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Muchísima gente tiene un concepto “romántico” de la esgrima propio de lo representado en varias películas de época, en donde se ven combates con posturas elegantes y rígidas, haciéndose gran hincapié en la estética. 

Si bien en principio es cierto que este deporte se veía estrechamente ligado a esa rigidez, su profesionalización lo ha convertido en una competencia de alto rendimiento, y ha cambiado aquella perspectiva. La esgrima de las convenciones tradicionales evolucionó a la que exige agilidad, velocidad y modernidad.

La esgrima fue deporte olímpico desde los primeros Olimpíadas de la era moderna en 1896, y es desde ese año que integra la nómina de los juegos que integran dicho evento. Pero los espectadores de principio de siglo se sorprenderían ante el despliegue tecnológico requerido para su práctica actual 130 años después.

Los jueces de hoy ya no indican los “tocados”: sólo los adjudican una vez que son registrados por aparatos electrónicos –algunos de ellos inalámbricos– a los que se conectan tanto las armas como en ocasiones parte de la vestimenta. Los árbitros sólo pueden interpretar las acciones sin poder apartarse de lo registrado por los equipos que, en conjunción con las armas, también regulan la fuerza y tiempo de apoyo necesario para detectar y confirmar la existencia de un tocado, y el tiempo que tiene el adversario para ejecutar el suyo luego de esa detección.

Estos cambios  afortunadamente modificaron la esgrima obligando al atleta a sopesar muchísimos factores en cada momento a lo largo de un asalto, lo que tiene que hacer en el contexto de la “convención” — esto es, las reglas que rigen a las competencias con florete y sable, dos de las tres armas con que se práctica de la esgrima –. La esgrima moderna no es sólo una competencia de elegancia; para triunfar el competidor tiene que cumplir con una serie de condiciones para que su tocado, además de estético, sea reconocido como un punto a su favor. 

Toda esa complejidad hace a la esgrima un deporte altamente exigente, no solo a nivel físico sino también a nivel intelectual, por lo que se le ha considerarlo el “ajedrez humano”, donde la estrategia es esencial para vencer en la contienda. 

Y es esa misma complejidad la que, innegablemente, genera en los esgrimistas una dosis fuerte de pasión pero, al mismo tiempo, mantiene al público lejos de sus exhibiciones, sin poder disfrutarlo, y, por ende, sentir la curiosidad de practicarlo. 

En nuestro país, así como en muchos otros, a la esgrima le pesa el estigma de ser un deporte de “elite”, casi inaccesible a la generalidad de eventuales deportistas. Sin conocer la realidad de todos los países del mundo, dicho concepto en Uruguay no es más que un prejuicio bastante lejano a la realidad.

Obviamente deportes como el fútbol o el basquetbol, por su arraigo popular, por la poca demanda de material y por su propia dinámica, son más atractivos y accesibles. No obstante, para quienes consideren abonar una cuota mensual para asistir a un club deportivo o a un gimnasio, la práctica de la esgrima en principio no demanda otra erogación. Las plazas de deportes son otra opción para acceder a clases. 

A partir de mañana y hasta el próximo viernes tendrá lugar en Montevideo el Campeonato Panamericano de esgrima de las categorías infantiles y veteranos, con alrededor de 300 inscriptos de varios países. Desde el año 2012, cuando se celebró el sudamericano de menores, en nuestro país no se organiza una competencia de rango internacional, y son estas instancias las que de alguna manera pueden generar mas curiosidad en los jóvenes.

Desde El Día vamos a cubrir el evento para informar a los apasionados de este deporte y también para hacerlo más accesible a quienes sienten deseo de conocerlo mejor. Los que hemos visto decaer su convocatoria trágicamente desde hace ya muchos años guardamos la esperanza de despertar el interés de futuros esgrimistas.

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