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Evitar que este horror se repita
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Evitar que este horror se repita

Una tristeza profunda provocó en la sociedad uruguaya la muerte de la joven Valentina Cancela ocurrida el martes. Una adolescente con la vida por delante fue asesinada por su exnovio, otro joven, como ella, de apenas 17 años.

Las circunstancias no podrían ser más desgraciadas. Un par de novios, una relación que deviene “tóxica”, denuncias, intervención de los padres, intimaciones judiciales, dos chiquilines que no dejan de verse y una tragedia que no cabe en la cabeza de nadie, aunque debió.

Este editorial no es en contra de nadie y a favor de ninguno. Apenas busca llamar la atención sobre los aprendizajes que deja el hecho que, si bien es irreversible, puede iluminar a los uruguayos en la construcción de una sociedad mejor. 

De entrada, no es asumiendo críticas o elogios desde posiciones políticas: si se hace desde ese lugar se perderá de vista el punto de consenso, que es evitar que este horror se repita, lo que indudablemente requiere el perfeccionamiento de los controles sociales 

Por ejemplo, resaltar si la madre de la menor “apuntó contra la policía” en vez de destacar la entereza con que se dirigió y agradeció a la ciudadanía una vez iniciada la búsqueda, denota cierta falta de perspectiva en el asunto: la sociedad en su conjunto, empezando por la familia de Valeria, ya perdió demasiado con esta muerte, y pretender que pierdan más —culpa mediante— determinados sectores del colectivo, no ayuda.

La muerte de Valeria se debe a un cúmulo de razones y a una concatenación de circunstancias, no se da en una campana al vacío. Tal vez alguna de ellas, que deben ser asumidas y comprendidas para poder prevenir situaciones similares en el futuro, tengan que ver con la propia adolescencia, donde la dependencia emocional y la sublimación del amor llegan a constituir factores de vulnerabilidad.

De acuerdo a la información del caso, ambos jóvenes eran estudiantes, recibían asistencia psicológica y sus padres habían intervenido para que la relación no continuase. Es decir, los adolescentes tenían cierta contención, pero no fue suficiente.

Y sin poder afirmar que la sociedad los dejó completamente a la vera del camino, el fracaso de la misma es innegable. Tan innegable como que la responsabilidad de ese fracaso reside en más de un factor, si como tales tomamos por separado todos aquellos externos a la pareja, que pudieron tener una intervención más decisiva para evitar el desenlace que nos enluta.

Tal vez el diálogo entre todas las personas e instituciones que tuvieron que ver con la situación de los dos jóvenes debió ser más coordinado y profundo. Tal vez la responsabilidad de quienes pudieron aplicar medidas coercitivas y de prevención para desalentar que  los adolescentes continuasen sus encuentros debió estar más claramente estatuida. Tal vez las actitudes de los jóvenes —esas “cosas de chiquilines”— debieron ser mejor atendidas, o atacadas por varios frentes.

Naturalmente, la consternación, el dolor, la rabia, la impotencia, tiende a dirigirnos —somos humanos— hacia soluciones simples, donde es más fácil encontrar en responsabilidades y culpas únicas las soluciones al problema. Este caso, sin embargo, es un mentís rotundo; recorrer el hilo conductor que identifique los errores, omisiones y falsas asunciones sobre cómo debió ser encarado es necesario e impostergable. Ya sabemos que hay vidas que dependen de ello.

2 comments

  • Enrique

    Absolutamente de acuerd9: la tragedia es multicausal. Sucede que la simplificacion es maa rapida, como la vida de hoy, y canaliza las frustraciones y la miopia politica!!!!

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