Menudo lío armó el presidente Lacalle Pou con su telefonito (y ya que estamos esos aparatos son cualquier cosa menos teléfonos). Trasmitió a Uruguay, llegó a la Argentina, impactó en Brasil y fue tendencia en las redes sociales. Sacudió el avispero, dirían los más viejos que yo, es decir, gente centenaria que descansa en paz seguramente porque murió sin tener idea que con un teléfono —que es cualquier cosa menos un teléfono— se pueden ganar corazones, provocar odio y jaquear ideas.
Dejemos la ira y el amor de lado, que ya tengo bastante con leer las reacciones impúdicas en Twitter y Facebook confirmando que el mejor negocio del mundo es dar una plataforma para que la gente descargue sus frustraciones, peleándose. Pasemos al pensamiento.
La pega del discurso del presidente uruguayo no sólo fue lo que dijo y como lo dijo; fue cuando y en que condiciones. Mientras que los congregados en el “retiro presidencial” de Brasilia se conformaron con la intranscendencia (que es lo que pasa en este mundo de corta memoria cuando te niegan acceso inmediato a la TV), Lacalle, hablando más para Uruguay que para Suriname, menos para la CELAC que para el Mercosur, dobló la apuesta y le pegó una reverenda bofetada al presidente vecino —en realidad, a los presidentes vecinos—. Y la hizo irreversiblemente pública, trasmitida desde su teléfono, que probó ser de todo además de un teléfono.
El quiero pero no puedo, digo pero no firmo, soy pero no tanto de Lula, ya no funciona. Antes visto como un hábil zorro viejo, hoy, más viejo que zorro, perdió su brillo. Haberle regalado zalamerías a Nicolás Maduro pasando por alto que la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la expresidente izquierdista Michelle Bachelet, condenó su régimen, fue patéticamente burdo.
Dime con quien andas y te diré quien eres reza la sabiduría popular como advertencia de buena madre. Y en tanto padre digo, dime a quien defiendes y te diré como eres: un político de doble moral, en cuyo país millares de venezolanos desplazados recibieron tu mueca torpe, de pito catalán.
Lacalle no alcanza a ser el preferido absoluto de los uruguayos—casi la mitad del país no lo votó y me atrevo a afirmar, con la horrible lógica del ballotage, que no es la primera opción de todos los votantes de la coalición de gobierno. Pero en una suerte de “maracanazo” a tres bandas pateó en Brasil e hizo el gol en Uruguay. A mi, que no soy precisamente uno de sus fanáticos, me trajo a la memoria al Nando Morena: no lo quise mucho, pero me rendí ante su juego.
Entendamonos, no es que no me gustaría ver a Uruguay en una asociación del corte de la Union Europea. No, sería simplemente tonto no quererlo, tan tonto como esperar que un proceso de integración lo lidere Lula, que ya nos vendió UNASUR en un ejercicio de futilidad que ojalá no se repita. De UNASUR, que está en estado de coma, lo único que recuerdo es que su primer Secretario General fue Nestor Kirchner y el último Ernesto Samper. Todo dicho.
No voy a insistir con que los Derechos Humanos trascienden las ideologías. Con más notoriedad que yo, aunque menos que nuestro presidente, lo recordó el izquierdista Gabriel Boric (confirmando mi simpatía) Pero sí lo puedo poner más duro: a la hora de doler, la picana no pregunta de dónde venís. Insistiría en cambio, en una pregunta conceptual: ¿se imaginan la Comisión de Derechos Humanos de UNASUR evaluando al gobierno de Venezuela. . .?
Y en tren de imaginar, que es pensar, no está demás dudar: ¿cuáles son los limites de quienes defienden a Maduro?, ¿dónde termina su discurso y cuándo empezaría su acción? ¿Cómo funcionan las cabezas que racionalizan la represión y muerte? ¿Dónde está la diferencia entre defender la dictadura brasileña pasada y la venezolana actual?
Quienes vienen zafando de la insensatez de la brecha bipolar seguramente no trepidarán al reconocer que si de peligros a las democracias se trata, la actitud de Jair Bolsonaro no es peor que la de Luiz Da Silva, o viceversa.
Pero por suerte, en medio de la radicalización de nuestros días todavía existen los críticos de centro, de centro izquierda, y de centro derecha. No son la mayoría, aunque sí suficientes para inclinar la balanza en una elección.
Eso sí que tranquiliza; casi que confirma que nuestros presidentes, más allá del grito para la hinchada, cuando las papas queman, tienen claro adonde no hay que ir. Recordemos que cuando el conflicto de las papeleras se pasó de castaño oscuro, mientras Argentina estaba presidida por el primer Secretario General de UNASUR, Lula no estuvo en la llamada. Tabaré Vazquez marcó otro número: te lo canto a lo Carrá: uno dos, cero dos, cuatro, cinco, seis. . .(*)
(*) Si digitás cuatro unos más, una melosa voz de Inteligencia Artificial te responderá: Thank you for calling the White House. . .