Hubo una victoria aplastante, una esperada victoria que resultó ser cualquier cosa menos eso, y algo parecido a una derrota. La victoria aplastante fue en México, donde Claudia Sheinbaum del partido Morena ganó cómodamente la contienda (con alrededor del 60 por ciento de los votos) para suceder al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien tiene un límite de un mandato. Gran parte de los comentarios se han centrado en el hecho de que es una mujer que resulta ser judía y en parte educada en Estados Unidos, y aunque todo eso es cierto, dicha información personal no nos dice mucho. Es difícil saber qué hará como presidenta, ya que durante su campaña trató de representarse a sí misma como una extensión de su popular y poderoso predecesor, mientras al mismo tiempo intentaba mostrarse como una persona independiente.
Hay tres áreas de preocupación. Su victoria y la de Morena fueron tan grandes que ahora podría implementar cambios constitucionales amplios. La primera pregunta es si tales cambios llevarían a una concentración del poder económico y político en el ejecutivo que representaría una amenaza para la democracia en México. La segunda, es qué rol político retendrá AMLO para sí mismo, es decir, qué hará a la vista del público, pero también detrás de escena para influir en su sucesora.
La tercera pregunta—y en algunos aspectos la más fundamental— es qué estará dispuesta y será capaz de hacer Sheinbaum, la exalcaldesa de Ciudad de México, respecto a los graves problemas internos de México. Mucho de lo que capta nuestra atención en términos de política exterior involucra a estados fuertes. Pero México es un estado débil, donde el aparato de seguridad del país junto con sus sistemas judicial y penal no están a la altura de los cárteles y las pandillas que tiene que combatir. Cada año, unos treinta mil mexicanos mueren por violencia; docenas de candidatos fueron asesinados en las recientes elecciones. Más allá de la devastadora pérdida de vidas, este desorden interno amenaza con socavar la capacidad de México para ser un vecino [de Estados Unidos] responsable y un socio económico en posición de realizar su considerable potencial a medida que las empresas estadounidenses buscan oportunidades de transferencia de sus negocios a un país cercano (nearshoring).
India, la democracia más grande del mundo, también acaba de completar sus elecciones y, a diferencia de México, los resultados fueron una sorpresa. Aunque el Primer Ministro Narendra Modi se convirtió en la segunda persona en la historia del país en ganar un tercer mandato, él y su partido gobernante, el BJP, no obtuvieron la mayoría absoluta que se había vaticinado ampliamente. Este resultado relativamente pobre se debe a la frustración de los votantes con la desigualdad económica, el alto desempleo, la inflación, la falta de entusiasmo por la agenda iliberal y nacionalista hindú de Modi, y quizás el cansancio con una personalidad que ha dominado el país durante una década.
Modi y el BJP ahora no tendrán más remedio que gobernar con una variedad de socios que no comparten toda su agenda. El mercado de valores se desplomó ante estas perspectivas, pero en realidad creo que el resultado debería ser bienvenido. La democracia india se ha afirmado, la identidad secular del país probablemente perdure, y los beneficios de su economía en crecimiento podrían llegar a ser más ampliamente distribuidos.
La tercera elección tuvo lugar en Sudáfrica, donde al Congreso Nacional Africano (ANC), el partido de la revolución que ha gobernado el país durante toda su historia posterior al Apartheid, se le negó la mayoría. Solo podrá mantenerse en el gobierno si forma una coalición con uno o más de sus rivales. Este resultado podría ser una bendición o una crisis.
El argumento a favor de la primera opción se basa en las experiencias de México y Japón. En ambos países, una sola colectividad (el PRI en México, el LDP en Japón) fue el partido permanente de gobierno. Con el tiempo, eso llevó a la corrupción, prácticas antidemocráticas y la falta de innovación en políticas. Perder una elección y la subsiguiente rotación de poder político que los sacó del gobierno resultó ser bueno para el país y, posiblemente, también para ellos. Esto es precisamente lo que se necesita en Sudáfrica, donde el ANC ha demostrado ser mejor en la revolución que a la hora de gobiernar, lidiar con el desempleo y combatir al crimen fuera de control. Sudáfrica, junto con Nigeria, es uno de los dos países más importantes de África, y una elección que trae la promesa de un cambio muy necesario es algo bueno. Pero mucho dependerá de la política de coaliciones y de si el nuevo gobierno que surja puede, de hecho, gobernar.
Richard Haas, en richardhaass.substack.com, 7 de junio