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Gloria a las vencedoras
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Nadie vivirá tanto para leer todo cuanto se ha escrito a lo largo de los últimos días sobre el affaire Rubiales. Tal vez sea impertinente persistir. Quede clara mi postura de partida: aunque su santa madre disienta, que este procaz exhibidor de pelotas se empeñe en aferrarse al cargo arruina la poca dignidad que pudiera quedarle. No merece representar a nada ni a nadie, pero no –sólo– por ese desdichado beso, sobre el que ya se ha opinado demasiado.

Tres son los frentes en los que se libra el debate sobre este asunto: el de la política, el del poder y el deportivo. El primero lo inunda todo, olvidando –como tantas otras veces– lo importante en favor de lo políticamente correcto. En el haber de Rubiales consta su capacidad para poner a todos los partidos de acuerdo. Desaparecidas las faltas del Código Penal en 2015, calificar como delito un beso robado por un superior –agresión sexual, ya no hay alternativa– cotiza hoy entre dos y ocho años de cárcel. Mucho castigo para una ordinariez verbenera, por pública e irrespetuosa que sea. Demasiado culto al delito, como ayer escribía Elisa Beni.

El segundo frente es el del poder, el de una entidad privada compuesta de amiguetes, podrida de millones, matriz del clientelismo más grosero. A nadie deben extrañar los vítores al sátrapa, del que esperan todo, ni que los seguidores más fieles lo traicionen si flaquea en la batalla. Otra organización más poderosa, a la que también él pertenece, autoinvestida de atribuciones parajudiciales, le ha puesto una cruz porque de un personaje tan torpe no puede depender el fútbol de una de las primeras potencias de este deporte. La lucha por la perpetuación del estatus lo rige todo y se cercena con fino bisturí cuanto estorbe. Otros serán los que hagan negocio en Arabia Saudí; los que se gasten el dinero de la Federación en lujos propios e inconfesables. Nadie pensó en el feminismo, pero todos se ampararon en él.

Algo olía mal en el equipo femenino, pero se manifestó el prodigio y una espectacular Selección, que a todos nos enorgullece, ha ganado el Mundial en circunstancias muy adversas. Con ello llegamos al tercer frente, el deportivo. Ante todos, el oscuro presidente prometió recompensar al seleccionador; al más enérgico de sus palmeros. Lo que no pudo ser de otro modo, tal vez lo permita un piquito perpetrado a la vista de todo el mundo. Dudo que las cosas cambien mucho en nuestro fútbol, tan bien dotado de nuevos Rubiales, pero ya nadie puede privar de la gloria a las vencedoras.

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