la salud pública
En tiempos de ritmo acelerado, la presión arterial se ha vuelto un termómetro del modo en que vivimos.
El estrés, la falta de sueño, la mala alimentación y el sedentarismo son parte del problema, pero también la desatención y la falta de controles.
El desafío de las próximas décadas será revertir la cascada de pérdidas: diagnosticar antes, tratar mejor y lograr un verdadero control.
Cada médico, cada paciente y cada institución tienen un papel en esa tarea. Porque si bien la hipertensión arterial es silenciosa, sus consecuencias —el infarto, el ACV, la insuficiencia renal— hablan con estruendo.


